Capítulo 5

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Helena

La fiesta de la cosecha se celebra de nuevo en pocos días y la gente, cansada por las jornadas interminables de la recogida, duerme. Las calles están inusualmente silenciosas. Incluso hay menos guardias haciendo su habitual paseo por las partes bajas de la ciudad.

Helena camina rápida y sin descanso hasta la parte baja de la ciudad. Se encuentra con las puertas de la catedral cerradas, por lo que va a la parte trasera, donde está una puerta más pequeña que no se cierra nunca y que por suerte, no tiene nadie guardándola.

Las velas dan al interior de la catedral un aspecto tenebroso. La mayoría está tras sus cortinas, así que Helena no tiene problemas en llegar adonde su madre descansa.

Se detiene nada más entreabrir la cortina. El interior está hecho un desastre, como si un huracán hubiera pasado por ahí. Los vasos están rotos, la ropa desordenada por el suelo, sus pinturas han rodado por todas partes. La silla en la que su madre se sienta para coser está coja. Y en medio de todo, con la cabeza entre las piernas y casi sin moverse, está su madre. 

—¡Mamá!—susurra y se acerca corriendo a ella.

Su madre levanta apenas la cabeza. Tiene los ojos rojos de tanto llorar y parece más mayor que nunca, como si los años la hubieran golpeado en el día que han estado separadas. La mira con extrañeza, como si no se creyera que está ahí, delante suyo. 

—¿Helena?—mueve la mano hacia su cara y Helena la guía hasta su mejilla, feliz de sentir el seguro contacto de su madre.

Porque por muy mayor y frágil que parezca, a punto de romperse, es su lugar de seguridad. 

—No debes estar aquí—dice su madre sin embargo—Te buscan por todas partes por el asesinato de Adelina. ¡Oh, hija! ¿Qué has hecho?

—Fue en defensa propia, mamá—aparta sus manos de su cara—Sabia mi secreto, quería entregarme a la guardia para ganar la recompensa.

Su madre suspira y se aparta las lágrimas como puede de la cara. Tras eso se pone de pies y empieza a meter ropa del suelo en una bolsa.

—Tienes que marcharte. Ciudad Celeste no es segura para ti. Escóndete lejos.

—¿Y tú?—la mira triste.

—Solo te retrasaría—le responde disipando las pocas esperanzas que tenia de que ella la acompañara—Tienes prisa. Ayúdame. Tienes que salir de la ciudad de noche.

Ella no le cuenta su plan de escape con Jack. De haber huido con su madre lo hubiera abandonado, pero ahora es su mejor opción. A él no parece importarle que tenga secretos, ya que al parecer él también tiene los suyos.

Recoge sus pinturas y una pulsera que le regaló su madre cuando cumplió seis años. Son lo único que se quiere llevar de casa. Y a su madre. Pero ella le da un sentido abrazo y un beso en la frente antes de llevarla en silencio hasta la puerta de la catedral.

—Te conozco, Helena. Estás destinada a algo más que a esconderte en una vieja catedral. Sigue tu camino con cuidado y recuerda que la paciencia es una virtud. Se invisible cuando tengas que serlo y una líder cuando sea el momento. Decide tú si tu sangre es una maldición o una bendición.

Y tras esas palabras, la manda de vuelta. Helena se seca la única lágrima que ha dejado salir de sus ojos y con la bolsa bien agarrada, se interna en la oscuridad de vuelta a la casa de Jack.

Cuando llega, se mete en la cochera y observa maravillada los carruajes que están alineados. En el techo de uno de ellos está el baúl de Jack. Se mete en él y sonríe al ver la gran manta. Se sienta en una esquina y se tapa con ella, sintiéndose calentita y segura.

De sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora