Capítulo 28. Lo mejor del mundo

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Narrado por Nicolás.

El sonido que hizo la puerta al abrirse no fue suficiente para despertar a Edgar, él seguía durmiendo cómodamente, dejándose abrazar por mí. Tengo mi mano en su cintura y él no tiene ni idea de lo que está pasando... Su madre sí.

La mirada de su madre era una de esas miradas que son imposibles de leer; una mirada que no sabes si está llena de ira, de decepción, asombro, tristeza o si al menos está sintiendo algo. Su mirada no transmitía nada, era fría, al igual que su expresión.

Su mirada me está matando, siento como me quema hasta los huesos, siento como toda mi vida se destruye en un simple segundo, todo se va a la basura, todo se arruina, todas las cosas que conozco se destruyen. Ya nada es como antes, nada va a volver a ser como antes.

Inmediatamente le quito las manos de encima a su hijo. Perdón.

Ella no sabe qué decir, yo tampoco sé que decir, hacemos contacto visual por un segundo más y ella se va. Cierra la puerta como si quisiera jamás haber entrado, como si en esta habitación estuviera el mismísimo satanás.

Lo primero que se me viene a la mente es que no puedo dejar las cosas así, si no le explico nada va a creer que tengo algo con su hijo y aunque eso sea cierto tengo que negarlo hasta el fin de mi existencia. Tengo que explicarle que las cosas no son como parecen, aunque sí lo son.

Soy malísimo mintiendo. Ahí voy.

Me levantó disparado de la cama, a Edgar no le importa ni un carajo, él aprovecha el espacio extra en la cama y se acomoda con pereza para seguir durmiendo. Lo miro y entiendo que lo que estoy a punto de hacer lo voy a hacer por él, por nuestra relación, por nuestro bien, porque lo amo más que a mí mismo.

Salgo de la habitación y no hay ningún rastro de su madre así que bajo al segundo piso. No me puedo ver pero sé que estoy pálido. Ni siquiera he pensado en qué mierda le voy a decir, voy a tener que improvisar y realmente no estoy nada listo. 

Encuentro a su madre en la cocina, está haciendo café y está fumando un cigarrillo,  inmediatamente recuerdo a Edgar, ella le dio la luz al amor de mi vida, ella le pasó sus hábitos al amor de mi vida, ella educó al amor de mi vida, tengo que ser realmente muy cuidadoso con esta mujer.

Me mira y por su mirada ahora entiendo que no esperaba que yo bajara a seguirla, pero no por eso me rechaza, se queda mirándome esperando que diga algo pero no puedo, no puedo hablar, mi mente se queda en blanco, no sé por dónde empezar, no sé qué decir.

— ¿Quieres café? — Me pregunta amablemente, como si ella jamás hubiera visto nada.
— No es lo que parece. — Digo de inmediato, esperando que ella entienda a qué me refiero.

Ella me mira, analizándome y después sonríe, como si quisiera burlarse de mí.

—Nicolás, yo sé que no tienes nada con mi hijo. — Afirma con seguridad, hasta incluso le parece graciosa la idea.
— Y-yo… simplemente dormíamos, yo no quise… — No pude terminar mi idea.
— ¿Eres gay? — Me interrumpió con una sonrisa burlona.
— ¡No! — Negué de inmediato, con una seguridad que hasta yo mismo me creí.
— ¿Entonces? No hay de qué preocuparse, y aunque fueras gay, yo no tendría ningún problema — Dice y saca dos tazas de café, entiendo que una es para mí. — Mientras que no estés con Edgar. — Añade y sus palabras me cortan el corazón en pedacitos.  

Quiero preguntarle por qué no puedo estar con Edgar, ¿Qué tiene eso de malo? ¿Por qué sí puedo ser gay pero no estar con él? ¿Cuál es el problema?

—No soy gay. — Recalcó quedándome con mis dudas. Sería brutalmente sospechoso preguntarle sobre el tema.
— Está bien. — Sonríe. — ¿Cómo esta Claudia? — Pregunta por mi madre cambiando de tema.
— Bien. — Contesto de forma automática, ella me pasa mi taza de café y le da un sorbo a la suya.
— ¿No te ha dicho nada? — Me pregunta levantado una ceja, como si hubiera algo extremadamente importante que yo debería saber.
— ¿Sobre qué? — Obviamente no entendí. 
— No te ha dicho. — Se contesta a sí misma y sonríe. Ahora veo de dónde sacó Edgar tanta maldad.
— ¿Hay algo que deba saber? — Pregunto intentando no mostrarme tan interesado.
— Yo creo que no… es sólo que ella me ha contado que tú y Edgar se llevan muy bien. — Menciona con tranquilidad.
— Sí, ¿eso es algo malo? — No puedo sacarme de la mente lo que dijo con anterioridad. “Mientras que no estés con Edgar.”
— No, yo siempre quise que ustedes dos se llevaran bien. — Sonríe. — Tú madre y yo siempre quisimos eso… — Agrega como si estuviera recordando el pasado.
—Pues nos llevamos muy bien, somos como hermanos. — Digo intentando ocultar todavía más nuestra relación amorosa. A juzgar por la cara que puso, a ella le gustó mucho lo que dije.
— Eso es estupendo, me imagino que en estos últimos días de universidad deben de ser muy difíciles para ustedes...— Menciona intentando sacarme un tema de conversación.

Vaso rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora