Ella estaba deslumbrante con su vestido de novia. Como una blanca flor de loto irradiaba pureza. Su velo se arrastraba por el suelo, como un cometa arrastra por el cielo su cola estrellada.
El novio la esperaba orgulloso en el altar.
Para cualquier mujer normal hubiera sido el día más feliz de su vida, pero para ella la boda era solo una típica ceremonia tribal, en la que una virgen es ofrecida en sacrificio a un macho para convertirla en su esclava toda la vida.
Siempre pensó que las esposas eran una combinación de empleadas domésticas sin salario y prostitutas privadas. Había prometido no casarse nunca, ni amar a ningún hombre, recordaba la triste vida de su mamá, ella era como una esclava de su padre, siempre callada, siempre dispuesta a atenderlo, siempre lista para complacerlo sexualmente en cualquier momento, hasta cuando estaba tan cansada que ya no podía mas.
El llegaba del trabajo, se la llevaba al cuarto y cerraba la puerta con llave, después su mamá quedaba llorando. Si no había sexo no había comida, las veces que ella se negó a hacerlo, se quedaron todas sin comer.
Johana deseó muchas veces que el muriera, pensaba que era el peor padre del mundo, era serio, frio y con un terrible mal carácter. Nunca tuvo una palabra, ni un gesto de cariño para ella ni para sus hijas.
Quería saber que hacían en ese cuarto, era una niña muy curiosa, una vez hizo un agujero en la pared de madera del dormitorio. Así pudo observar el acto sexual tal y como es, pero realizado con la bestialidad con que lo practicaba su padre y desde entonces comenzó a odiar a todos los hombres.