La idea de conocer lugares nuevos me emociona de una manera agradable. Mi rostro dibuja una sonrisa emocionada por las expectativas de miles de aventuras que pienso vivir en una ciudad diferente. Me encuentro preparando mis maletas que posiblemente revienta por el abuso de sobrepeso, asunto que me hace percatar, ahora que estoy organizando, de que en mi habitación hay disparates en exceso. En la esquina de la puerta tengo una funda de basura repleta de objetos que nunca he usado y que tampoco sabía que estaban en mi habitación. Tampoco voy a negar que tengo una manía de reciclar cualquier materia que pueda ser útil hasta un futuro. Quizá eso justifique el porqué mi habitación parece un almacén desordenado.
—¿Terminaste de recoger?— Pregunta Emilia, hija de mis tutores Guillermo y Margarita.
—Estoy en eso—digo distraída mientras pienso si me será necesario llevarme mi hermoso tapiz.
—Y como veo no terminará nunca—se mofa mirando con desagrado el reguero que hay.
—¿Y tú terminaste de recoger los tuyos?—inquiero irritada por su mirada de desagrado— ¿O mamita lo está haciendo por ti?
Su mirada recorre la habitación con evidente desagrado. Una mueca surca en su rostro cuando brevemente se fija en mi teléfono nuevo.
—Sí ¿y qué?—cuestiona cruzando los brazos.
—Puedes entonces reservar tus miradas de desagrado, como también tu desagradable lengua, ya que al menos mis regueros los recojo yo, no otros—indico terminado de elegir quitar el tapiz para empacarlo.
Es un tapiz de lo más común y barato, sin embargo, la decoración que le he dado por tantos años le da un toque y estilo único. Con cuidado lo voy quitando, agradeciendo que a pesar del tiempo no se haya adherido permanente en la pared.
—Como sea—dice Emilia—Papá te mandó avisar que tienes que bajar tus pertenencias para llevarlas al furgón.
—Sí, sí, cuando termine bajo mis cosas—la ignoro mientras recojo un vestido escondido detrás de la cama.
—¿Ese es el vestido que perdiste haces meses y nos culpa a Elena y a mí?—pregunta arrebatándome el vestido
—Tenía justa razón para desconfiar de ustedes, más cuando todos mis cosas vienen a parar en sus manos—digo quitándole el vestido y echándolo en una caja para donarlo—Me distraigo con ustedes y en cuestión de segundos me dejan desnuda.
La veo recargar su cuerpo en el marco de la puerta del baño, mientras su mirada de nuevo se enfoca en mi teléfono que está encima de mi cama. Conozco esa mirada, la he visto durante años en ella y su hermana gemela Elena. Pueden tener distintos colores de ojos y rasgos, no obstante, las dos albergan ese mismo sentimiento que se cuelan es sus rostros cuando ven algo que anhelan.
—Ni lo mires que lo daña con tu envidia y codicia—La sobresalto con mi voz cargada de burla.
—¿Cómo hiciste que te comprara un teléfono primero que a nosotras?—Cuestionó molesta.
—¿En serio te atreves a preguntar eso?—inquiero irónica por una pregunta tan obvia.
Su rostro se torna rojo por la molestia que transmite sus ojos llenos de vergüenza. Inquieta se mueve por la habitación, comprobando que no le gusta que le tomen el pelo, aunque no comprendo cómo puede preguntar algo tan obvio, y más que le han reprochado tanto.
—Escucha, Emilia—murmuro con pausa intentando que mis palabras puedan entrar en su razonamiento—Tienes que entender que sí por gusto reprueba más de tres materias, y casi repites el año escolar; nadie, absolutamente nadie te va a premiar por eso. Tu papito por más consentidor que sea no le va a agradar que su niña sea una sinvergüenza —señalo lo evidente.
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Todo Por Ti
Teen FictionAmanda es consciente que las personas pueden tener dobles caras, y lo aceptaba, sin embargo nunca pensó que se enfrentaría a personas sin escrúpulos que son capaz de hacer lo que sea para saciar su ambición. Vivir con sus padrinos para ella fue una...