CAPÍTULO 12

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Taehyung nunca antes presenció un arrebato tan enfurecido como el de su madre. Lo comparó con el del último vendaval que azotó el castillo hace un par de años, que terminó destruyendo parte del ala norte, la que daba a las habitaciones de la corte. La enormidad de la fuerza de aquellos vientos hizo temblar hasta los cimientos de la fortaleza, justo como los ánimos embravecidos de la reina en esa ocasión.

Fue cosa de temerse porque, en los años que llevaba conociéndola, acostumbró a comportarse con decencia y honradez. Se preguntó cuánto pudo cambiar tras su larga ausencia, fuera del imperio. Pasó por la desventura de perder al hombre que le daba sentido a sus días. De ahí a que su personalidad se haya tornado oscura, suponía un enorme cambio.

Ella siempre supo ser distante y fría, una persona que pensaba y evaluaba constantemente el poder que sus acciones tendrían. Cargaba con un puesto muy importante que no le permitía darse el lujo de manchar su reputación. Por eso lo sorprendió que tomara la decisión de impedirle la entrada a la capilla para la misa de despedida a los restos de su padre, si es que osaba dar un paso más de la mano de Jimin.

El príncipe mayor se cuestionaba si la orden que le había dado se generaba de un desprecio hacia la naturaleza de doncel de Jimin, ante un rechazo por su homosexualidad o si se debía a la procedencia y falta de títulos del rubio. Lo más probable seguramente sería una mezcolanza entre las diversas opciones, cosa que lo hirió un poco.

Pensó que su madre le daría una oportunidad antes de juzgar a alguien por sus orígenes. Mínimo como una forma de respeto hacia la confianza que él depositaba en Jimin. Claramente, no fue el caso.

Fue por eso que se encontró huyendo de la entrada, arrastrando al rubio consigo. La humillación que recibió fue dolorosa e injusta. No tenía por qué tratarlos así. Y Jungkook... Él ni siquiera cuestionó la autoridad de su madre. Se limitó a girar la cabeza y concentrarse en el altar, como si nada hubiera pasado, como si no le interesara nada más que continuar lo que ya había dado inicio.

Taehyung le ordenó al guardia que los acompañó desde su ingreso que pusiera a resguardo a su Jimin y lo condujera a una de las habitaciones que pertenecían a su ala del castillo. Pidió expresamente por la mejor que hubiera. Se despidió del pequeño, que se mostraba reticente a abandonarlo. Lo convenció con un beso casto, dejándolo con la mirada sorprendida y las mejillas coloreadas. Cualquier cosa en él resultaba adorable.

El príncipe soportó toda la celebración en el exterior de la construcción, con la helada calando hondo a través de sus ropas, mientras su respiración resollante salía en forma de nubecitas de vapor blanco y su cuerpo se resistía a los temblores. Su mirada no se despegó de las puertas de madera cerradas, deseando poder volarlas en pedazos. Se sentía abandonado cual perro a la intemperie, castigado sin fundamentos ante el acto de cobijar bajo su protección a su enamorado.

Ni bien terminó todo, las personas fueron saliendo de una en una, ignorándolo magistralmente, sin dedicarle ni siquiera unas palabras de consuelo y aliento. Se sintió como un leproso al darse cuenta de que pasaban lejos de él. No lo miraban, enfrascados como estaban en sus propias conversaciones sinsentido.

No les tomó importancia. Malditos cortesanos. Vivían del agrado de la realeza, en una casa que no era suya, gastando dinero que tampoco les pertenecía. ¿Se creían mejores que él? Pues eso habría que verse.

Esperó pacientemente por la mujer de vestido negro acampanado, la de mirada desafiante y congelante como las noches en el desierto. No la reconoció como su progenitora. Esa persona distaba mucho de ser la madre que lo apoyaba, que lo veneraba. La que le permitía cualquier capricho que se le ocurriera.

Taehyung le exigió verse en el interior del castillo, en la sala de reuniones, sin saludar a su hermano o a su prometida. Necesitaba solucionar el problema cuanto antes. No soportaría una recepción como aquella. No permitiría que se burlaran así de él como si fuera un don nadie.

Kivara (Kookmin / Vmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora