Susurros del más allá

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Aquel día de diciembre cuando salí a dar mi paseo diario por el jardín de la mansión, divisé a lo lejos, detrás de un árbol a una mujer. Me acerqué a ella y me llevé una gran sorpresa, su cabello era castaño, sus ojos color miel y vestía un largo vestido azul como el mío, prácticamente era idéntica a mí. Mientras la miraba estupefacta, presa del pánico y del desconcierto, mi doble empezó a llorar advirtiéndome a gritos que huyera y me alejara lo más que pueda de la mansión y que nunca volviera. En ese momento no le entendía pero, lamentablemente, cuando por fin lo hice ya era demasiado tarde.

La mujer retrocedió poco a poco en dirección al bosque, parecía que la arrastraban y se la querían llevar de ahí, algo quería que no me hablara, o alguien. Me quedé parada junto al árbol por unos minutos más, aun temblando por la extraña aparición. Decidí regresar a la mansión más allá de sus advertencias ya que tenía que darle clases a los niños.

La casa estaba solitaria, el mayordomo había salido al pueblo a comprar varios ingredientes que faltaban para la cena de noche buena. Yo me encontraba en la sala revisando mis apuntes cuando las velas que se encontraban en la habitación se fueron apagando una a una, dejando como mi única iluminación la que se encontraba sobre la mesa al lado mío. Un aire fresco entró por la ventana corriendo un poco la cortina, lo suficiente para poder observar la sombra que se encontraba en ella. Cerré los ojos y los volví a abrir, la figura ya no estaba, seguramente lo había imaginado. Una mano tocó mi hombro y yo volteé pensando que era alguno de los niños, pero quien había tocado mi hombro no era más que su madre, Amelia Montserrat. Pensé que mis ojos me engañaban, no podía ser cierto, ella había muerto hacia tres años, justo cuando yo empecé a trabajar. En su momento, fui como una madre sustituta para los niños, algo que ella nunca me perdonó y que además fue el motivo por el cual, aquel 22 de diciembre fallecí. Para todos sufrí un paro cardíaco, pero yo muy bien sabía que fue el espíritu de aquella mujer quien me mató, nunca supe cómo, simplemente sé que lo hizo. Fue entonces ahí, en mi último suspiro, cuando me di cuenta que a mi doble tenía razón, ella ya lo sabía. 

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