Los rayos de sol golpeaban mi rostro y entrecerré mis ojos debido a la intensidad, el humo salía lentamente de mi boca y suspiré con fuerza al darme cuenta de que me quedaba para una última calada. Apoyé mi mentón sobre mi mano y divagué en mis pensamientos recuerdos que no eran necesarios recordar, por el rabillo de mi ojo observé como su cuerpo se removía sobre las sábanas y asomaba su cabeza fingiendo ser alguna especie de gato escondiéndose de su amo. No le tomé importancia.
—De nuevo fumando —su voz erizó mi ser y giré sobre mis talones para verle, el rostro permanecía aun rojo y su sonrisa jamás desapareció.
—Lo dejaré pronto —comenté, y aunque hacía el intento de dejarlo y dar un nuevo paso a mi vida, lentamente cuando inhalaba y exhalaba el humo me decía que no debía. —Deberías tomar una ducha, vete cuando termines.
—¿Por qué tan esquivo? —rápidamente su cuerpo se encontraba abrazando al mío y en un intento de zafarme lo único que causé fue más agarre. —Dame, también quiero fumar.
—¿Desde cuándo fumas? —levanté mi ceja y boté el humo en su rostro haciendo que tosiera un par de veces. —Ves, tú no fumas, Jimin.
Arrebató de mis labios el cigarrillo y maldije mentalmente al encontrarme desnudo aunque ambos lo estábamos, imitó mis pasos y como si fuera un experto lo dejó salir por su nariz seguido de su boca para después besarme lentamente y apartarme de su boca. Fruncí mi ceño y caminé hasta la cama, la emoción que tuve durante segundos desapareció con la misma intensidad por la cual inició. Estaba claro, vivía con un gato.
—¿Qué tal el trabajo? —reposó su cabeza sobre mi pecho y enrolló sus piernas con las mías, sus manos jugaban traviesas queriendo tocar demás pero sabía que no se lo permitiría.
—Nada mal, mi jefe sigue igual de molesto —chasqueé la lengua y me dejé llevar por las caricias propinadas en mi brazo las cuales me arrullaban. —¿Debo preguntar cómo van las cosas con mamá? —cerré mis ojos y articulé las palabras sin pensarlo y no caí en la cuenta de que no era un tema apto.
—Nada de lo que me tenga que preocupar, aun sigue enojada conmigo, ya se le pasará —su voz se quebró a mitad de camino y aunque de sus ojos no salían lágrimas su interior se hallaba inundado.
Conocí al chico de cabello rubio en una fecha no tan casual, nuestras miradas se cruzaron y como si fuera amor a primera vista, decidí negarme ante lo que pensaba en ese instante. Los pétalos de flores formaban un hermoso tapete sobre el suelo ofreciendo a los invitados una variedad de colores. La brisa del momento despeinaba mi cabello al igual que el suyo y como si fuésemos dos pequeñas criaturas sueltas en el monte accedí a ser su amigo. Sin darme cuenta, los momentos acordados se fueron intensificando y con el pasar de los meses habíamos firmado un pacto. Debía admitir que su belleza era extraña pero la más hermosa.
Faltábamos a clases para vernos y tener nuestra aventura, como todo chico desea tener a lo largo de su vida. Vivíamos bajo nuestras propias reglas teniendo como primera romperlas, no importaba la hora, siempre había tiempo para compartir nuestro pasado fingiendo conocernos de hace años; esa era nuestra historia, contada en secreto pero reflejada en el firmamento. Aunque la idea era tentadora, querer gritar a los cuatro vientos cómo nos sentíamos, fue demasiado pronto para que la tormenta llegara a la ventana. Actuábamos como adolescentes cuando ninguno lo era.
—Mi madre quería hablar contigo —susurró lentamente en mi oído haciéndome salir de mi propio mundo. —Ya sabes, está interesada en ti y se preocupa, si fuera padre también me gustaría saber con quién sale mi hija.
—No, quiero quedarme más tiempo en incógnita —fui golpeado en el pecho con la misma intensidad de la primera estocada y durante el día sonreí. —Sabes que no me agrada tu madre —me aferré a las sábanas y levanté mi cabeza tal y como él lo había ordenado.
—Llevamos saliendo por dos años, ¿quieres seguir bajo cubierta? —la segunda fue más atroz, provocando que mi espalda se arqueara.
—Dos años de encuentros sexuales, no pongas etiqueta —mentía, ambos sabíamos que tenía una etiqueta, más no queríamos reconocerlo.
Aunque el silencio no era molesto para nosotros admitía que me estaba carcomiendo al igual que él, por primera vez era cohibido a ver más allá de su simple mirar, sus ojos eran oscuros y me perdía en ellos y sentía miedo; había logrado enojarlo. Los movimientos eran lentos, pero sentía como me devoraba por dentro y no había sangre, pero la sensación de que algo estaba rompiéndose me inquietaba. Quise gritar y fui callado con un beso, uno de esos que te transmiten sufrimiento y desesperanza y aunque quise apartarlo me aferré más a él como si mi vida dependiera de ello. Odiaba ser visto, odiaba darle acceso a algo prohibido.
—¿Por qué lloras cuándo tenemos sexo? —no escuché su pregunta, tal vez fingí no prestarle atención, me enfocaba en lo miserable que era en el momento y disfrutaba ver aquello. Una serie que todos anticipan por ver pero se aburren a la mitad de la escena.
—No te detengas —imploré. Encontraba descomunal tocarme ante él, me invadía la pena y era bloqueado al instante, sin embargo, sabía perfectamente que necesitaba y pedía a gritos que acatara lo que decía en su pensamiento. Sabía leerlo como él a mí.
Mi mano viajó inmediatamente a mi miembro, acaricié y jugué con las zonas de mi cuerpo logrando en él la reacción que yo quería ver. Levanté mis caderas para un mejor acceso y sentía como todo se derretía a su paso, era caliente, quemaba como los mil soles, pero no me importaba, todo se sentía bien. Jugué con su lengua mientras lo tuve cerca, sus besos dejaban marca alrededor de mi cuerpo y mis uñas se enterraban con fuerza sobre su espalda. Apreté mis labios formando una línea y tiré de su cabello al sentir como mis pezones eran devorados sin piedad alguna.
—¡Duele! —gemí y quise esconderme en lo más profundo del mar hasta perder la razón. —Jimin, por favor... no sigas —no haría caso a mis palabras, porque al igual que él, eso no importaba.
Había perdido la cuenta de nuestros encuentros, quizá podrían ser una cien o mil, el número no era exacto y yo tampoco lo era, sólo sabía que cada semana todo iniciaba, más especifico en la tarde y durábamos hasta la noche y si nuestros cuerpos querían, hasta la madrugada. Era codicioso y a la vez egoísta, quería el cuerpo sólo para mí, la figura de acción sólo para mí y que nadie más pudiera verla. Yo era dueña de ella, podía jugar, botar, romper cuantas veces quisiera, después de todo, era una de nuestras reglas.
—Voy a correrme —jadeé y como de costumbre hundí mi rostro en su pecho y me aferré. Volvíamos a ser uno mismo y ahogué mi desespero en él, en un intenso y necesitado beso.
Lo abracé como si tuviera miedo de que me dejara solo durante el día y aunque debía abandonarlo yo debido a mi trabajo, no lo hice. Sus manos acariciaban mi cabello, lentamente bajaban por mi cuello para colarse en mi espalda y terminar en donde inició. Nuestras miradas hicieron conexión y fuimos a un viaje fugaz, en donde ambos nos veíamos con los mismos ojos de hace dos años, las flores seguían en el suelo y mi corazón volvía a latir.
—¿Me dejarás quedarme? —buscó mis ojos y depositó un casto beso sobre mis labios seguido de darme una sonrisa.
—Puedes quedarte —no lo pensé dos veces para saber que no hacía lo correcto, pero todos en esta vida cometemos errores. —Pero tendrás que hacer la cena.
—Es un trato, mañana veremos a mi madre —me soltó como si fuese lo más insignificante y se adentró en el baño, así era, todas la semanas eran así, nada cambiaba entre nosotros.
Me acerqué a la mesa de noche y abrí el primer cajón para dar con la segunda caja y maldije al no encontrar nada. Todo fue deshecho sin valor alguno, ninguno de ellos podía sentir y el calor que hace minutos me brindó Jimin se habían esfumado con el humo del primer cigarrillo.
Así era, todas las semanas eran así, nada cambiaba entre nosotros.
¿qué tal? lamento que haya sido aburrido, será mejor para la próxima. ♡
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cherry cigarettes ©jeon jungkook.
Fiksi PenggemarLa esencia de su cuerpo era cigarrillos con una mezcla de cerezas, su cabello siempre estaba despeinado y no le importaba lucir desaliñado, no importaba la hora, siempre lo veías fumar al lado de la ventana teniendo la ilusión de encontrar algo. Su...