Al compas del destino

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-Trafalgar, te necesitan en la sala de urgencias-

Un joven alto, de piel morena y profundas ojeras, se puso de pie y se encaminó, sin decir palabra, hacia donde lo solicitaban para su deber.

Este era uno de los más jóvenes y experimentados médicos del plantel, había terminado su carrera como un verdadero prodigio y con notas de excelencia. A pesar de todas sus hazañas, resultaba ser alguien reservado y con un habla mordaz si acaso se le ocurría a alguien contra decirle u ordenarle.

Ya se encontraba en la sala de operaciones en la segunda planta del edificio, la número 4 para ser exactos.

Muchos se preguntaban qué era lo que impulsaba a ese hombre a seguirse superando y seguir avanzando, puesto que si muchos lo admiraban por su gran destreza médica, igual tenía un gran número de personas que lo preferían muerto y eso se lo recordaban al chico todas las cartas que había en su buzón al regresar a casa.

La operación fue un éxito. Nuevamente se había lucido, prácticamente resucitando a la joven que ahora estaba en una habitación del hospital. Muchos de los parientes de la paciente se acercaron a él  para agradecerle, pero él no estaba de humor para eso. Así que se fue hacia la salida que había detrás del hospital, la cual utilizaba cada que necesitaba evadir a la multitud de gente en el frente.

Caminó en dirección a su motocicleta, era de color negro y tenía unas motas de color amarillo en algunas partes, se puso el casco y condujo dirigiéndose a su departamento.

Una vez que hubo llegado puso todos los seguros de la puerta e ingresó al lugar, miró unas fotos en unos marcos de metal, eran él y otro hombre, alto, de mirada amable, con lentes oscuros sobre sus rubios cabellos y un cigarrillo. Ese hombre era su mentor, Donquijote Rosinante, pero para él era Cora-san, un apodo que le había puesto cuando aún era pequeño.

Cora-san había sido asesinada, hace ya 18 años. Hoy era el aniversario de su muerte.

Law aún no aceptaba el hecho de que su amado mentor había sido asesinado, le dolía demasiado el pensar que se había sacrificado por su seguridad cuándo él aún tenía 11 años. Tomó una de las fotografías y la estrujó contra su pecho. No lloraría, ya no era lo correcto y ya lo había hecho demasiado, además sabía que cora-san no gustaría de verlo así, tan triste, ya que antes de esconderlo de su asesino le regaló su más radiante sonrisa y le dijo cuanto lo quería.

Él siendo aún un pequeño a unos pasos de la pubertad,  lloró, claro, una vez que ese mal nacido se había ido al no hallar lo. Recordaba ese día de una manera tan clara que pareciera que había ocurrido ayer y no hace 19 años ya, los cuales se cumplían hoy.

Cora-san era un oficial de FBI, en donde trabajaba de manera encubierta.

Lo había acogido cuando él había contraído una enfermedad mortal y supuestamente incurable. Pero de alguna manera había logrado curarlo, justo como se lo había prometido, para luego unos meses después dejarlo sólo de nuevo, muchas veces se había preguntado la causa de por la cual los perseguía y la razón por la cual deseaba asesinarlos, obteniendo y llegando, siempre a la misma conclusión, Doflamingo era un loco desquiciado.

Se había sentado en uno de los sofás negros que tenía ubicados en el living, aun sostenía la foto y la miraba con nostalgia, extrañaba esos días en donde reírse o sonreír era tan simple.

Hace 2 años atrás había encontrado a un chico, un pelinegro de sonrisa deslumbrante, quien le había sacado de las tinieblas en las que vivía y había logrado adentrarse en su pequeña burbuja de soledad logrando volverse alguien importante, hasta el punto de casi necesitarlo para respirar, pero solo por un corto periodo, ya que una vez que le había encariñado con el niñato, éste tuvo que irse de servicio a otro país, en donde al igual que su mentor falleció, siendo brutalmente violado y asesinado. Se había enterado de la devastadora noticia gracias a las noticias internacionales y a un mensaje que le había llegado del teléfono del chico.

Antes de irse le había prometido su regreso y que estaría bien mientras tanto, pero para la desgracia de ambos, no fue así.

 Lo había sufrido, planeaba pedirle que viviera con él una vez que hubiera regresado de su viaje. 
Pero el destino nuevamente le había frustrado sus planes y la nueva oportunidad de ser feliz. Por un tiempo los recuerdos lo atormentaron haciendo le recordar todo lo que había vivido a lado de él por unos cuantos meses, lo besos, las caricias, la entrega del uno con el otro, todo lo había martirizado, hasta el punto de formase parte de su existencia.

Harto de intentar salir de su oscura y asquerosa vida se enfocó en su carrera médica, graduándose antes de lo esperado. Lo habían contratado en un hospital de la zona un mes después de egresar.

Su vida parecía perfecta, pero lamentablemente estaba destinado a la ruina y a la soledad.

Unos golpes en la puerta lo sacaron de sus lúgubres pensamientos, miró hacia ella y se preguntó quién sería, no esperaba visitas. Caminó con paso lento hacia la puerta sin siquiera soltar la foto y con un sentimiento que le oprimía el pecho, tantos recuerdos nostálgicos, devastadores y  notoriamente tristes eran demasiado para él. Los golpes en la puerta no cesaban. Aún sin dar respuesta tomó la manija de la puerta, algo muy en su interior le rogaba a gritos que no abriera que se diera la vuelta y lo ignorara. Pero estaba tan absorto que no la tomó en cuenta y con la misma abrió.

En la puerta un rubio, con un pomposo abrigo rosa, de traje y gafas estaba de pie junto al marco de la puerta. Dentro de sus recuerdos tenía una vaga idea de haberlo visto, pero no tenía ni idea de donde, o tal vez sí.

De su abrigo sacó una revolver de calibre 23 y apunto entre los ojos del pelinegro.

-Law, haz crecido mucho- y una macabra sonrisa se escapó de sus labios.
Un escalofrío recorrió la espalda del ojeroso, pero su rostro permanecía impasible. Hasta que en su mente algo hizo clic unos todos sus recuerdos bloqueados de la muerte de cora fluyeron como una película ante sus ojos.

No pudo ni decir palabra ya que ante su reacción el rubio solo ensanchó más su sonrisa y jaló el gatillo, al caer los cristales del marco de la foto volaron por todos lados y una mancha de sangre se extendía por el piso. Guardó de nuevo el arma y miró el moreno cuerpo tendido en el piso.

-Maldito mocoso, 18 años para matarte, pero que divertido fue pero la diversión ha terminado.-  se dio la media vuelta y se fue como si no hubiera ocurrido nada.

Al día siguiente los del hospital trataron de contactarlo, pero les fue imposible, esperaron unos días más y lo reportaron a los oficiales, como desaparecido. Al momento de registrar su domicilio encontraron su cuerpo tendido en la entrada rodeado de cristales provenientes del marco que la víctima aún sostenía con recelo. Se hizo el entierro correspondiente, ninguna herencia, ni lágrimas sinceras se dieron luego de su muerte. Ya que el joven carente de parientes o amigos cercanos, se sumió aún más en la soledad de su alma abandonada y resquebrajada al igual que el marco de la fotografía.

Se preguntaran si lo que Law vio fue feliz o triste, pues el solo pudo pensar en las últimas palabras de su mentor antes de dejarlo, acompañadas de su sonrisa...

"Hey law, te quiero”.

Para luego sentir como su corazón se detenía, lenta y dolorosamente.





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