Capítulo 51.

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Las mejillas me quemaban levemente por el exceso de alcohol en mis venas, no estaba borracha, pero sí más contenta de lo normal. Natalie ya se había marchado, después de casi quedarse dormida en las piernas de Castiel. Al parecer en este lugar no solo había mayordomos, empleados del hogar y camareros, sino que también había niñeras que venían exclusivamente cuando Natalie se quedaba a dormir aquí. Con solo un silbido una mujer de unos cincuenta años había venido casi corriendo junto a una más jovencita, cogieron a la pequeña en brazos y se la llevaron a la habitación a acostarla.

James no dejaba de hablar con Castiel y conmigo de cualquier chorrada, me caía muy bien, pero eso pasando las doce de la madrugada empezaba a cambiar. El anciano también se había bebido unas cuantas copas de vino y no podía dejar de charlar.

Creo que Castiel notó el cansancio en mi rostro, puesto que colocó su mano encima de mi muslo y me miró para después mirar a su abuelo.

—Abuelo, si no es mucha molestia, estamos algo agotados por el viaje y necesitamos dormir un poco —cortó la conversación con una sonrisa amable.

Su abuelo estaba tan pasado de copas que ni le importó, solamente asintió con la cabeza y siguió tomando de su copa mientras que los camareros comenzaban a llegar para quitar los platos de la mesa.

Castiel se levantó y me tendió la mano, me levanté también entrelazando nuestros dedos. Empezó a guiarme por algunos de los pasillos extensos.

—Siento todo esto, no creí que bebería tanto.

—Tranquilo, había que celebrar mi llegada de alguna forma —bromeé sonriéndole.

Me dedicó una sonrisa, pero su cuerpo estaba algo tenso. Parecía como si por su cabeza estuvieran pasando cientos de pensamientos a toda prisa y eso me preocupaba. La cena había ido de maravilla, pero temía que quizás para él no hubiera sido igual.

—¿Ocurre algo? —le pregunté a la vez que empezábamos a subir unas escaleras, no sabía a donde me estaba llevando, pero le dejaba hacerlo. Lo único de lo que estaba segura era de qué la habitación de invitados en la que yo me iba a hospedar ya la habíamos pasado.

—No, nada —contestó algo ausente sin mirarme.

Fruncí los labios sabiendo que me estaba mintiendo. Lo conocía bien aun estando algo pasada de copas.

De repente, en mitad de uno de los cientos de pasillos, me soltó la mano y se acercó hasta una esquina para sacar una cuerda que estaba unida a algo en el techo. Miré atenta todos sus movimientos, con el entrecejo levemente arrugado. Tiró de la cuerda con fuerza hacia abajo y una escalera comenzó a caer con lentitud.

—¿Qué es esto? —pregunté confundida, pero no contestó.

Se aseguró de que la escalera estuviera bien colocada apoyando el pie para ver si la fuerza aguantaría nuestro peso y al verificar que sí, se giró hacia mí.

—Ven conmigo —me indicó extendiendo su brazo en mi dirección para que le cogiera de la mano, lo miré expectante.

—¿A dónde vamos? —insistí.

Rodeó los ojos y movió su cuello, estirándose, después volvió a clavar esos ojos verdes llenos de oscuridad e intensidad en los míos.

—A mi lugar favorito —contestó como si eso me fuera a dar las respuestas que buscaba, cuando en realidad solo hizo que mi confusión aumentara.

Miré hacia arriba intentando visualizar que sería lo que habría ahí. No es qué me diera miedo, pero si algo de curiosidad y confusión por subir a un sitio al que no tenía ni idea de que podía encontrar dentro. Bajé la cabeza luego de unos segundos y clavé mis ojos en su mano, la cual agarré sin dudarlo más.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora