III

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Cerrando sus parpados, reclinó su cabeza elegantemente hacia atrás, entreabriendo sus labios para disgustar esas deliciosas aguas tibias. Pasando sus manos sobre su pecho por un momento, se deleitó sublimemente con el recuerdo de dos manos grandes que sujetaban su camisa con fuerza. Mientras que jadeos ahogados y gemidos robados, bañaban sus oídos en un triste beso que nadie quería terminar.

El aroma a su loción de baño y a su caro jabón, por un momento se mimetizó en esa colonia fuerte y varonil, que esa noche, había podido nuevamente oler. Bien adherido a la piel expuesta del cuello de Martín, en su ropa, que a pesar de la distancia seguía llegando a sus fosas nasales. Quedando impregnada cómo el dulzón de un buen vino.

Relamiéndose sus labios, por un momento, le vinieron a su mente los recuerdos. Los traicioneros recuerdos, que encuadraban las sensaciones que los mismos tenían. Fue completamente sincero, al decirle aquella vez a Martín de que lo que sentía por él jamás lo había experimentado con otra persona. Esa emoción constante de dos mentes brillantes que se unían, incentivándose mutuamente, dando a luz, en su seno, a una excitación sexual en donde ambos se veían envueltos. La inteligencia astuta y perversa, tan igual pero tan diferente a la suya, reencarnada en una persona que con solo mirarlo sabía de lo que estaba hablando. Esa complejidad y complicidad, de entendimiento en otra persona, Andrés no podía ignorar que más de una vez lo había hecho ponerse duro. Cómo ahora era el caso.

Llevándose la mano a su ya duro miembro chorreante, lo masajeó con cuidado. Recordando esa gruesa mano de dedos gruesos, que sujetaban un lápiz, o el cuello de una cara botella de vino, luego de haber completado un plan con éxito. Ancha, gruesa, pesada, esa mano rodeó su pene, masajeando en su camino sus hinchados testículos que pedían descargarse. Chocando su frente contra los fríos azulejos, continuo masajeándose a sí mismo, estimulándose.

Algo metafísico. Abstracto. Que nadie más podía comprender, sino ellos.

Esa sensación hermosa y fuerte, que ocasionaban ese simple sentimiento familiar. Crudo sentimiento, que invocaba el recuentro de alguien con el cual había tenido una conexión tan fuerte en el pasado. Alguien que lo podía leer mejor que si mismo, que lo llegó a conocer en lo más profundo de su retorcida personalidad, y que a pesar de eso, le seguía siendo fiel y devoto, cómo el eterno amante silencioso que era. Sin importarle en lo más mínimo, lo mucho que él lo hería, lo mucho que él le podía hacer daño. Entregándose a una relación tan bonita cómo la que Andrés le proponía en su momento: cómplices.

Porque Andrés pudo leerlo mucho antes de que Martín. Su relación siempre consistió en eso, en ser cómplices, amigos. En donde uno siempre ganaba más que el otro. Dos almas perturbadas, codiciosas, pero tan brillantes tanto separadas cómo unidas, que por esas razón tuvieron la suerte de cruzarse la una con la otra. Pero ahora...¿Quién había ganado más que el otro?

¿Quién se había enamorado del otro, lo suficientemente fuerte, cómo para ser el amante devoto y sufrido?¿Martín?¿Él?¿Ambos?.

Él era un ser retorcido, lo aceptaba. Descontando a su hermano, no había llegado a sentir cariño por nadie más en su vida, a excepción de Martín. Porque lo reconocía, él muchas veces había notado ese amor platónico que su mejor amigo tenía por él. Nada más que jamás quiso comprobarlo. Le emocionaba la idea perversa de saber que mientras que él hacía el amor con una mujer de turno, Martín se encontraba pensando en él. Disgustando mentalmente, lo que jamás podría probar bajo sus labios, bajo sus manos.

Ciao [Berlín x Palermo] [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora