PRIMERAS PAGINAS

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A pesar de todo lo que él había escuchado, Álvaro Rodríguez no creía que nada de eso fuera cierto. Él había conducido desde la terminal de la ruta 116, hasta los semáforos del mercado Iván Montenegro que es por donde quedaba su casa. Su madre  y sus hermanos particularmente se sentían hartos de vivir en esa casa que era demasiado pequeña para cuatro personas, y a las personas se les antojaba demasiado terrorífica como para alquilarla. La casa de verjas blancas y color verde parecía que nunca iba a llegar a ser alquilada. ¿Pero porque? Pensaba a veces Roberta Mendoza; madre de Álvaro Rodríguez.

Pero porque…

Álvaro entró de retroceso en el semi-estrecho anden donde vivían, a como hacía lo hacía siempre, era Octubre y en esa temporada del año, a pesar de toda la cosa de la sequía, el cielo estaba cubierto de nubes negras. Álvaro parqueó el carro. Lo apagó. Y decidió entrar a la casa que ahora––aparentemente––estaba sola y en completo silencio. Siempre que se quedaba solo en su casa el siempre caminaba viendo constantemente hacía atrás para ver si la cosa, la sombra, el espíritu o lo que fuera que las personas que habían estado en la casa por algún periodo de tiempo aseguraban haber visto, de verdad existiera. Pero lo que Álvaro siempre encontraba detrás de él al girar su cabeza era oscuridad y silencio. Ningún rastro de seres malignos que vigilan en cualquier esquina oscura de la casa, ni de sombras de seres humanos de dos metros de alto que se dejan mirar, levantan lo que parece un brazo y hacen un gesto de llamado con él.

Ahí había miedo. Estaba por todas partes. Y casi todas las veces que el peso del silencio y la soledad rodeaban su hogar cuando él se quedaba solo, empezaba a recordar––

––En el año 2007 el servicio eléctrico se suspendía casi por toda la tarde (debido a recortes energéticos), y reanudaba  casi hasta las 6 de la tarde; o más tarde. Normalmente las luces se apagaban de tarde, pero había sus días en los que la electricidad se suspendía por las mañanas y volvía hasta la tarde. Y otras, raras pero existentes veces, el servicio eléctrico se suspendía por toda la noche, o una gran parte de ella. Una tarde–– una de esas en las que todos sabían que no habría electricidad hasta las 6 de la tarde––; Roberta Mendoza hablaba con su buena amiga María Blandón, ambas estaban sentadas en el pequeño porche de la casa porque dentro de la casa era muy oscuro y el calor sin un abanico o aire acondicionado era terrible. En el porche había frescura, y había luz. Roberta se quejaba con María que esos recortes de energía la iban a llevar a la mera quiebra porque el Cyber-Café no producía dinero el tiempo que no había energía. Y Roberta siempre agregaba que los perros de Disnorte–Dissur siempre le mandaban el recibo de luz y en este ni siquiera un córdoba venía menos a pesar de los recortes de luz.

“Pareciera con esos hijos de puta que la luz se pagará conforme una mensualidad establecida y no conforme uno consume. ¡Que coman mierda!... Primero nos quitaron las luz por 8 horas y ahora dicen que serán por 12.”

María pensaba que Disnorte-Dissur era un gran saco de mierda también, pero la conversación no podía ser de toda la tarde, mientras no hubiera luz, pasársela desahogándose el profundo odio que quizás no solo Roberta y María, sino que toda Managua sentía hacía la compañía de electricidad.

Nosotros no producimos la energía, solo la distribuimos.

Tanto Roberta como María habían desarrollado un especial vicio a la Coca-Cola, y no podía haber ninguna conversación en la que no hubiera un vaso de esa bebida de por medio. Roberta sacó de la bolsa de su pantalón un billete de 20 córdobas, ajustó 3 córdobas más y le dio el dinero a María, pero también se necesitaba la botella retornable de 2 litros, y la botella estaba hasta el fondo de la casa; justamente al lado del lavandero. En la casa no había patio y ese era el motivo por el cual ella era muy oscura. Roberta dijo: “Tengo pereza de ir a traer la botella,” entonces María dijo que ella lo haría.

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⏰ Última actualización: Dec 18, 2014 ⏰

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