Llegamos a un sitio completamente desconocido para mí.
— Aquí es. — Dice mirándome.
— ¿Aquí es qué? — Pregunto tratando de comprender en dónde estamos.
— Aquí vivo.
Se me acaban de salir los ojos como en las caricaturas. ¿Cómo fue que dijo? ¿Está loco o qué le pasa?
Sonríe por mi expresión de espanto, supongo.
— Te vendaré el tobillo. No me permitiré llevarte a tu casa así. — Murmura con voz suave intentando tranquilizarme.
— No tiene que molestarse.
— No es ninguna molestia. Además ya estamos aquí.
— De acuerdo. — No tiene ningún sentido que a estas alturas me oponga.
Abro la puerta y hago el intento de salir del auto, pero su sexy voz me interrumpe y me hace girar para verlo.
— No te muevas. Yo te ayudo.
Y en menos de cinco segundos está al lado de la puerta. Es demasiado veloz.
— No es necesario. — Le digo tratando de evitar cualquier tipo de contacto de nuevo con él. — Yo puedo caminar sola.
— No fue una pregunta, Analía. — Dice con un tono firme.
Me carga de una buena vez e ingresa rápidamente al edificio. Entra en el ascensor y me dice que presione el botón que nos llevará al último piso. Cuando llegamos y salimos del elevador, me indica la contraseña que debo digitar para que se abra la puerta.
— Las cerraduras ya no son tan seguras. — Me dice sonriendo.
Digno hogar de un multimillonario; claro, no puede vivir en otro sitio que no sea un penthouse de lujo. Era de esperarse.
Me sienta en uno de los sofás de la sala.
— ¿Quieres algo de tomar? — Pregunta mientras camina y gira para verme.
— No, gracias. Estoy bien.
— Bueno. Quédate ahí. — Me ordena. — En seguida regreso.
Me da por recorrer con la mirada su casa. Es bastante grande, se nota que es fanático de los lugares espaciosos. El departamento es moderno, aunque parece una auténtica guarida de soltero; lo cual me sorprende, dando por hecho que vive con su novia .
Mi cerebro y sus entrometidas conclusiones. ¡Me caigo mal! Es algo raro, pero a veces mi «otro yo» me irrita, sólo yo puedo estar pensando babosadas en estos momentos. Soy el colmo de la locura.
Lo veo venir hacia mí. Tiene un caminar muy sexy que demuestra seguirdad en sí mismo; además de unas piernas muy bien tonificadas. También puedo observar que se ha desabrochado los tres primeros botones de la camisa dejando al descubierto gran parte de su pecho.
Me muero. Intento limpiar mi baba mental e imploro al más allá porque no se haya convertido en real.
Mi vista se dirige a un lugar no muy correcto: su entrepierna. Alejo totalemnte cualquier pensamienro oscuro acerca de este hombre tan... Perfecto.
Trae en la mano un botiquín de primeros auxilios. Se sienta en la mesa que está a un metro de distancia del sofá, quedando frente a mí.
— Te podré esta pomada primero. — Dice sacándola de donde está. — Hace milagros. Créeme. —Comienza a desatar la corbata que me había puesto, levanta mi pie con cuidado y lo coloca en su pierna.
¡Dios! Lo tiene a centímetros de su miembro. Intento no pensar, pero es muy difícil hacerlo cuando está tan cerca de mí.
Me siento tan apenada con Sophia, porque aquí estoy... ¡Babeando por su novio!
— Listo. — Me informa él una vez que me ha puesto la pomada y la venda.
— Muchas gracias.
— Tienes unos hermosos pies.
Me río a carcajadas ante su elogio tan absurdo.
— Son sólo eso, pies.
— Son los más perfectos que he visto nunca. — Dice afirmando y haciendo que me ponga nerviosa e incómoda. — ¿Qué deseas comer? — Lo miro extrañada. — Lo único que se preparar son sándwiches. — Me informa mientras hace una mueca bastante graciosa. — Aunque si quieres podemos pedir algo. — Termina por decir.
No me interesa si sabe o no cocinar. La mayoría de los hombres no lo hacen, lo veo como algo normal, pero lo que me asombra es su pregunta. ¿Qué se piensa que esto? ¿Una cita o algo así?
— No tengo hambre, pero se lo agradezco.
— Dijiste que no has comido. No acepto un no como respuesta. Así que dime qué deseas.
Lo repito, ¡qué irritante que es!
— Bien. En ese caso creo que el sándwich estará genial.
— Vale. Espero que te guste. Es mi especialidad. — Sonríe burlándose de él mismo.
— Qué bueno que me lo dice, teniendo en cuenta que es un menú bastante saturado. — Digo siguiéndole la corriente.
Me mira firmemente a los ojos, yo me ruborizo levemente y no puedo evitar bajar la mirada. ¡Qué vergüenza! Espero que no se haya dado cuenta.
— Tienes unos ojos preciosos, Analía. — Dice tomándome del mentón delicadamente para que lo pueda ver —. Nunca bajes la mirada ante nada.
Me observa descaradamente los labios. Está a milímetros de ellos.
No lo entiendo. ¿Cuál es su juego? ¿Qué pretende? ¿Serle infiel a su novia ahora que no está en la ciudad? Sea lo que sea no voy a caer. Que utilice sus técnicas de seducción con otra, no conmigo. De seguro no van a faltar mujeres que caigan rendidas a sus pies.
He tenido suficiente ya. La vida me golpeó sin compasión cuando era apenas una adolescente, pero gracias a eso me hice más fuerte; me di cuenta que nada es «color de rosa» y que el amor no existe, es sólo un espejismo de personas que no soportan la soledad. Y por más guapo que esté, no me interesa ni él ni ningún otro. No creo en los hombres. No volveré a confiar en uno... ¡Jamás!
— Yo puedo ayudarle a preprarlos. — Le digo. Esta vez soy yo la que lo saca de su burbuja fantasiosa.
No deja de mirarme a los labios.
— De acuerdo — Me confirma él muy despacio, como si le faltara el aire.
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TU MIRADA: MI PERDICIÓN
RomanceAnalía Ripoll es una universitaria muy bella, dulce e inocente que amaba la vida; hasta que un suceso la cambió para siempre. Ella y su familia deciden mudarse a New York. Lía está decidida a empezar desde cero, lejos de todo... Sin imaginar que en...