7. Crece, madura

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Recostada en la cama de su departamento, con la vista fija en la mancha negra que había en el techo de su habitación, Elizabeth revivió en su mente la mala experiencia vivida hacía menos de veinticuatro horas en esa habitación de hotel.

No se refería a la experiencia del juego sucio, atrevido, travieso y morboso que la hizo sentir poderosa. Eso estuvo muy bien. Nunca antes había tenido sexo tan increíble como el que compartió con Giovanni y Fabrizio.

La cuestión es que no podía dejar de pensar en lo que vino después. En serio, no quería pensar en eso, pero lo vivido, de nuevo se filtraba en su cabeza como una mala pesadilla imposible de olvidar.

"¿A quién se refieren con ella?" Les preguntó en ese momento, su voz temblorosa revelaba la confusión y la incomodidad que se había apoderado de ella.

Ninguno de los dos hombres desnudos le pudo responder, sus miradas esquivas y nerviosas delataban la incomodidad que sentían ante la pregunta de Elizabeth. La tensión en la habitación se volvió palpable, cargado con el peso de un secreto incómodo.

La puerta de la habitación se había abierto gracias a una llave extra que tenía esa mujer desconocida, que entró con paso firme haciendo sonar en el suelo los tacones de su zapato. Cada golpe de sus pasos resonaba como un eco, aumentando la sensación de intranquilidad que se había apoderado del lugar.

Elizabeth la miró con el rostro enrojecido de vergüenza, sintiendo cómo el rubor le subía hasta las mejillas. Se sintió agradecida de haber arreglado su ropa un minuto antes de que la extraña entrara tan tranquila a un lugar donde no fue invitada. 

¿Quién era? ¿Por qué tenía una llave que le permitió entrar? Las preguntas danzaban en su mente, alimentando su creciente ansiedad mientras observaba a la misteriosa mujer con una mezcla de temor y curiosidad.

Era bonita, bueno, en realidad, bonita no era suficiente para describir a esa chica. Alta y esbelta, con una figura que desafiaba la gravedad, sus movimientos eran fluidos y seguros, como si estuviera acostumbrada a dominar cualquier espacio en el que se encontrara. 

El cabello largo y sedoso caía en cascadas sobre sus hombros, enmarcando un rostro de porcelana tan perfecto que parecía esculpido por los dioses. Sus labios, de un rojo intenso y tentador, contrastaban con la palidez de su piel impecable.

Un aura vengativa la rodeaba, como si estuviera envuelta en una neblina de desdén y desafío. Sus ojos azules, profundos como el océano en calma, irradiaban una intensidad helada que penetraba hasta lo más profundo del alma. 

Fue la sonrisa cínica y divertida de la extraña lo que, en ese instante, hizo que Elizabeth temblara de nervios. Era una sonrisa que no llegaba a los ojos, que jugaba con la ironía y la malicia, como si supiera algo que los demás ignoraban. Era una sonrisa que prometía problemas y desafíos, y Elizabeth por primera vez en su vida, se sintió verdaderamente intimidada.

"¿Qué crees que estás haciendo?" Le dijo Giovanni, pero éste no pudo agregar absolutamente nada porque la extraña alzó la mano para callarlo, mientras lentamente miraba de los pies a la cabeza a Elizabeth, quien ni siquiera tuvo que parpadear antes de que llegara el primer golpe verbal.

"Ni siquiera sé por dónde comenzar. ¿En serio, Giovanni? No puedes caer tan bajo, cariño. ¿Qué hay de ti, Fabrizio? Dime que al menos lo que hay entre sus piernas es más valioso de lo que en realidad te gusta disfrutar."

Elizabeth no era tonta. Había entendido bastante bien a lo que hacía hincapié. La humillación la dejó sin respiración. Y no es que se sintiera mal por descubrir que Giovanni y Fabrizio tenían la costumbre de compartir mujer, no; lo que la hizo sentir enferma fue la aparición de esa desconocida que no tuvo vergüenza de dar la cara de esa manera tan descarada.

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