Prólogo.

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Sufrimiento, dolor, amor, un sinfín de sentimientos añejos, aquellos que no se borran ni con el pasar de las décadas, siquiera tratándose de dos chicos, era algo arraigado a la piel, algo que ardía, un dolor infernal, un sentimiento nuevo y mortífero, deleitando al mismísimo demonio, quien observaba desde las penumbras como si fuese una obra de teatro.

Un sentir que no se apaciguaba con palabras, una unión que simplemente nació de la nada con tan solo una absurda mirada, llena de curiosidad, innovación, que llegó a sus vidas cual huracán azota tierras tranquilas. Una marea de nuevos sentimientos que llegaron de imprevisto, con tan solo abrir una simple puerta, de aquella aventajada casa.

No había necesidad de recordar la fecha exacta, tan solo era necesario recordar aquel añorado momento, en aquella noche solitaria y fría para una simple mujer, que recientemente había ascendido a Capitán. Pero no era la misma en ese entonces, no tenía a nadie a su lado, quizá las vagas o inexistentes memorias junto a su difunta madre, las cuales jamás lograban mejorar el día a día de aquella niña, que tuvo que crecer tan rápido, cuidarse a sí misma, teniendo tan cerca a quien ella misma tuvo que repetirse que era su padre. Era una figura, sin duda, atemorizante. Siempre le vio con un semblante serio, quizá decaído, triste sin dudarlo, pero eso jamás causó ningún cambio en el cómo se sentía aquella chiquilla ante su presencia.

Las noches se hacían largas y aún más solitarias, desde aquel fatídico día, en que su madre les había abandonado de la mano de la mismísima muerte, y aquellas en las que podía compartir la mesa junto a su padre, se convirtieron rápidamente en algo similar a una película de terror que, para su suerte, nunca duraba más de treinta minutos. Aquella chiquilla no tenía con quien charlar, pasar el rato, siempre se mantenía aislada en su casa, como si estuviese recluida, aferrándose al mantenimiento de su hogar, esforzándose a diario por mantenerlo aseado, levantándose cada mañana antes de cualquier reloj informar de ser las 7:00AM, preparando el desayuno, lavando los trastes, dedicarse a estudiar lo poco que podía, puesto que era de admitir que era una niña muy inteligente, y solía desocuparse de sus tareas escolares con rapidez, llevándola a un rápido aburrimiento. Una rutina estresante, cabe recalcar, una rutina insaciable de observar cada noche aquel cielo oscuro, a veces estrellado, decorado por la luna, que nunca le fallaba, aquella luna que siempre la acompañaba por las frías y solitarias noches en aquella grande pero silenciosa casa.

Mas sin embargo, todo cambió, cuando, una mañana como cualquier otra, después de semanas, quizá meses, el sonido de aquel llamado a la puerta, acompañado de un chillido de la misma, resonaron por toda la casa.

Aquella niña de cabellos dorados y ojos chocolatosos se sobresaltó, y sin dudarlo dos veces se frotó ambos ojos con un poco de delicadeza, y cierto aire de miedo. Juró que fue su imaginación, alegando que aquel aislamiento la tendría ya delirando, pues habían pasado más de dos semanas desde que había podido intercambiar miradas con su padre. Se dispuso a seguir limpiando los muebles, no tenía nada más por hacer, hasta, que, segundos después, otros tres sonoros golpes la hicieron entrar en razón, puesto que, estaban llamando a la puerta, y para su suerte, no había sido su imaginación. Temerosa y curiosa, se deslizó silenciosamente hasta la puerta, y, sin darle muchas más vueltas, se decidió por abrirla.

Un chillido nuevamente se dio escuchar por toda la casa, el cual provenía de la puerta, quizá extrañaba ser abierta. Aquella niña levantó su mirada incrédula, era imposible que alguien en verdad estuviese allí. Para su sorpresa, se trataba de un chico, no muy mayor que ella, pudo deducir que no tendría más de 15 años. Detalló tan rápido como pudo cada facción de su porte. Era un joven muchacho azabache, que poseía unos ojos tan peculiares y distintos al resto, eran negros, oscuros como la mismísima noche que tanto solía observar en su soledad, pero tan cautivadores, pudo ver en ellos lo que jamás había visto en los ojos de su padre, ni de cualquier otro ser vivo que hubiese podido ver en su vida. Notó su cabello, no se quedaba corto. A pesar de tantas cosas que pasaban por su mente, mantuvo su semblante, desconfiado, alerta, y una mirada tan distinta, unos ojos filosos, cuales agujas, una mirada tan madura, que parecía haber perdido cualquier rastro de que era una niña, y aquello generó ciertas dudas y asombro en aquel joven, que no le tomó más de dos segundos en detallarla a ella, una niña distinta, muy bonita, unos ojos grandes y hermosos, que asimiló al instante con el chocolate, por aquel color que los caracterizaba, y un corto cabello dorado. Sentía un aura misteriosa en aquella niña, pero, supo que aquel silencio no debía extenderse más de lo normal, y optó por hablar.

Aquel pequeño intercambio de palabras, de haberlo sabido por ambas partes, se hubiesen preparado de antaño para las consecuencias de aquel dulce y fugaz encuentro, que sería el primero de miles, un recuerdo que atesorarían cual cofre repleto de oro. Una pequeña llama que nació bajo las sombras, que arrastró sus brasas por toda Amestris, una diminuta pero imponente llama que fue capaz de avivar nuevamente la esperanza en una nación, mas sin embargo, era una pequeña llama escondida, temerosa de ser vista, pues sus consecuencias serían más que trágicas para sus cimientos.

Retorciose múltiples veces en sus recuerdos, moribundos cual venado ya malherido, siendo acechado por un desalmado cazador. Era un castigo común, uno merecido, pero, bastante cruel para quien fue solamente una niña hambrienta de cariño, deseosa del calor familiar, pero siempre terminaba decepcionada, y ese maldito dolor, ese que ya hace mucho había rebasado las murallas de lo pasajero, y que parecía haberse arraigado, como un grito desesperado con una promesa de no irse jamás. Así eran sus sueños, o, mejor dicho, recuerdos, aquellos que quería tanto como si fueran su última posesión en aquel mundo, que eran cargados por aquella excusa de 'intercambio equivalente', eran nada más que simples palabras, esperanzas que ella se permitía para adormitar su sentir, para excusar su lucha, para excusar su amor por lo imposible.

Y aquella noche fue más duradera que las anteriores, al abrir sus ojos podría reubicarse después de tantas catástrofes en un mismo día, que adornaron el escenario perfecto para la codicia del pequeño que vive en un frasco, con el deseo de hacerse gigante y romper todas las cadenas que podrían atar a un ser vivo, pero...

...¿qué significa en realidad estar vivo; acaso tiene sentido aferrarse al deseo de vivir, aún reconociendo tanto dolor y tristeza, tanta traición y muerte, aquellas danzas celestiales protagonizadas por el plomo y la sangre en aquellos campos arenosos? Todo perdía sentido cada noche para ella, y lo recobraba cada mañana, al poder ver aquellos ojos oscuros y profundos como la noche, aquellos que le otorgaban lo que había perdido, y que le habían otorgado un nuevo miedo: ver aquella amada oscuridad perder su vitalidad.

Un sueño, nada más que un sueño, era lo que la atormentaba.

MoonlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora