Ochenta y cuatro

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—Buenos días, señor... —lo saludó un hombre algo mayor—. ¿Cómo puedo ayudarlo?

Tom rebuscó en sus bolsillos, y extrajo el folleto que le había dado aquella muchachita en Central Park.

—Sí, bueno, yo... —le enseñó el trozo de papel—. Quiero adoptar...

—¡Maravilloso!, venga conmigo... —el sujeto caminó hacia una puerta—. Sígame, no sea tímido.

Thomas ensanchó los pasos para seguir al hombre dentro del lugar, llegando hasta una parte del complejo en que había gran cantidad de animales.

—New York es una ciudad enorme, por lo mismo, como usted podrá imaginar, hay gran cantidad de animales que son abandonados cada día... las personas como usted, que deciden recoger un animal desamparado en lugar de comprar uno, son de suma importancia para nuestro movimiento... —contó el tipo mientras caminaban—. ¿Qué animal le gustaría adoptar?

—No sé... —respondió mirando las jaulas.

El adulto mayor lo miró alzando las cejas.

—Señor...

—Puede llamarme Tom... —dijo él.

—Tom... —habló observándolo—. Discúlpeme, pero, ¿por qué quiere adoptar un animal?

El inglés le devolvió la mirada, y guardó silencio por unos segundos.

—Necesito compañía... —murmuró.

—Compañía... —repitió él—. Venga por aquí...

Entraron a otra sala, que, a diferencia de la anterior, estaba llena de mucho ruido, decenas ladridos agudos y emocionados.

—Aquí es donde están los bebés... —habló señalando el sitio—. Puede mirarlos, cuando sienta amor a primera vista, me avisa...

El hombre lo dejó solo, frente a lo cual Tom avanzó con pasos lentos por enfrente de las jaulas.

La mayoría de los perros jugaban entre ellos de manera ruda y entusiasmada, apenas notando la presencia del inglés.

Avanzó varios metros hasta llegar a un pequeño can que le pareció muy bonito, y, sin poder resistirse a su amistosa personalidad, se detuvo frente a su celda.

—Hola... —habló poniéndose a su nivel—. ¿Cómo estás?

El pequeño animal lo miraba con ojos inmensos, mientras batía su cola y se paraba en dos patas contra la reja.

—Luces muy amigable... —comentó—. ¿Te gustaría vivir en Londres conmigo?

El pequeño de pelaje marrón, incapaz de comprender una sola palabra de las que él decía, solo batía su cola sin cesar, mostrando cuan emocionado le ponía el aroma del humano frente a él.

—Tengo una casa grande... —le contó—. Tiene un buen jardín... sé que te gustará...

—Veo que le ha agradado a uno de los cachorros... —habló el hombre a su lado—. ¿Llevará este?

—Sí, creo que este es... —respondió.

Luego del papeleo, comprar una correa, unos recipientes, y un saquito de alimento, pudo llevarse consigo al pequeño animal, que emocionado jalaba a Tom hacia delante, caminado en una singular línea recta.

—Eres un perro bastante dominante... —habló para sí mismo—. Pareces un Bobby...

Un poli, o un Bobby, como en Inglaterra llaman a los policías de rangos más bajos.

—Bobby... —le habló al perro—. Te llamaré Bobby...

El perrito café lo miró de momento, mientras esperaban en un semáforo.

Volvió a batir su cola con efusión, y saltó hacia él con felicidad.

Tom lo tomó en el aire, mientras sonriendo lo miraba.

Al parecer, a Bobby le había gustado su nombre. 


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✒Mazzarena

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora