Capítulo 5: Anae

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—Ya solo nos quedan dos alcobas y terminamos por hoy las enormes estancias de los señores —expresó con alegría Anae, mientras se estiraba un poco para liberar la tensión de su cuello.

—Luego voy a tratarte la espalda —estableció la Sarab entrando en la siguiente sala. La cual era como todas las demás.

Anae sonrió un poco, como si de una niña pequeña se tratara; ya sabía de sobra que era imposible discutir con su compañera, así que no lo haría. Además le gustaban sus masajes, siempre la ayudaban con el dolor. Todos conocían las leyendas de los Sarab y de su misteriosa magia para sanar; y ella podía corroborarlo. Era algo casi milagroso.

Sin embargo, tampoco conocía mucho más de Sawa, ni ella nunca le había hablado de su familia.

—Sawa —nombró mientras estiraba las sabanas de la cama. La mujer dirigió su mirada hacía ella, esperando su pregunta—. ¿Cómo era tu hogar? —preguntó con curiosidad. Sawa sonrió levemente.

—El desierto de Jaf es un lugar árido y hostil, donde rara vez nace la vida. El sol calienta en extremo mientras que la luna puede llegar a helarte. —Explicaba a la vez que continuaba con sus tareas, Anae disfrutaba oírla hablar de su hogar—. Todo es arena, menos el Oasis de Haya, un lugar donde el verde es el color predominante y en el centro puedes encontrar un lago de un azul tan claro que podría revivir a cualquiera. Allí es donde se asentaba mi clan.

—Debía ser un lugar hermoso.

—Lo es, todavía lo es. Y espero poder volver a verlo algún día. Regresar con mi familia —suspiró con añoranza.

—¿Los extrañas? —preguntó sintiéndose algo estúpida al momento. Era obvio que los extrañaría como ella hacía con la suya.

—Sobre todo a mi hermana Kala. Tú me recuerdas un poco a ella —rememoró, con una leve sonrisa naciendo en sus labios—. Las dos sois ruidosas y charlatanas. —Rió por lo bajó.

—Eh, yo no soy ruidosa —le recriminó molesta, inflando un poco los mofletes. La carcajada de Sawa resonó por toda la estancia.

—A eso me refería. Ella era una buena chica. —La sirvienta de cabellos castaños tragó con fuerza al ser consciente del dolor reflejado en sus palabras en ese «era». Se hizo el silencio y ella no sabía que responder o que decir ante ese hecho.

—Lo siento —musitó al final. Pudo ver como una pequeña lágrima rodaba por la mejilla de la mujer de piel oscura.

—No pasa nada, ella descansa desde hace muchos años —respondió sonriéndole un poco. A Sawa no le gustaba demostrar sus sentimientos y ahora comprendía el porqué—. Cuando seamos libres te llevaré. —La miró con una media sonrisa en el rostro, cambiando de tema. Anae asintió con ganas.

—Me encantaría poder ir —respondió dichosa dirigiéndose al baño para fregarlo y así terminar rápidamente su cometido. Ella pensaba en aquellas aguas cristalinas y soñaba con poder verlas alguna vez, tumbarse en su orilla sería un placer único. Además, de conocer al resto de su clan. Los Sarab solían ser huéspedes acogedores, o al menos eso contaban las historias, pero conociendo a Sawa sabía que era cierto. Ella siempre intentaba que todos a su alrededor se sintieran mejor ayudándolos, aunque tuviera un carácter hosco.

Un crujido la alertó de que alguien había entrado en la alcoba, Anae iba a preguntar quién era, sin embargo la voz de su amiga se adelantó.

—Señor Sissel, ¿Qué hace aquí? —preguntó Sawa con la voz quebrada. Anae sintió como la bilis subió por la garganta, y como los pulmones se vaciaban de aire. Ella le tenía pánico a cualquier Dannad de aquel castillo, y sobre todo después del incidente con Idris.

El Legado de Ysbryd: Memorias de ArlanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora