2.La revelación

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Con prisas y con la ropa algo pegada a mi  cuerpo a causa de la lluvia, me encaminé hacia mi casa. Me sentía demasiado confuso como para fijarme en la gente que pasaba alrededor mía. Crucé el mismo paso de cebra de esa misma mañana, me quedé parado y miré hacia el otro lado. Allí había una mujer con unos cabellos negros e iba vestida con un vestido corto y raso de color morado. Me fijé en su belleza, era sumamente hermosa y alta. Fue cuando entonces un coche pasó y vi que su aspecto era otro, no sé como decirlo o como describir aquello. La supuesta mujer hermosa había cambiado en  milésimas de segundos, vi una imagen que me dio un escalofrío en toda la superficie de mi espalda. Su aspecto había cambiado radicalmente, sus dientes eran como unos cuchillos y su lengua era similar a la de una serpiente. En la frente había un largo cuerno y su piel estaba cubierta de escamas. Mi corazón palpitaba, tal vez de terror o de algo inexplicable, aspiré aire y cerré los ojos. Instantáneamente los abrí, miré a la mujer que tenía ya el aspecto de cómo la vi antes. Aliviado crucé sin temor hasta llegar al otro lado, la mujer llamó un taxi y se metió en aquel vehículo. Doblé la esquina y fui todo recto hacia mi casa, de vez en cuando me giraba patidifuso ya que me sentía observado. Visualicé mi casa que se hallaba a unos dieciséis metros lejos de mí, aceleré mi paso hasta llegar delante de la verja principal, la abrí produciendo el chirriar de ésta.

Me acerqué a la puerta principal, metí mi mano en el bolsillo de mi pantalón buscando las llaves de aquella dichosa puerta. Cuando por fin la hallé, la introduje en la cerradura y con sumo tranquilidad la giré hasta que oí el graznido de un cuervo. Me volteé mientras abría la puerta en silencio,  vi que el cuervo reposaba en el borde de la verja. Cuando estuve a punto de entrar en la casa cuando de pronto oí la voz de mi madre.

-Pareces algo nervioso hijo mío. -La voz provenía del cuervo, no supe en que pensar. O que estaba loco de remate o que estaba demasiado aturdido que alucinaba. El cuervo movió las alas como si se preparase para volar.- ¿Acaso nunca has visto a un cuervo que habla? -El animal soltó un graznido más fuerte que el anterior como si se riese-

-Pero acaso crees que esto es algo normal. -Me toqué la frente por el dolor de cabeza que me estaba dando.- Ni si quiera sé si estoy alucinando o que estoy en una locura y bien grande.  Mamá...-Me detuve  al ver que el cuervo voló hacia mi hasta posarse en mi hombro.- o cuervo...Necesito saber que me pasa, sólo eso. -masajeé mi sien cerrando simultáneamente los ojos.- ¿Qué demonios esta pasando?

-Tranquilo hijo -El cuervo soltó un graznido y con su cabeza me acarició la  mejilla.- Creo que ya es hora de decirte la verdad. Ahora mismo no estoy aquí -Confundido miré al cuervo.- Sé que todo te sonará raro pero te lo explicaré cuando estemos en persona. Este cuervo es sólo un mensajero, como decírtelo, mensajero directo. Vamos como una radio, yo hablo a través de este animal y te veo a la vez. ¿Comprendiste cielo?

-Más o menos. -suspiré profundamente ya que todo parecía un cuento o una pesadilla.- Entonces, ¿dónde estas? -acaricié al cuervo notando el plumaje de éste.-

-En la casa de tu abuela, ¿recuerdas dónde está? -picoteó mi mano y yo la aparte por suerte.-

-Me acuerdo, incluso recuerdo su vestimenta. -Noté que el cuervo aleteó las alas y salió volando dejando las últimas palabras de mi madre por el aire. "Ven aquí con las cosas que creas necesario y no te acerques a los otros"

Con esa última frase, supuse que se refería a esos seres que había visto antes. Inquieto me adentre a mi casa, cerré la puerta por que aún me seguía observado, no se como ni el por qué. Daba pasos largos y subí las escaleras de tres en tres hasta llegar delante de un pasillo largo, me encaminé hacia la puerta que había en el lado derecho de esta. Apoyé mi mano sobre el pomo de aquella puerta y la abrí, mi habitación era bastante amplia, las paredes estaban desnudas y eran amplias. Me acerqué a mi cama y dejé mi cartera sobre ella, miré el armario aproximándome a ella. La abrí sin realizar ningún ruido, dejando a la vista las pocas ropas que tenía. Saqué unas cuantas prendas de recambio metiéndolas dentro de una mochila negra, de mi cartera saqué mi móvil y mi billetera.  Aun tenía la ropa empapada, las toqué y empecé a quitármelas quedándome desnudo. Seguía teniendo la sensación de que me observaban, cosa que me inquietaba. Me arrimé hacia la ventana mirando a través de ella, no vi a nadie pero eso no me aliviaba nada. Bajé la persiana hasta la mitad de la ventana. Cogí otras prendas y me vestí con una camiseta negra, cambie mis pantalones por unos vaqueros anchos con unos bolsillos próximas a las rodillas. Me puse las montañeras negras y  la chaqueta de cuero algo holgada. Me arrimé hacia mi escritorio, miré los cajones de abajo y tiré uno de ellas dejando al descubierto un juego de cuchillos. Aunque pareciese mentira, a mi me gustaban ese tipo de cosas desde que era pequeño.  Las saqué con cuidado y las guardé en la mochila dejando una de ellas en el bolsillo de mi chaqueta, masajeé de nuevo mis sienes por el dolor de cabeza hasta que me acorde de que tenía que llevar algún medicamento a causa de los malos recuerdos con mi abuela. Incluso me acuerdo de cuando era un crío, un día de esos tuve un dolor insoportable en el estómago por haber comido algo indebido, y cómo no. Mi abuela no le gustaba las medicinas actuales, ella curaba todo con hierbas totalmente desconocidas para mi mente, bueno no todas. Pues como decía, en ese fatídico día me obligó a tomarme un brebaje, yo no quise  porque ese potingue  era de color verde y os aseguro que no estaba delicioso sino todo lo contrario. Bajaban en mi garganta como si fuesen babosas aunque creo que sabrían mejor. Después de tomármelo  me dio un ataque de vómito que incluso me dio la sensación de que también expulsé la cena del día anterior. Así que ladeé la cabeza, cogí mi mochila y me dirigí al baño para coger unas cajitas repletas de medicamentos tales como ibuprofeno, paracetamol, algo de busca pina compuesta por si luego me sentía mal la comida de la abuela... Salí del baño y bajé al salón visualice la mesita donde mi madre solía leer un tocho de libro y si digo la verdad nunca lo había tocado ni leído. Total, nunca me interesó. Me fui a la cocina porque mis tripas rugían de hambre, un hambre voraz. Me arrimé a la nevera sacando de ella el pack de jamón york y queso, cuando iba a dejarlo sobre la mesa me sobresalte lo suficiente como para dejar caer los ingredientes. Ante mí había un señor pero era uno de esos "otros", esta vez muy espeluznante. No tenía vello alguno en la superficie de la cabeza y cara, bueno a decir verdad, no tenía rostro alguno. Su cara era directamente solo la piel. En su garganta se hallaba su boca, cosa que me dio repelús. En ella tocaba un flautín, me fijé en sus manos que se hallaban separados de su brazo entero, es más, los tenía colgando gracias a los hilos que los juntaban. Estar cerca de ese otro me daban arcadas porque impregnaba un olor cadavérico en toda la cocina, sólo con verle se me había quitado el apetito. Las preguntas que me hacía mentalmente provocaban un dolor insoportable, intenté respirar con tranquilidad pero me dolía, por así decirlo. Era una sensación extraña, como si la gravedad aplastase mis pulmones. "¿Cómo había entrado allí?" Juraría que cerré la puerta hasta que me vino un flashback de aquella mañana, pude recordar que dejé la ventana abierta del piso de arriba y ahora me arrepiento de ello. Retrocedí dando unos pasos hacia atrás, notando el aire frío que salía de la máquina. Por instinto propio saqué el cuchillo que había en mi bolsillo, el "otro" dejó de tocar esa escalofriante canción, separó su flautín de aquella boca. No sé si debería pensar que estaba loco pero pude entender todo lo que dijo, no sé exactamente  en que idioma.

La libertad de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora