Lágrimas de Humo

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Sonaba la piedra del encendedor Zippo en el rellano de las escaleras exteriores. Tratando poco hábilmente de encender un cigarro estaba un joven sentado, reflexionando, calando, analizando e interpretando aquel tema... ese tema... ese dolor aprisionante que habitaba y confundía su cavidad torácica.

¿Por qué no él? ¿Acaso su apariencia no era suficiente para hacer exaltar hasta el más testarudo de los corazones? ¿O era que su semblante no era capaz de hacer que los ojos de esa persona brillaran como un claro de luna? ¿Qué fue lo que falló?

"Las mujeres son todas iguales", "De seguro estar con él le da estatus" , "Pobre pajarillo iluso, cayendo de bruces en la trampa de ese hipócrita" , "Nadie puede ser perfecto, algún defecto debe de tener..." se repetía una y otra vez esta alma desdichada, mientras transformaba su mente en un huracán de pensamientos llenos de odio, dando rienda suelta a lo más oculto de su humanidad: oscura, resentida y cargada de prejuicios sociales. Él no era así, no pensaba así, pero estaba dolido, lo suficiente como para deformar su percepción de la realidad.

Ya aspiraba el humo del tabaco y lo albergaba en sus pulmones, mientras sus ojos se iban nublando poco a poco, y no precisamente por ceguera, sino por humedad. Eran las lágrimas que estaban escapando de sus cuencas. Secreciones guardadas durante tanto tiempo que ya estaban doliendo, lo estaban hiriendo. Trataba de no hacerlo, no quería llorar, no se merecía derramar ninguna lágrima por aquella mujer nefasta que, con una inhumana indiferencia, le rompió el corazón.

Cuando uno tiene un dolor, y se zambulle en él, cree que el mundo se detiene, que las gotas de lluvia se congelan. Nos creemos los protagonistas de una obra dramática eterna, cíclica y fugaz que solo tiene como fin la muerte. No nos damos cuenta de lo compleja e inentendible de la existencia, olvidamos por completo que el mundo sigue su curso con total normalidad. Ignoramos incluso, banalidades como el caminar de una pareja en la acera de enfrente, el ruidoso tráfico que llenaba la ancha calle en hora punta o el orinar de un perro en un poste de alumbrado público. Pequeños detalles que, por supuesto, nuestro atormentado protagonista no notó, pues estaba torturándose con los recuerdos.

Ya el cigarro se estaba acabando, y su nombre no dejaba de resonar en las profundidades de su conciencia. No paraba de pensar en su tez nívea, que a la vez era tan cálida y acogedora, la misma que en algún momento le dio cobijo a sus labios tiempo atrás. Lo estaba matando, lentamente, pensar en sus ojos verdes, en como durante el pasado se miraban con una incesante sensación de complicidad y ternura. Todo eso había quedado atrás, para ella ahora era otro el foco de su atención y él era solo un recuerdo fugaz en la memoria de la muchacha (y ni de eso podía estar seguro).

Ni cuenta se dio el joven, cuando su orgullo de macho fue ultrajado por una joven viajera sentimental, un inocente pajarillo que volaba libremente por los prados en busca de emociones, de vivir la vida, de disfrutar esa juventud que sentía, se le estaba escapando de las manos. En busca de amar, de sentir el cuerpo cálido de otra persona junto al suyo, de ser uno con el otro, compartiendo la vida, pero con el indicado, el hombre del que ella gustaba (y que, no era precisamente el chico que fumaba en la escalera) ... pero ¿Quién podría culparla de dejarlo? Ella tiene más derecho de alejarse que él de retenerla. A veces es inevitable herir a las personas con nuestras decisiones, por lo que ya no era su problema.

No pudo evitarlo, ya el cigarro se iba apagando, solo quedaba una colilla cetrina entre sus falanges. Su corazón le había jugado una mala pasada y las lágrimas ya estaban recorriendo su rostro.

Lloró de rabia, de impotencia, por todo lo acumulado durante años y que nunca pudo contar. También lo hizo por su situación, y quizás, por la de otros tantos, que sufrieron su mismo destino. Lloró porque la añoraba, quería besarla de nuevo, sentirla cerca, respirar su caramelizado perfume. No quería asumirlo... pero lloró por amor.

Ya hacía frio. Aunque su cuerpo se conservaba caliente aún, los tiritones le indicaban que no por mucho más. "¿Qué arreglarás llorando?", "Te ves patético" se decía, "Solo quedar seguir adelante", era el mensaje que quería grabarse a fuego en la mente.

Se limpió las lágrimas del rostro con el puño de su camisa, lanzó la ya inerte colilla a la calle y entró a su hogar, dejando todo el dolor causado por este idilio fallido en el rellano de su escalera.

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