Las viejas casas asentadas en la loma de San Juan, antiguo barrio quiteño, guardan más de un secreto. Por sus habitaciones y patios se deslizaban con pasos silentes las almas en pena de mujeres, niños y hombres que no han alcanzado a desprenderse totalmente de su vida terrenal.
Hace muchísimos años, era muy conocido el caso de la casa situada en la esquina de la Calle Canada y ... Ahí, exactamente al dar la cinco treinta de la mañana, entre la neblina que aún no terminaba de desprenderse de los tejados, se podía ver a una mujer envuelta en un rebozo negro que la cubría por completo, llevando entre sus huesudos brazos una tina llena de ropa acabada de lavar. Cruzaba silenciosamente el patio, traspasaba la pared que dividía los dos departamentos y se perdía en nunca nadie supo donde. Pero eso no era todo. Cada tarde, cuando comenzaba a oscurecer, el ánima triste estaba de regreso en el patio con su tina llena de ropa, entonces se la podía ver sobre la piedra de lavar, afanada fregando una ropa tan blanca que resplandecía entre la oscuridad de la noche.
Doña Gladys, una de las inquilinas que vivía en la casa contaba que unos le decían "La Viuda", por sus vestidos negros y otros "La Llorona", pese a que nunca se le oyó llorar. Tan familiar era su presencia que ya nadie le temía. Sin embargo, uno de los inquilinos se mudó y otra familia tomó en arriendo el departamento.
Los nuevos inquilinos, -que nada sabían de las particularidades que tenía la casa-, tenían varios hijos, entre ellos un muchacho de catorce años al que le decían el "cusho" porque le faltaba el pabellón de una oreja.
Es necesario aclarar que en aquellos tiempos, los vecinos compartían el servicio higiénico, éste, siempre estaba situado fuera de los departamentos y en una esquina del patio común, generalmente, junto a la lavandería.
Una noche, el "Cusho" se había visto llamado por sus necesidades orgánicas y como era normal, había salido en pos del baño. Al pasar, había visto a "La Viuda" lavando su ropita como de costumbre. Sin hacerse preguntas había saludado y había entrado al baño, luego de descargar sus intestinos se había tomado el tiempo necesario para darse una ducha y al salir había visto como la espigada señora llevaba en brazos su consabida tina de ropa recién lavada. Muy gentilmente se había ofrecido a llevársela, a lo que "La Viuda" había accedido silenciosamente. Pero para sorpresa del muchacho, la señora no se había dirigido a la puerta que daba a la calle, si no que se había dirigido a la pared que comunicaba los departamentos y ahí se había fundido con la pared ante los ojos aterrorizados del chico. Contaba la madre del muchacho que había llegado arrastrándose y botando espuma por boca y nariz, con los ojos extraviados y con el ademán de sostener algo entre sus brazos que se negaba a soltarlo.
Contaba doña Gladys que habían llamado a un Sacha para que le cure el espanto, pero que el mismo sacha había salido con los pelos de punta cuando la "viuda" se había presentado a media curación. Habían tenido que bajar a la carrera a la iglesia de la América para que el cura le espante los demonios.
A los tres día de bendiciones, baños con hierbas, sahumadas y ortigadas, había vuelto en sí. Los padres del muchacho habían decidido cambiarse de casa de inmediato, más aún cuando el chico al salir al baño, encontró a la señora nuevamente en la piedra de lavar.
En la imposibilidad de encontrar con premura un lugar para salir, tuvieron que enviar al chico a casa de una tía donde estuvo hasta que toda la familia pudo cambiarse de la casa de la viuda, como era conocida.
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LA VIUDA DE SAN JUAN
Mistério / SuspenseCasos asombrosos sucedidos en casas que guardaban entre sus paredes a aquellos que no habían podido desprenderse de la vida...