Húmedo y salado. Mi rostro estaba húmedo y salado. Llevaba tiempo llorando, mucho, pero no llevaba la cuenta de las horas o los minutos. Mi almohada estaba empapada y mi cama totalemnte desordenada. Mis colchas estaban esparcidas por el suelo y mis sábanas enrolladas a un costado de la habitación.
Era consciente de los golpes en la puerta, que sabía eran de Margareth, pero hice caso omiso a sus súplicas de que la abriera a puerta. Me levanté de la cama y tiré la almohada junto con las sábanas. Me acerqué al tocador para poder mirarme al espejo. ¡Vaya! Realmente estaba hecha un desastre. Mi cabello estaba enmarañado y la cola de caballo que me había hecho en la mañana ya no estaba. Mis ojos estaban rojos e hinchados y algunos mechones color rojizo estaban pegados a mi rostro debido a las lágrimas. Mis mejillas y nariz estaban de un color escarlata.
Dejé de mirar mi horrible y desarreglado reflejo y escuché. Los golpes en la puerta habian cesado. Fueron remplazados por la voz de mi amiga, que ahora hablaba.
—...que no lo hacemos por mal, te amamos Meg, por favor abre la puerta y déjame hablar contigo. —Finalizó. No había escuchado ni la mitad de su discurso pero igualmente pude imaginarme lo que había dicho. —Meg, por favor. ¿Me abrirías la puerta? Solo quiero hablar contigo de la mejor manera.
No quería lastimarla, y menos cuando ella y su mamá, que era como mi mamá, habían hecho todo lo posible por sacarme adelante. Lentamente caminé hacia la puerta en busca del picaporte. Antes de abrirle a mi amiga, que seguramente estaba impaciente, me detuve a mirar las fotografías que se encontraban estampadas en la fina madera. Habían mas de cincuenta fotos, definitivamente. Habíamos hecho esa especie de "collage" para mi cumpleaños pasado y nos habíamos divertido mucho al hacerlo.
Sacudí la cabeza. Mi amiga aún esperaba una respuesta de mi parte. Giré la llave y muy pausadamente abrí la puerta. Allí estaba ella, parada, incómoda, con las manos en los bolsilllos traseros de sus jeans. Me miraba un tanto nerviosa. La miré, como siempre lo había hecho, como la mejor amiga que siempre había sido. Tenía su cabello corto por los hombros, lacio y de un rubio ceniza. Llevaba puesta la playera que usualmente usaba para dormir, holgada y color amarillo patito. En la parte de abajo llevaba unos jeans claros y sus muy cómodas zapatillas.
—¿Puedo pasar Meg? —Preguntó y se rascó la nuca. Realmente estaba incómoda y nerviosa.
—No tienes que pedir permiso, es tu casa. Adelante. —Me aparté para que pudiera pasar a la habitación. Lo hizo y se sentó en mi cama, juntó sus piernas y puso sus manos encima de ellas. Luego, bajó la cabeza y jugó con sus manos tímidamente.
—Nuestra casa Megan. —Corrigió. —Tu sabes que no te estamos hechando. ¿Cierto? —Dijo aún sin mirarme.
—Lo se. —La escuché, aunque mi mente estaba en otra parte, no se donde exactamente. Yo solo me dignaba a mirar por la ventana hacia el restaurante que había frente a la residencia.
—Escúchame Megan, lo que te voy a decir es sumamente importante. —Me miró, pero yo aún miraba hacia las calles. —Nosotros no te estamos hechando, te amamos. Tu sabes la situación de mi mamá y su trabajo, sabes que es complicado y conociéndote como lo hago, se que entiendes. Tu rabia es solo por el momento pero sé que me comprendes y sé comprendes a mi mamá. Nuestra situación monetaria no es la mejor y no alcanza para todos los gastos Meg. Te ruego que entiendas. —Luego de ese discurso, se levantó y avanzó hacia mi, manteniendo una razonable distancia
Me di vuelta y la abracé. La abracé y la abracé hasta que quise mirarla a la cara para hablarle.
—Entiendo todo, lo hago amiga, lo hago. —Sonreí.
—Bien, porque ya nos adelantamos con mamá para conseguirte un hogar. —Ella me devolvió la sonrisa. Nos sentamos en la cama y comenzó a explicarme.
Unos minutos más tarde ya estaba enterada de cuál sería mi nuevo hogar. Era una casa de hospedaje adolescente que quedaba en el centro de la ciudad. Ahí me tenía que quedar hasta que un determinado mes vinieran muchas familias de la clase alta a elegir a que adolescentes se les apetece ayudar. Y bueno, la idea no era mala, no me quejé en absoluto. Estuve de acuerdo.
Después de nuestra charla, me arreglé el cabello y me lavé la cara. Quince minutos más tarde nos encontrábamos con Margo tomando un café en el cómodo sofá de la sala.
Nota de la autora:
¡Hola! ¿Cómo están? Espero que muy bien. Bueno, dejo por aquí el prólogo para que vayan viendo más o menos como va la cosa entre amigas y bla bla bla. Todo eso, jajajajaja. Espero que les guste, muy pronto estaré subiendo el primer capítulo. Bye.
K. Morgan.