Parte Única

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Abrió los ojos, la campana de la iglesia estaba sonando y hacía retumbar las paredes de la habitación, provocando que de vez en cuando algunas motas de polvo cayeran desde el techo. Cada día al despertarse se preguntaba por qué él y Victoria habían decidido instalarse casi junto a la iglesia. Supuso que eso sería una de las tantas cuestiones que nunca podría entender.

El último campanazo indicaba que ya eran las doce con un minuto del medio día.

Se sentó en la cama y la cola de su gorro para dormir le tapó la vista, la lanzó hacia atrás con un pequeño empujón de su mano y observó el paisaje a través de la ventana.

Cielo nublado y gris, nubes que parecían estancadas y uniformes, no podías sentarte sobre la hierba y buscarles alguna forma curiosa, pasarías una eternidad buscando sin toparte con nada interesante; se levantó y fue hacia la ventana, apoyó una mano en el cristal con intención de abrirla, pero se detuvo, para qué, si en ese lugar el aire siempre era frío y no había sol que admirar. Observó a los transeúntes, no le sorprendió que fueran los mismos de siempre haciendo lo de todos los días: los que trabajaban par él cortando el pescado, el relojero limpiando la entrada de esa tienda a la que pocas veces entraba alguien, uno que otro pueblerino comprando el pan fresco de la mañana y, si no estaban justos de dinero, dándose un pequeño gusto comprando mantequilla o mermelada.

Siempre lo mismo.

Podría decirse que en ese pueblo estaban más muertos que los que habitaban el mas allá.

Emily...

Apenas ese nombre cruzó su mente se sintió un poco más débil y por unos segundos le dolió el corazón. Le dio la espalda a ese pueblo deprimente y comenzó a vestirse, con esas ropas carentes de color, casi fúnebres. Resopló, su pecho se sentía pesado, al igual que todos los días. Hasta sentirse así era una rutina, y no encontraba la forma de escapar de ella.

Terminó de arreglar el pañuelo de seda que usaba como sustituto de esa incómoda corbata, esa que solo usaba cuando necesitaba asistir a fiestas de sus escasos conocidos o en juntas de negocios. Esa incómoda corbata que le quitaba el aliento...

Emily... respóndeme...

Miró la hora y el reloj colgado junto a la puerta le indicó que había tardado más de la cuenta en vestirse. Bajó corriendo las escaleras hasta el comedor donde su esposa debería estarlo esperando con el almuerzo y, si no había llegado aún de las compras, con algún bocadillo que sobrara del desayuno.

Aunque no llegó mas allá de dar un par de pasos en el suelo del primer piso.

La música fue lo que lo detuvo en seco...

Se giró lentamente y observó la puerta del cuarto donde estaba el piano que habían trasladado desde la casa de los Everglot. Podría haber sido su imaginación, se esforzó en creerlo. Pero sus ojos se abrieron desmesuradamente y la barbilla comenzó a temblarle ligeramente cuando a sus oídos llegaron las claras y tétricas notas del piano.

Emily... ¿eres tú?

No podía ser, ella... ella era la única mujer que conocía que pudiera tocar esa canción.

Su canción, la que solo ellos dos conocían.

Su corazón empezó a latir más y más rápido con cada paso que daba hacia la puerta semi-abierta. Una luz espectral se colaba por los escondrijos y el marco de la puerta, y lo llamaba, tentaba su curiosidad y engañaba a su esperanza, le ordenaba que se acercara y que entrara en aquel cuarto.

Nota tras nota, tono tras tono, compás tras compás, esa música seguía llenando su cabeza, despertando a todos los fantasmas que había enterrado en lo mas profundo de su ser, espectros de esos pocos días en los que pudo sentirla, en los que la tubo en sus brazos, en los que pudo haber actuado para mantenerla siempre a su lado. Días pasados que volvían con esa música.

Voces Del AvernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora