Capítulo II

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El desgarrador grito de mi compañero me alteró lo suficiente como para salir corriendo en su búsqueda. No me importó el hecho de que todos los Gigantes Cosidos habidos y por haber me vieran, yo tenía que ir con Maxim. Aceleré lo más que pude hasta llegar al otro extremo del laberinto y ahí estaba él, tirado en el suelo como un perro, sangrando… muriendo… ¿o no?

—Janette… ¿qué esperas? A… yúdame —dijo con dificultad. Empezó a arrastrarse hacia atrás, ¿por qué lo hacía? Yo estaba… en shock—. ¡Apúrate! A… ahí viene.

Me acerqué a él y lo sujeté, pasando mis manos por debajo de sus brazos y entrelacé mis manos en su pecho, jalándolo hacia mí. Soltó un alarido de dolor cuando lo recosté sobre una de las paredes, se veía pálido.

—Alejémonos de aquí… por favor —rogó.

Hice el mismo procedimiento y lo llevé un poco lejos, mientras los arrastraba y el hacía un esfuerzo por moverse, pudo observar a un hombre gordo con una apariencia similar a la de la mujer que vi hace unos minutos atrás. Parecía buscar a alguien… a Maxim.

Miré a mi compañero, estaba realmente pálido, como si hubiese perdido mucha sangre. Alcé mi vista al camino de sangre que el ruso había dejado, no era la suficiente como para decir que se desangraría pronto.

—Debemos huir pronto de aquí… ese hombre… trató de matarme…

—¿Qué te pasó? —le pregunté, exaltada.

—Iba caminando y ese hombre salió de la… nada, comenzó a perseguirme e intenté correr, las paredes ahora tenían cuchillas… no me di cuenta y me corté un poco. —Intentó explicarme mientras se quejaba del dolor.

—¿Te cortaste un poco? ¡Estás sangrando como loco!

—Sólo fueron los brazos. Ahora lo que más importa es ver como saldremos de… aquí. La puerta para regresar está… siendo vigilada por ese duende asqueroso, no hay salida. —Lo pensé un poco y recordé aquella puerta roja, ¿y si era una salida?

—Creo que puede haber una: revisando entre caminos, hallé una puerta roja pero… una mujer muy parecida al Hombre Azulado se acercó a mí y… me fui. Pensé que me mataría —confesé un poco apenada.

—Hiciste bien… ese sujeto se acercó a mí hablando una lengua extraña, me sentí cada vez más débil y… ruido. Se escuchó un ruido y salió corriendo hacia el sonido.

—Hay que ir a la puerta roja, ¿puedes levantarte? —él asintió e intentó levantarse, lo ayudé como pude—. Debemos ser cuidadosos, hay gigantes por todos lados.

—¿Gigantes? —preguntó con asombro, entretanto, comenzó a mirar en todas las direcciones posibles.

—Aún no hay ninguno, deben estar en el centro.

Proseguimos a caminar despacio hasta que llegamos a la parte central del laberinto y, como cosa extraña, no vimos, sentimos o escuchamos a algún Gigante Cosido. Llevé a Maxim hasta mi esconditey le indiqué que se quedara sentado ahí hasta que lo viniera a buscar, tenía un aspecto bastante deprimente: sus ojeras habían aumentado y su piel lucía pálida… parecía que su existencia se desvaneciera cada segundo que pasaba.

—Iré a ver qué puedo hacer, si abro la puerta vendré a buscarte. Descansa y si pasa algo, grita. ¿Está bien? —le dije mientras tomaba sus manos, me dio una sonrisa en respuesta. Eso significaba un “sí”.

Caminé con sigilo hasta la puerta, Maxim no tenía idea de lo mucho que me dolía dejarlo allí, pero tenía que hacerlo. Tomé el mango de la puerta y comencé a agitarla de nuevo pero esta vez, lo hacía con furia.

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