Epílogo

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Colocó la estrella en lo alto del árbol de navidad con una sonrisa. Al fin estaban en su propia casa, viviendo juntos como un matrimonio, sin tener que dar explicaciones, ni cuidarse de otros familiares. Aunque Inuyasha había adquirido la casa en verano, no se mudaron allí hasta primeros de diciembre porque la habían reformado casi al completo por dentro para ponerla a su gusto. Fue divertido y muy interesante ponerse de acuerdo sobre cómo vivirían en el futuro. Mientras tanto, en los últimos meses, habían vivido en un apartamento de alquiler en el centro. Sí, ya habían vivido también juntos y de forma independiente, pero había algo de diferente en estrenar la que sería su casa.

Siempre le había gustado decorar el árbol de navidad. De niña, nada habría deseado más que tener uno propio. Pasó por más de seis hogares de acogida hasta cumplir los dieciocho, cada uno diferente del anterior. En uno de ellos no ponían árbol de navidad, solo un belén. En otros le permitieron colaborar en la decoración de la casa. Otros más desafortunados que solo buscaban cobrar el cheque del gobierno por "cuidarla", la excluyeron por completo. El árbol de navidad de la familia Taisho apareció ya colocado una mañana sin la intervención de nadie de la familia. Por eso, para ella era muy importante tener su primer árbol de navidad y ocuparse personalmente de prepararlo para el gran día.

El próximo año cumpliría veintisiete años e Inuyasha treinta. Aunque no era algo que estuviera totalmente descartado y el fantasma de la edad empezaba a perseguirlos, habían decidido no tener hijos por el momento. Aún eran jóvenes y habían perdido cinco años de matrimonio mientras estuvo en coma. Querían disfrutar de su juventud un poco más, por lo menos un par de años más, antes de entrar de lleno en la paternidad. Habían planeado algunos viajes que querían hacer en pareja y ella quería volver a estudiar. Se aburría en la casa esperando a que Inuyasha regresara y odiaba que le pagasen todo. Quería ganarse su propio dinero, demostrar que también podía hacer cosas. Por esa razón, se había decidido a estudiar artesanía, algo que siempre le encantó. En un futuro, podría montar su propio taller y vender sus álbumes, retratos, vajillas, cuadernos y demás objetos artesanales.

— Preciosa.

Se volvió al escuchar la voz de su marido. Había llegado pronto ese día.

— Dirás precioso, es un árbol.

— No me refería al árbol, pero también te ha quedado muy bien.

Sonrió como una tonta, como si fuera el primer día de su corto noviazgo. Todavía no se podía creer la suerte que tuvo cuando lo conoció. Hacer aquel viaje a Irlanda fue la mejor idea que tuvo en su vida.

— ¿Qué tal el trabajo?

— Ya sabes… — suspiró — Agobiante, frustrante y tedioso.

Se dejó caer sobre el sofá de forma ruidosa y descuidada. A Inuyasha no le motivaban demasiado las finanzas; escogió el camino que le marcó su padre. Habían hablado de ese tema antes, de la posibilidad de que hiciera otra cosa, pero no parecía sentirse especialmente motivado por alguna otra cosa. Sí que había mencionado la posibilidad de, en un futuro, dedicarse a la enseñanza en la universidad. La economía y las finanzas eran pan comido para él y, si bien no le divertían a pesar de la facilidad con la que las manejaba, la idea de enseñar le resultaba mucho más atractiva. Cuando llegara el momento, ella le daría todo su apoyo en ese cambio de profesión.

Resituó una guirnalda cuya posición no le convencía del todo y se dirigió hacia el sofá para sentarse junto a su marido. Inuyasha le pasó un brazo sobre los hombros, complacido, y la estrechó contra su cuerpo en una posición relajada. Al fin podían relajarse después del estrés al que estuvieron sometidos. Además de toda la tensión hasta que ella recuperó la memoria, desde ese día habían tenido que enfrentarse a determinados sucesos como el complicado divorcio de Sesshomaru y Kagura y la demanda por agresión de Kikio.

Lo primero se solucionó del todo gracias a la intervención de Inuyasha en octubre. Sesshomaru no estaba dispuesto a ceder, quería que su esposa regresara arrastrándose por haberlo humillado de esa forma y que volviera a ser el manojo de nervios obediente de siempre. Kagura estaba contra las cuerdas, cada vez más asustada de lo que Sesshomaru fuera capaz de hacer y sin la protección de su propia familia, la cual le volvió la espalda alegando que era su deber permanecer junto a su marido. Por eso, la acogieron en su casa. Un día, harto de la situación, Inuyasha al fin tomó cartas en el asunto. A los dos días, Sesshomaru había firmado el divorcio exprés. Jamás sabría lo que le dijo, ni se lo preguntaría, pero fue efectivo. Desde entonces, Kagura vivía en un pequeño y coqueto piso en el centro y había empezado a trabajar en una floristería, donde era muy feliz. También había escuchado rumores sobre Sesshomaru con una mensajera de la empresa que se llamaba Rin. Aunque no era de su clase social, parecía que había logrado derretir el hielo de ese hombre. Al menos, Inuyasha y Sesshomaru volvían a hablarse, que para ella era lo más importante. La familia debía estar unida.

Lo segundo fue más tedioso que complicado o arriesgado. Kikio remoloneó, tal y como ellos imaginaron, con una demanda por agresión. Presentó fotografías de su nariz tras el puñetazo y el informe del cirujano que la operó. Cuando la llamaron a declarar, contó exactamente lo que sucedió sin pelos en la lengua. Después, el médico forense del juzgado declaró que el golpe era doloroso, pero no necesitaba de una cirugía. Kikio se puso echa un basilisco ante todo el tribunal. El juez tuvo que acusarla de desacato al negarse a calmarse y fue, en parte, ese comportamiento lo que la salvó. Finalmente, solo le pusieron una multa de doscientos dólares.

— Tu madre nos ha invitado a cenar en Nochebuena.

— ¿Ha llamado a casa? — torció el gesto — No quería que te enteraras…

— ¿Por qué?

— Sesshomaru estará allí. — comentó lo evidente — No podemos…

— ¡Claro que podemos! — exclamó — Yo estaré contigo y él no me hará nada si sabe lo que le conviene.

— Pero…

— ¡Oh, por favor! Ambos sabemos que yo no le gusto… — frotó la nariz contra la piel de su cuello — Puede que hasta lleve a esa tal Rin…

— Tendría que verlo para creerlo.

Inuyasha era uno de los que habían reaccionado de forma más escéptica ante el rumor del supuesto romance entre Sesshomaru y la mensajera. Pues a ella no le parecía tan imposible. Sesshomaru se había liberado de su herencia al fin, ya podía escoger.

— Tú escogiste a una huérfana que no tenía donde caerse muerta… — le recordó — ¿Por qué él no iba a escoger a una mensajera?

— La gente no cambia tan rápido, Kagome.

— Yo creo que Sesshomaru no ha cambiado; creo que siempre ha sido así, pero tenía que esconderlo.

— No me puedo creer que lo hayas perdonado a él, a mi madre, a mi padre y a todo el mundo tan rápido. ¡Debes ser un ángel!

— A todo el mundo no… — se sentó erguida con la cabeza bien alta — Todavía le daría otro puñetazo a Kikio.

Podía perdonar ciertas cosas. No obstante, entre estas no se encontraba que intentaran robarle a su marido y de manera tan sucia. Una tenía que proteger su territorio.

— ¡Niña celosa!

Inuyasha la agarró y tiró de ella para volver a recostarla sobre él. Entonces, la tumbó obre el sofá y se echó sobre ella con una sonrisa traviesa cuyo significado ya conocía bien. Otra ventaja de tener casa propia: podían hacer el amor donde y cuando quisieran. Sonrió por su entusiasmo y lo besó sin dejar de recordarse a sí misma lo afortunada que era de tenerlo a su lado. Inuyasha era su familia.

¡FIN!

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