Capítulo:3

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La mansión de la familia Taisho era mucho más de lo que nunca había podido tan siquiera soñar. Después de haber pasado por tantas casas de acogida diferentes y haber vivido en situaciones de extrema escasez, aquello no se parecía en absoluto a un lugar que pudiera haber frecuentado. Lo encontraba excesivo. Con una habitación, un baño y una cocina se habría conformado. No necesitaba tantos dormitorios vacíos, tantos cuadros y esculturas carísimos, ni tantos criados. No había nada en ese lugar que le resultara familiar.

¿Y qué era familiar para ella? No tenía raíces, ni un solo lugar que señalar cuando le preguntaban de dónde era. Teóricamente, había nacido en un lugar concreto, pero no se sentía parte de allí, ni de ningún otro lado. Había vagado tanto por el mundo a lo largo de su vida que no sabía de dónde procedía o quién era. En eso, envidiaba a Inuyasha. Tenía una identidad muy marcada y una seguridad en sí mismo que la dejaba sin aliento. Nunca se había sentido así. Solía hacer como que se sentía de esa forma para encajar. En realidad, ¿se había sentido de esa forma alguna vez?

Volvió a abrir el álbum de fotografías que ella misma diseñó en un pasado que no recordaba y acarició la fotografía de la boda. Jamás se había visto a sí misma tan entregada, tan decidida y tan segura. Era como si hubiera recuperado la fe en sí misma gracias a Inuyasha. Sin embargo, en las siguientes fotografías, la Kagome que acompañaba a su marido en las reuniones familiares no parecía en absoluto segura de sí misma. De hecho, le pareció más debilitada que nunca. ¿Qué habría sucedido? Jamás había estado tan confusa. La amnesia era una mierda.

Por otra parte, tenía que admitir que había peores cosas que la amnesia. Por ejemplo: la familia de Inuyasha. La madre, Izayoi Taisho, era hermosa, elegante y delicada. La miraba como si quisiera hacer las paces, pero no fuera capaz de dar el paso adelante que eso requería. El padre de Inuyasha, Inu No Taisho, para su suerte, había muerto tiempo atrás. En las fotografías no parecía demasiado amigable, mucho menos con ella. El hermano, Sesshomaru Taisho, era frío, distante y sarcástico. La miraba como si fuera un insecto al que debiera aplastar mientras que Inuyasha le correspondía con miradas asesinas. La mujer de Sesshomaru y su cuñada, Kagura Taisho, era una bella heredera digna de un Taisho. Seguía y obedecía a su marido como si su palabra fuera la de Dios. Finalmente, Kikio Tama, una amiga de la familia, era la pieza más desconcertante del rompecabezas. ¿Por qué pasaba tanto tiempo en la casa?

Por más que Inuyasha lo intentara, no lograba sentirse acogida. El dormitorio que le asignaron, aquel que una vez compartió con su marido, le resultaba extraño y ajeno. Apenas se atrevía a pasear por la casa por temor a encontrarse con Sesshomaru. Odiaba que le limpiaran la habitación y el cuarto de baño, le hicieran la colada, le plancharan la ropa y le cocinaran. Pero, sobre todas las cosas, odiaba cuando Inuyasha se marchaba a trabajar. Aunque estaba trabajando a media jornada para acompañarla más tiempo, le resultaba difícil separarse de él. Era su único apoyo en esa casa.

No había día que no se arrepintiera de su decisión. No de la decisión de irse con Inuyasha, sino la decisión de vivir en la mansión Taisho. Inuyasha le propuso alquilar e incluso comprar un bonito chalé. Aunque agradecía su buena voluntad, no podía aceptar semejante extravagancia. ¿Y si no lograba recordar y terminaba por marcharse? Aún no sabían cómo iba a terminar aquello, y no era justo que Inuyasha perdiera por el camino cuando lo estaba dando todo de sí mismo. Además, después de pensarlo detenidamente, se le ocurrió que la casa en la que había vivido podría ayudarle a recordar, refrescarle la mente de algún modo. ¡Cuánto se había equivocado! No había nada en esa casa que le resultara remotamente familiar.

Dejó el álbum de fotografías sobre la mesilla. Lo había mirado tantas veces que se empezaban a arrugar los bordes de las hojas. Necesitaba dar una vuelta. En la última semana, había recorrido los terrenos de la mansión y otros lugares a pie para conocer la zona. El sitio era agradable, tranquilo y luminoso. No era mal lugar para vivir. Le habría gustado crecer en un sitio como aquel, tal y como lo hizo Inuyasha, pero sin todo el dinero. Nunca le interesó el dinero. De todas formas, a pesar de estar rodeado de dinero, Inuyasha tampoco era nada materialista. Usaba lo que tenía para vivir, no para ser mejor que otros.

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