Capítulo 9. La propuesta

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—Bienvenida a Némesis —dijo el azabache haciendo una reverencia.

—¡Seiya, que gusto verte! —exclamó Kalaberite lanzándose a su cuello de forma melosa—. Pensé que no nos volveríamos a ver.

—Entonces, debes agradecer al Rey por este reencuentro —repuso el joven separándose de ella con una sonrisa. Le extendió su brazo y juntos se dirigieron a palacio.

Para Kalaberite era como un sueño el estar en compañía de Seiya. Después de su breve encuentro en Tankei, ella se había resignado a no verlo nunca más.

Sin embargo, meses después llegó un emisario de Black Moon indicando que el Rey Diamante demandaba su presencia en la corte, algo muy poco usual, pues Kalaberite no era nativa de ese reino y el Rey no tenía ningún tipo de injerencia en ella, menos aún en Tankei, a no ser, que se pague la cantidad correcta. Cinco mil piezas de oro, una suma que cubría las ganancias del burdel de todo un año, eso era lo que Kalaberite valía a ojos de su padrote y así sin más, ahora era una doncella en la corte de Black Moon.

Ambos platicaron amenamente mientras se dirigían a los aposentos del Rey, que esperaba a la castaña con impaciencia.

Después de haber dejado a Kalaberite con Diamante, Seiya fue en busca de su hermano, no le resultó muy difícil encontrarlo pues estaba deambulando por uno de los pasillos, caminaba de un lado a otro, hablando consigo mismo, como si se intentara dar valor.

—Vamos, no seas cobarde —se decía una y otra vez.

—Taiki, ¿estás bien? —preguntó Seiya con sutileza, aunque no pudo evitar que su hermano se exaltara al verlo.

—¡Se-Seiya! Casi me da un infarto.

—Me doy cuenta —dijo el pelinegro entre risas—. ¿Por qué estás tan nervioso?

—Es solo que. No, no puedo —dijo Taiki bajando los hombros en señal de derrota—. No puedo decirle cuánto la amo, que quiero pasar el resto de mis días con ella —rebuscó en sus bolsillos y reveló un cajita, misma que Seiya observó con auténtico asombro.

—Vaya, sí que es en serio —exclamó con estupor y sintió curiosidad de conocer a la mujer que pudo traspasar el acorazado corazón de su hermano—. Me gustaría conocer a mi futura cuñada.

Taiki no dijo nada, se limitó a guardar su tesoro y guió a Seiya al ala éste del palacio.

Pronto se encontraron al exterior de un enorme salón, del cuál provenía una armoniosa melodía de piano. Con sigilo, Taiki y Seiya se asomaron. Ahí, en medio del salón sobre una gran y mullida alfombra de piel de oso, estaba recostada Serena junto al pequeño príncipe Zafiro, a su lado, estaba Berjerite y Amy tocaba el piano armoniosamente.

Seiya quedó conmovido con la visión de Serena, el fulgor de los rayos solares caía de manera grácil sobre los cabellos de la rubia, al igual que una cascada dorada. Serena le sonreía con ternura a su hijo, no obstante, su sonrisa poco correspondía con lo que le reflejaban su celestes ojos, tan lánguidos y sombríos.

En ese momento Seiya se sobrepuso, nunca en su vida había visto una mirada que impactara tanto en su corazón.

Cuando se alejaron lo suficiente para volver a hablar, Taiki dijo con media sonrisa:

—Ella es...

—Hermosa, pero tan triste —completó Seiya casi de forma inconsciente.

Taiki asintió en respuesta —El Rey la trata con tal desprecio que me parte el corazón. Algo que siempre he admirado de la Reina, es que siempre sonríe, pese a todo sigue siendo una mujer alegre —después, adquirió una expresión seria y clavó la mirada en su hermano—. No olvides tu posición, ella es la esposa del Rey.

La Reina infielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora