200 Días

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Un sonido irritante lo sacó de sus sueños. En ellos la veía, junto a él de nuevo. Extendió su mano, tomó el teléfono y lo apagó. Suspiró profundamente y luego de un rato se dirigió a la ducha.

Al terminar se vistió con lo primero que encontró y luego bajó con un rumbo fijo. Cuando iba pasando por el vestíbulo una voz femenina lo detuvo.

— Buenos días jovencito. ¿A dónde va con tanta prisa?

Ella se le acercó y le dio un beso en la mejilla.

— Buenos días mamá. Voy a casa de Miranda.

— ¿Otra vez? — replicó con desagrado —. Marcos, sabes que ese señor no te quiere ahí.

— No me interesa mamá.

— No seas terco hijo.

Marcos rodó los ojos.

— Ya ha pasado mucho. ¿Por qué no sigues adelante?

La cara de Marcos se distorsionó. Como si su madre ahora se hubiera convertido en un sapo enorme.

— No puedo solo seguir adelante y ya mamá. ¿Cómo te atreves a decir eso? — la emoción negativa ahora casi se volvía un llanto —. Llevo la cuenta, van 200 días, pronto serán siete meses. Yo estuve con ella ese día y no la pude ayudar.

Su madre se había arrepentido de haber dicho eso, pero ella creía que Miranda ya no estaba con vida. No dijo nada, solo se disculpó.

Marcos retomó su camino y al salir cerró la puerta con furia causando un leve salto en su madre.

●●●

Marcos había llegado en su vehículo. Siempre lo dejaban pasar a pesar del odio de su suegro. Estacionó el auto y se dirigió a la puerta.

Era una casa inmensa. La primera vez que la vio había pensado que era un castillo. Entró con un poco alegría y muchos nervios aquella vez, pero no se fue con la misma emoción.

Tocó la puerta y la abrió un señor que iba entrando a la tercera etapa de su vida pero que sin embargo se le veía fuerte.

— Bienvenido señor Glaston — dijo con falsa alegría —. Le avisaré a la señora Longoria que esta aquí. Espere acá por favor.

Marcos se sentó en uno de los pomposos muebles del vestíbulo. Y mientras esperaba recordaba a Miranda. Siempre sonriente, siempre feliz.

— Marcos, hola — saludó Romima.

Él salió de su ensoñación, se levantó y la saludó cortésmente.

— Vienes en buen momento — continúo ella —. Eleazar no está, aunque no se cuando llegue.

Marcos dio una leve sonrisa. Romina siempre era amable y buena. Desde que era novio de Miranda contaba con su apoyo.

— Gracias señora. ¿Ha sabido algo de la policía? ¿Alguna nueva pista?

Romina se sentó casi como dejándose caer, Marcos hizo lo propio.

— Nada, estoy cansada. No puedo soportarlo — dijo con algo de tristeza —. Mi hija pérdida, quien sabe que estará sufriendo.

Marcos bajó la cabeza.

— Me siento culpable.

— ¡No! No tienes porque sentirte así.

— Yo estuve allí con ella, y no pude ayudarla — se lamentó.

Romina le dio un abrazo.

— ¿Para eso vienes? ¿Para lamentarte? — exclamó una voz masculina.

Ambos giraron la mirada. Eleazar los miraba con desprecio.

— Mi hija no merece estar con alguien como tú. Un chicuelo que solo llora. ¡¿A qué has venido?! ¡¿A lloriquear?!

Romina se levantó y se acercó a su esposo.

— Eleazar, por favor — pidió.

— ¡¿Por favor qué Romina?! ¡Mira a ese escuincle! ¡¿A él lo quieres de novio para tu hija?!

Marcos estaba sentado mirándolo seriamente. Tratando de que no salieran las lágrimas.

— Nosotros no podemos elegir a alguien por Miranda — replicó ella —. Ella es la que debe escoger. Les pusiste trabas, trataste de humillarla y nunca se dejaron. Siguen juntos. Déjalos.

Eleazar la miró con odio y dijo:

— No están juntos porque esta secuestrada Romina.

Romina empezó a llorar en silencio. Eleazar dirigió su mirada de odio a Marcos.

— Es verdad lo que dices, eres un débil — escupió Eleazar —. Cuando te necesitó no pudiste ayudarla. Inútil.

Marcos se levantó. No dijo nada.

— Vete de mi casa — Marcos no se movió —. ¡Largo!

Marcos se fue casi corriendo y sin despedirse.

282 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora