Capítulo 6

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¡Al que madruga, Dios lo ayuda!

Ja, claro.

Cosas que todos los días pueden despertar a una persona: El sonido de una puerta cerrándose estrepitosamente. El ruidito irritante debido a la mala señal de tu televisor. La alarma del despertador que habías olvidado, programaste. Pero más importante, y lo que me pasa a mí, la voz de Nicholas retumbando en mi mente, que se siente peor que a que te tiren un balde de agua encima mientras descansas.

Él y su propiedad de quedarse encerrado en mis sueños son la única causa de que las ojeras aparezcan en mi rostro y que cada día me obliguen a recordarme la mala vida que me he cargado al hombro. Los sin sabores que me ha provocado el espécimen masculino que, según los ignorantes, domina sobre la mujer. A mí nadie me domina, pero debo dejar claro que el amor es una especie de esposas que al principio temes que rodeen tus muñecas, pero después le vas cogiendo el gusto a estar presa por esas esposas. Porque son dolor, pero a la vez esa felicidad que no conseguimos en nuestra vida cotidiana. Son la aventura que nos falta, pero a la que tememos ir en su busca, por no salir dañados.

Gruño mientras me revuelvo debajo del edredón. Mientras lo hago busco entre toda mi mente, algún espacio que esté dedicado a: Las razones por las que deba salir de mi cama hoy. Y como siempre, el empresario, canalla, malnacido, mi jefe, sale con la misma sonrisa falsa que acompaña el cartel de su gran empresa. No es la razón por la que me levantaría, pero compromiso es compromiso. Aunque sea con esa persona que tanto odie, va contra mis principios ser tan mal educada y dejarle plantado. Bueno, pero él bien sabe dónde vivo y de seguro que le echó un vistazo al cajón donde guardo mi ropa interior, para asegurarse de si tengo o no, ordenadas las bragas por colores. Él es muy capaz.

Me destapo hasta la cintura y me froto los ojos cansados por una de mis típicas malas noches. Entre el soborno de Nicholas hacia mi hermana, el reencuentro con mi amigo Eloïse, el descubrir que Louisa tiene una vida más enredada que la mía, me han vuelto loca, y no he logrado hilar pensamientos y encontrar el sueño, durante la madrugada. Llevo mi mirada medio nublada a todas partes y todo se vuelve más nítido en la zona donde he dejado todas esas bolsas con ropa. Todavía recuerdo bastante bien que fui ayer con Sharon al Target y también que me hizo comprar ropa que no sé si me pondré algún día.

Me vuelvo a amarrar el cabello con la liga que está a un lado en el colchón-Mi cabello debido a que es lacio, no sostiene mucho las ligas- y me levanto. Cuando mis pies tocan el suelo de madera, el vello se me encona debido al que el frío también ha llegado hasta acá. Cuando mis pies se adaptan al frío del piso, camino hacia la entrada de mi habitación, la cual tiene un gran poster de Harry Styles, de One Direction.

Salgo de la habitación y el olor a gofres me llega a las fosas nasales. Aspiro del dulce aroma, mientras mi parpados se cierran solo para que mi sistema se centre en eso, en el dulce aroma que emana de la cocina. A mediación de camino paso por el salón y encuentro a mi hermana sentada frente al televisor. Con un plato con gofres descansando en sus muslos y un vaso con leche en la mano derecha. Aunque trato de ser silenciosa trastabillo con las pequeñas escaleras que hay llegando a la cocina-comedor y capto la atención de los ojos azules oscuro de mi hermana al instante.

-Buenos días, Anna -Me dice con la voz cruda, sin ese toque dulce y acaramelado que siempre la acompaña.

-Buenos días, Jolie -balbuceo, un poco confundida por su comportamiento extraño.

«¿Qué le pasa?» Primera pregunta que me viene a la mente.

Llego a la cocina y tomo el plato que me ha esperado desde que me levanté. Le vierto encima a los gofres jarabe de chocolate y tomo un tenedor de plata de la cubertería que descansa en un pequeño estante de madera oscura. En otro momento lo pensaría bien ya que estos cubiertos de plata fueron regalo de la abuela de mamá, pero cuando una despierta le da lo mismo claro que oscuro.

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