Setenta y seis

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Era bastante tarde, y Amelia acababa de llegar a casa. 

La mujer había estado todo el día recorriendo distintos lugares en busca de trabajo, pero el panorama no era muy bueno siendo extranjera.

Aunque hubiera pospuesto el cese de sus estudios hasta en un mes, y tuviera aún vigente la visa de estudiante, permitiéndosele así trabajar durante las vacaciones a tiempo completo, no era lo que la mayoría de las personas requerían al contratar a un nuevo empleado.

—Hola Nelly... —saludó a la gata, que dormitando amamantaba a sus crías.

Entró a la cocina, y sacó una jarra con jugo desde el refrigerador, estaba sirviéndose un vaso cuando la llamaron por teléfono.

—Charles, ¿Cómo va todo? —preguntó al contestar.

—Hola Amelia... —saludó el abogado—. Quería contarte que, después de mucho, por fin dieron una sentencia...

La mujer sintió como el mundo quedaba en silencio, estático y sin fuerzas, debilitando su voz hasta un punto infrahumano.

—¿Qué dijeron? —murmuró ella.

El hombre de leyes guardó silencio por unos momentos.

Era complejo para él dar esa clase de noticias.

—Veinticinco años de cárcel, luego de eso puede optar a libertad condicional... —terminó por responder.

—¿Qué? —habló enfada—. ¿Cómo puede ser eso posible?... Él asesinó a mi madre... no pueden darle solo eso, es una burla...

—Lo sé... de verdad hice lo imposible para hacer efectiva la pena capital... pero en Colorado ya no lo hacen, aunque esté vigente en los anales, está abolida de facto desde hace años... —trató de explicar—. La última persona a la que se le administró la inyección letal fue condenada en mil novecientos noventa y siete... así es la justicia aquí...

—Pero Charles... —lloró ella—. ¿De qué clase de justicia me estás hablando?

—No puedo hacer nada más... sé que es injusto, luché porque no fuera así, pero es todo lo que se puede hacer siendo un abogado de oficio... —respondió cabizbajo—. El caso está oficialmente cerrado...

Ella lloró en silencio por algunos segundos, sintiendo cómo la profunda ira que crecía en su interior se apoderaba de todo su cuerpo.

—¿Estás ahí? —interrogó el abogado.

—Sí, sí... —musitó—. De todos modos, te agradezco, Charles...

—Siento mucho esta resolución... —trató de consolarla—. Con todo lo que hizo Adrik, no es lo que merecía...

—No... claro que no...

—Adiós, Amelia... —murmuró—. Espero que estés bien...

—Adiós...

La mujer tomó la cajetilla de cigarros que Ben acostumbraba a tener sobre el refrigerador, y con encendedor en mano salió al balcón.

Llorando encendió un blanco cigarrillo, mientras intentaba controlarse.

Largos fueron los minutos que estuvo allí sentada, mirando la ciudad sin observarla realmente, utilizando aquella imagen como fondo de sus pensamientos.

—Él debería morirse... y pudrirse en el infierno. —masculló limpiándose las lágrimas con brusquedad.

—Amelia... —escuchó murmurar a sus espaldas—. Vi las noticias en el trabajo... justo antes de volver a casa...

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