Olor a sal, aroma a mares abiertos, océano que se extiende desde la eternidad hasta la eternidad; olas que no hablan ninguno de nuestros vulgares idiomas, olas que hablan la lengua de lo que existe, que se expresan en un vaivén, en un besar y desconocer, en el oleaje, canción primigenia, que hace eco en un escenario que , por más que pase el tiempo; no cambia, no se inmuta ; en donde el azul casi transparente se tiñe poco a poco con la sangre de un sol moribundo, un sol, que se dispone a unir con el océano, no en una acción mancillante, si no, en un tierno acto de complementación, en el reencuentro de dos partes de un todo que habían estado separadas por demasiado tiempo. Una homeostasis; en la cual, pareciera que no sobra ni falta nada, pero eso solo en apariencia, porque; desde las lóbregas profundidades marinas algo se aproxima, algo que se desplaza hacia la superficie.
Un algo que a pesar de no representar más que un manchón de carne blancuzca se diferencia fácilmente del ininteligible mar que lo rodea evidenciando que no pertenece a ese medio acuoso. Criatura que pasa poco a poco de ser un ente difuminado en la penumbra oceánica a convertirse en una figura germinante que aunque decida, avanza sin prisa, sin entusiasmo de despertar a la vida. Gradualmente, la penumbra la va desnudando, de manera que se alcanzan a percibir formas familiares en su constitución, se aprecian brazos, piernas, un torso curveado, pechos ondulados, largos cabellos que, a ratos ocultan su faz poseedora de rasgos que son dudosos todavía; una fémina.
El tiempo pasa y ella sigue enfrascada en la lucha contra el oleaje que la desea tragar nuevamente, que la quiere arrastrar de nuevo hacia su vientre, Hasta que, finalmente, sus rodillas tocan la costa, su cabeza se sobrepone al ululante ritmo de las olas, sus pulmones vomitan la salada agua y la remplazan con aire; con argón, el mismo argón que alguna vez suspiro en sus vidas pasadas, en sus noches más tristes. La melancolía la invade mientras la nostalgia la abraza y la garganta llena sal se le retuerce.
Sus manos se aferran desesperadamente a los granos de arena, en un intento por encontrar consuelo del miedo que le provoca el sentir como su ser se bacía del océano. Pero tiene que seguir, el único camino es hacia adelante; así que, cansada y asustada, repta hasta que su cuerpo es completamente sostenido por la arena. Y el mar que antes la envolvía, ahora solo le lame la punta de los pies en un gesto casi implorante que pareciera decir: "vuelve"...
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Diriliş: La ola que huyó del mar
FantasyVida subyacente, vida ajena al mar, pero que a pesar de ello se ha gestado cómodamente en su seno por mucho, mucho tiempo. Pero todo tiene un limite y nada puede quedarse bajo la misma forma para siempre, por eso, tiene que emerger desde las profu...