El capítulo completo.

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PRESENTE

Vuelve a toser. Esta vez siente un ligero dolor en la garganta. Sus labios se curvan hacia abajo en una mueca que no puede evitar ante la perspectiva de lo que podría venir. No puede darse el lujo de enfermarse, no de nuevo. La gripa causa somnolencia y debilidad, lo vuelve lento. Además no han pasado ni tres semanas desde la última vez. Hace tiempo se le acabaron las aspirinas y el último acetaminofén se lo tomó dos días atrás tratando, infructuosamente, de calmar una fuerte migraña. No se siente con ánimos para emprender una búsqueda de medicamentos, bastante tiene con  vivir en función de la comida, si es que a aquello con que se ve obligado a alimentarse merece el apelativo de “comida”.

La luz del sol es fuerte y picante, sin embargo busca en su mochila nueva y saca una bufanda. Odia usarla, pero si aguantar el calor y la rasquiña en la piel de la cara y el cuello va a servir para evitar enfermarse, bien vale la pena soportar la incomodidad.

—Peores cosas has soportado.

—Ya me puse la bufanda, deja de sermonearme.

Sigue caminando, es lo único que puede hacer. Azul camina a su lado, lo mira y ladra, como si estuviera confirmando aquello de que ha soportado peores cosas. Él le devuelve la mirada al perro e inclina la cabeza como pidiéndole que no se ponga de parte de ella. Azul parece entender, (o eso quiere creer el hombre), y continúa caminando con esa cojera que sufre desde hace meses, cuando le salvó la vida al hombre por segunda vez.

El hombre tiene clara una sola cosa: necesita encontrar un refugio. Fue una estupidez abandonar en medio de la noche su pequeña cueva, más si consideraba que solo lo había hecho para orinar. Pero, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Orinarse en los pantalones?

—Sí, tal vez eso debiste hacer, estás muy sucio, ¿cuál es la diferencia? —la voz de su esposa suele ser reconfortante, pero en momentos como ese desea que simplemente se calle de una buena vez.

—Mucha, sé que piensas que no tenemos nada, pero a mí me gusta pensar que conservo mi dignidad.

Su esposa lanza un bufido repleto de ironía, un bufido que él conoce de memoria y que logra pasar por alto, a pesar de lo mucho que lo odia. Azul vuelve a ladrar. Él vuelve a toser y ahora siente un leve dolor en la garganta. Se convence de que no hay nada que hacer, en muy poco tiempo el virus de la gripa hará de las suyas. Pero tal vez debería dejar de quejarse, una gripa no es nada.

Sigue caminando, ya encontrará algo. Aún tiene tiempo, por lo menos tres horas más de luz. Pero también tiene hambre, y cuando tiene hambre, su mente se empeña en amargarle la vida. Se imagina, sin poder evitarlo, una hamburguesa doble carne con tocineta y queso. Como los perros de Pavlov, empieza a salivar automáticamente. Intenta obligarse a desechar aquellos pensamientos, pero su mente a veces parece más decidida que él mismo. Es mi mente, se dijo, yo la controlo. Palabras débiles, sin sustancia. Tiene hambre y anhela comerse una hamburguesa, o tres si le da la gana. Como antes, cuando el mundo no había terminado de enloquecer. Mira a Azul, que camina a su lado siempre alerta, con sus ojos en permanente vigilancia y su nariz olfateando cada rincón. El perro también debe tener hambre.

En un edificio viejo y con una gran mancha verde de humedad en el costado derecho, ve a alguien que lo observa desde un sexto o séptimo piso, pero que en cuanto él levanta la mirada, se oculta tras unas cortinas. Ni siquiera tiene tiempo de saber si era un hombre o una mujer, pero, aunque siempre está la posibilidad de haberlo imaginado, le reconforta saber que hay más seres humanos en alguna parte.

Ve un par de tiendas de comestibles, pero si algo ha aprendido es a seguir sus instintos, así que a pesar de sí mismo y de los reclamos de su esposa, sigue caminando. Algo le dice que en esos lugares se esconde el peligro. Tal vez se equivoque, no es que su sexto sentido esté muy desarrollado, pero no vale la pena arriesgarse.

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⏰ Última actualización: Dec 19, 2014 ⏰

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Podridos - Capítulo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora