Su tacto aún quemaba su mano, como quien enciende una vela, y la deja consumirse hasta que se apaga. Ya no existe la llama, ni la luz que ésta proyecta, pero sabes que ha estado ahí. La presencia de esa sombra era tan real como fantástica. Harper recordaba a la perfección el pintalabios barato de color rojo, sin brillo, de vez en cuando manchando las mejillas de la gente a la que ella abrazaba y besaba, porque era cariñosa con todos. Sus pómulos parecían la misma porcelana china, así tan delicada que al mísero contacto podrías romperla, por eso había que tener cuidado. El maquillaje era tan especial, que casi formaba parte de ella. No era ese tipo de mujeres a las cuales necesitabas apreciar sin maquillar para saber que de verdad era guapa. Tenía unos ojos tan negros como el carbón