Capítulo 6

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Es maravilloso —murmuró Ingrid relajada sobre la cubierta del confortable yate que Regina había alquilado.

Emma se ajustó las gafas de sol y sonrió. Ingrid tiraba del ala de su sombrero para evitar que le diera el sol. Aquella mañana habían llegado a Williamstown hacia las diez, y Regina se había encargado de buscar un barco que pensaba capitanear por las aguas hasta media tarde, hora de volver.

—Es agradable alejarse y buscar un lugar tranquilo —continuó Ingrid—. Sin teléfonos ni visitas, nada que hacer.

Y sin la insistente intromisión de ninguna joven francesa, pensó Emma, que no podía dejar de preguntarse cuál sería su siguiente movimiento.

Regina y Zelena estaban sentadas en popa. Dos altas ejecutivas tomándose un día libre. Le bastaba mirar a Regina para sentir que sus entrañas se fundían. Era imposible no revivir una y otra vez el cataclismo de pasión que habían compartido doce horas antes. Aunque fuera una locura, Emma aún creía sentirla en su interior. En ese momento Regina se volvió y la miró. Por un instante Emma creyó que le leía el pensamiento. Entonces los labios de la morena se curvaron en una sonrisa lenta, sensual, que la hizo estremecerse.

—¿Comemos? —preguntó Ingrid.

—¿Es que tiene hambre el bebé? —preguntó a su vez Emma.

—Sí, esta pequeña tiene las ideas muy claras. Sabe cuándo quiere que coma y qué — explicó poniéndose en pie y tocándose el vientre—. Hoy quiere jamón, mayonesa, pepinillos y piña.

Por fortuna, Sofía había preparado una cesta muy completa. Emma la sacó. Luego, con ayuda de Ingrid, puso la mesa. Había agua, refrescos y vino. Enseguida llamaron a las mujeres para que se acercaran a comer.

El aire fresco y la suave brisa hicieron de aquellas horas algo inolvidable. Nada más desembarcar, las cuatro tomaron una carretera que recorría la costa y volvieron a casa. Cenaron barbacoa junto a la piscina. Aquel había sido un día relajado, en agradable compañía. Emma recogió los platos y entró en la cocina. Ingrid la siguió, y juntas los metieron en el lavavajillas. Entonces Ingrid aprovechó para decir:

—¿Puedo contarte algo?

—Por supuesto.

—Una vez, cuando yo estaba embarazada de nuestro primer hijo, una mujer persiguió a Zelena. Se llamaba Glinda, e hizo el ridículo por completo, pero nos causó un tremendo dolor —sonrió Ingrid recordando—. No sé si me estoy equivocando, pero creo que a ti te ocurre lo mismo con Rubí —respiró hondo—. En aquella ocasión yo aprendí una cosa que quizá pueda ayudarte: Las Mills son mujeres de una sola mujer.

—Entonces, ¿crees que no debo preocuparme por Rubí? —inquirió Emma.

—Por quien no debes preocuparte es por Regina —la corrigió Ingrid. De pronto, su rostro se puso pálido—. Ya está aquí otra vez.

Ingrid giró los ojos en sus órbitas. Entonces entraron Regina y Zelena. Emma estaba preparando el café.

—Yo prefiero té —pidió Ingrid.

—¿Por qué no vas afuera a sentarte? Te lo serviré enseguida.

Resultaba relajante sentarse al aire fresco de la tarde y contemplar la puesta de sol, pero enseguida se hizo de noche. Entonces se encendieron automáticamente las luces del jardín.

—Es hora de marcharnos, cariño —comentó Zelena poniéndose en pie—. Estás cansada.

—Si tú lo dices —contestó Ingrid.

¿Conveniencia o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora