36. Control de daños

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Me tropecé con una piedra en la acera, era la maldita cuarta vez en lo que llevaba caminando. O bueno, en lo que llevaba siguiendo desde el otro extremo de la calle a Tom y su «novia». Decidí parar, Jack se quedó a mi lado esperando a que retomáramos el camino.

Se suponía que hoy Tom y yo saldríamos juntos al supermercado por ingredientes para preparar la famosa lasaña vegana que Miriam hacía, aunque Tom lo negara mil y una veces, sabía que amaba ese plato. Pero justo en el momento en que pasó a buscarme, recibió una llamada diciendo que hoy tenía que salir con Verónica a pasear por la plaza principal y que ya tenían a los paparazzis contratados esperando por ellos, y rechazar la oportunidad que el mundo sepa de su relación, no era lo más factible.

—¿Y si vamos por comida?—propuse—, no se me apetece ver a mi novio de la mano de otra mientras actúan tiernamente ante las cámaras.

Normalmente Jack me daría la vuelta con un comentario sarcástico, sin embargo, él sabía que no estaba del todo «animada» para tener una discusión en la vía pública como usualmente hacíamos, así que simplemente asintió.

—Como ordene, madame—hizo una pequeña reverencia mientras giraba sus talones para dirigirnos hacia algún carro de comida chatarra ambulante.

Nos hicimos paso entre todas las fans que se arremolinaban para tomarse una foto o hablar con Tom. Ya ni siquiera era sólo el fandom de Legsbell, sino que también Verónica tenía un escuadrón de niñas atrás de ella.

—Es complicado—hablé mientras partía mi croissant y me lo llevaba a la boca—, toda esta semana ha sido así; después de haberla besado no dejó de pedirme perdón durante cuatro días, me aseguró que se había lavado la boca veinte veces. Quiso hablar con sus mecenas para acabar con el contrato, dijo que sentía que me defraudaba.

—Y lo está haciendo, te está defraudando—aseguró limpiando las comisuras de sus labios con una delicadeza sorprendente—. Y te está haciendo daño, también.

No iba a contradecirle, tenía toda la maldita razón. Se suponía que éramos novios, manteníamos una relación amorosa, no tenía porqué ocultarme.

—Deberían hablar.

—¡¿Y qué le voy a decir?! ¡¿Qué soy una maldita egoísta y que quiero que termine con toda su carrera para ternero solo para mi y amarrarlo en un sótano?!—medio grité. Una anciana que pasaba por nuestro lado, soltó un aullido y dejó caer su bolso. Suspiré—. Perdón, no debí gritarte—agache la cabeza—, pero es que no sé qué hacer. Lo amo tanto que no quiero arruinar lo que ha logrado, y sé que él me ama tanto que si se lo digo, es capaz de mandar al diablo todo.

No dijo nada, y es que, ¿qué se podía decir o hacer ante una situación así?. No es como si viviéramos en un mundo diferente donde yo seria una novia psicópata y obligaría a Tom a saltar de un puente conmigo para que nuestras almas se junten en el más allá y luego crear un imperio.

Decidí dar un largo paseo de camino a casa, Jas llamó de urgencia a Jack para que quitara de su melena rojiza un chicle que su hermanito pequeño le había pegado. La relación entre ellos había mejorado bastante, ahora ya no querían arrancarse las extremidades a jalones, simplemente les bastaba con darse empujones cuando se veían.

Conecté mi teléfono a la radio del auto, la primera canción en reproducirse fue Strong de One Direction, al menos ellos subirían mi ánimo. La carretera estaba vacía, seguramente todos estaban acongojados en la plaza principal viendo a la nueva sensación del momento pasando momentos deliciosos con una de las modelos más nuevas.

Del Amor a la Fama.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora