Aquel árbol me llamaba. Sus hojas resbalaban por el tronco asi, posandose suavemente formando una montaña crujiente. Una montaña en la que podrias reposar sobre ella y moririas feliz. (Una muerte dulce despues de una vida tan amarga. Suena irónico.) Y asi, el viento arrasó con aquella imagen que admiraba desde la ventana de mi habitación. Una imagen que me gustaba recordar en dias como estos: frios, solitarios. Los cristales de la casa se empañaban con el calor humano. Calor y frio. Los dos enfrentados pero separados por un crital. El otoño arrasaba el jardín. Esas tristes características que suele tener esta epoca del año. Todo tan melancólico. Me apena. Es como si justamente cuando llega, la madre naturaleza matase todo a su paso.
Así, un manto oscuro cubrió el cielo y una suave llovizna humedecía el jardin. Era mi momento. Salí pues al esterior. Sentía al viento bailando conmigo. Este rodeaba mi cuerpo y dejándome llevar me condujo hasta el columpio que colgaba del gran roble. Lo sostenían unas delgadas y desnudas ramas. Al final llegué, Un columpio antiguo de madera. Suponía que en cualquier momento se partiría, me caeria y me ahogaría en el lago. Aun asi, me gustaba arriesgar aquel peligro. Lo dificil fue subir puesto que colgaba del filo de una de las ramas mas robustas y altas del árbol. Ademas, estaba por encima de un pequeño pantano que conectaba con un rio, donde las ranas croaban al ritmo de la armoniosa lluvia. Los nenufares reposaban sobre un lecho de hojas muertas. Sus flores rosadas en verano yacían en otoño. Asi pues, cuidadosamente, agarré el columpio por los extremos de la tabla y tomando impulso, me mecí. La lluvia era cada vez más fuerte. Las lágrimas del cielo empapaban mi cabello. El viento abofeteaba el columpio. Este se balanceaba severamente. Contemplaba como la naturaleza se escondía de la furiosa cólera de Dios. Entonces fue cuando escuché el brusco crujido. Me encontré luchando contra mi misma, el agua y sobre todo contra la Muerte la cual me obsevaba desde la orilla del pantano. Poco pude analizar de la espectadora que contemplaba mi angustia a distancia. Aun asi, no pude evitar fijarme si aquella imagen que tenía todo el mundo era cierta. Encapuchada, oscura pero descubierta la cara , esta pálida cual lirio blanco en junio. Lo que más me llamó la atención fue su vacía expresión. No padecía nada. Quedó inmóvil, mirando como me ahogaba. No podía entender la crueldad tan necia en una persona. La Muerte no es nada más que una enviada para recoger el alma de los cuerpos ya fallecidos. Ella no tenía la culpa. No sentía empatía, ni siquiera compasión. Fue creada sin niguna cualidad, sin personalidad, sin sentimientos. Justamente es así para que no sienta remordimientos al dejas morir a los seres vivos. Así dejé de luchar, vencida por mi razonamiento para que se llevará mi alma en paz.
Le agradecí a la Muerte y le escupí a la Vida que me dejó un oscuro nubarrón en mi alma y en mi corazón.