Cacería (II)

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Los habitantes del bosque estaban inquietos, amedrentados por las presencias de alto nivel, así que los depredadores se guardaban de arriesgarse a atacar y ser descubiertos. Estaban escondidos, o habían huido de la zona. Por ello, no tuvieron que enfrentarse a ninguno de ellos.

Sin embargo, su problema era mucho peor. Había expertos rastreadores tras ellas, y de mayor poder.

Consiguieron despistar a otros tres en un lago. Usando dos respiradores del juego, uno para ella y otro para su hermana, lograron esconderse en el fondo el tiempo suficiente para que se marcharan, uno de ellos definitivamente. Había sido herido por otro en un ataque sorpresa, y no tuvo más remedio que usar uno de sus ases en la manga para despistarlo y huir de allí. No obstante, en su condición, no tuvo más remedio que abandonar la búsqueda.

Otras clases tenían habilidades para respirar bajo el agua mucho antes, pero no así ella. Por ello, había comprado los respiradores en su día. Gracias a ello, ahora los había tenido a su disposición, en lugar de usar el hechizo por el que podía ser descubierta.

Los otros dos tenían fuerzas similares. Se miraron, se evaluaron mutuamente, y se dirigieron cada uno en una dirección. Un enfrentamiento sin un favorito claro sólo les podía restar posibilidades de lograr la tentadora recompensa. Y había otros competidores.

Si se hubieran quedado un rato más, hubieran visto la sangre de una serpiente acuática, víctima de Burbujas Afiladas. Dos niveles más y con ventaja de terreno, había creído que se encontraba ante dos presas fáciles, pero había acabado siendo ella la presa.

Pensaron en ir hacia atrás, pero había alguien acercándose por allí. Así que siguieron en la única dirección que no sabían que hubiera nadie, pero sintiendo que el cerco se estrechaba. Casi las habían atrapado esta vez. Al fin y al cabo, se enfrentaban a cazadores y rastreadores expertos, así que era todo un logro haber escapado hasta entonces.

La última opción era correr sobre el lomo de la felina, pero eso las dejaría al descubierto, revelando su posición a todos los perseguidores. Y ni siquiera sabía cuántos de ellos había, dónde estaba cada uno de ellos, o cuán rápidos podían llegar a ser.



–Ha llegado– murmuró con una sonrisa el hombre-castor, que las llevaba esperando desde hacía horas.

Había colocado varias trampas que necesitaban que él las activara, por lo que no habían saltado cuando otros cazadores habían pasado cerca de allí. Eso le había preocupado, temiendo que la capturaran antes que él, pero ahora sentía que había valido la pena esperar.

–Tiene que estar cerca. Es el único camino– se dijo la arachne, no muy lejos de allí.

Había estado monitorizando a los cazadores, intuyendo que su presa los había logrado esquivar varias veces. Por ello, estaba tejiendo algunas trampas, para capturarla, y puede que a algún cazador.

–Maldita, me engañó...– musitó la rastreadora

Había recuperado y perdido el rastro varias veces, pero sabía que estaba cerca. Las hojas rotas por las pisadas de sus presas eran recientes. No hacía mucho que habían pasado por allí.



La azor albina estaba sumamente preocupada. Cada vez quedaban menos opciones, y sus enemigos se iban acercando. Había algunos a apenas cien metros de sus hermanas.

Su única oportunidad residía en que se pelearan entre ellos, pero probablemente no lo harían a menos que tuvieran una ventaja clara. O eso habían hecho hasta entonces.

–Hay algo extraño en esta parte del bosque, puede que trampas– intuyó la lince.

El olor, los movimientos de los insectos, los huecos dejando pasar el sol. Algo no cuadraba en aquella zona.

Detectar Maná y Detectar Energía descubrieron varias de ellas, mas no tenían tiempo de desarmarlas, sólo tratar de esquivarlas, sus enemigos estaban demasiado cerca.

Mientras esquivaban las trampas, las Alarmas que la elfa había puesto saltaban una tras otra, y la lince podía oír las pisadas de sus perseguidores. Eso significaba que quizás ellos también podían oírlas a ellas. Además, Detectar Vida daba muchos resultados.

–¡Girar hacia la derecha! ¡Alguien se acerca en vuestra dirección!– exclamó ansiosa la hermana alada –¿Hermanas? ¡¡Hermanas!!

De repente, había perdido el vínculo con ellas, lo cual sólo podía pasar si estaban lejos. O si habían muerto. Entrando en pánico, se lanzó en Picado hacia donde deberían estar, dispuesta a averiguar qué había pasado. O, si era el caso, morir con ellas.

Su súbito descenso fue detectado por los cazadores, sin saber muy bien qué era. Pero, de repente, su aura se esfumó.

–¿Qué ha sido eso?– se preguntó uno de ellos.

–¿Dónde están? Ya no puedo oírlas. ¿Habrán escondido su presencia? No las voy a dejar escapar esta vez– se dijo otra.

Sin embargo, a pesar de recorrer el lugar durante horas, ninguno de ellos logró encontrar más que un rastro que desaparecía de repente.

Hubo más de un conflicto entre ellos. En especial con la arachne, al caer alguno en sus telas. Habían acabado casi una docena de ellos en una zona reducida, y todos desconfiaban de los demás. Incluso algunos creían que otro la habían escondido. Pero les era imposible averiguar el quién, el cómo o el dónde.

Finalmente, después de inspeccionar bajo cada piedra, empezaron a dispersarse, queriendo encontrar de nuevo el rastro de su presa, el rastro de una jugosa recompensa.



Goldmi y la lince no tardaron en darse cuenta de que algo había cambiado. Y, lo que era peor, habían perdido el contacto con su hermana.

–¿Hermana alada? ¿Dónde estás?– la llamó la felina, muy preocupada, pero no hubo respuesta.

Estaban en un bosque, pero había algo diferente allí, algo que, sin embargo, no parecía amenazante. Si algo las había atrapado, no parecía tener malas intenciones, aunque esa sólo era su percepción. Incluso podía ser un disfraz.

De repente, algo entró allí, como atravesando una barrera invisible. Como teletransportándose.

–¡Hermanas!– exclamó la nueva presencia, frenando y aterrizando sobre el hombro de la elfa.

–¿Dónde estabas? ¿Te habías perdido?– se burló de ella la felina, olvidándose de su preocupación previa.

–¡Os habíais perdido vosotras!– la acusó ésta –¿Dónde estamos?

–No lo sé– respondió la elfa.

–¡Bienvenidas!– las saludó de repente una voz.

Se giraron para encontrarse con una dríada, que había aparecido tras un árbol. O quizás de un árbol. Sonreía ampliamente.

–Gracias por salvarnos. Yo soy Goldmi. Ellas, mis hermanas lince y azor.

–Sé quien sois, je, je. Yo soy Ribvla. Pero no os he salvado. No puedo inmiscuirme así como así– negó ésta.

–Entonces, ¿qué hacemos aquí?– se extrañó la elfa

–¡Os he invitado! Miletna y Maldoa nos han contado muchas cosas de ti y, me preguntaba... si... me cocinarías algo.

Los ojos de la dríada parecían brillar al hacer su petición, algo que dejo a las tres hermanas anonadadas. Aunque a Goldmi más que a ninguna. Al fin y al cabo, las otras dos comprendían perfectamente el atractivo de la comida cocinada por su hermana elfa.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora