03.

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Nos escabullíamos entre la gente, éramos dos niños pequeños los cuales se escondían de su madre para salir a jugar o sólo porque no querían enfretarles, así somos Jimin y yo. No teníamos en cuenta el riesgo que corremos cada vez que estamos en un lugar, sólo pensamos en vivir el momento y dejar que lo demás prospere; como aquella vez en el centro comercial, también como lo fue en un parque de diversiones seguido a las afueras de la universidad y por último en su habitación. Las reglas se hicieron para romperlas, no sabíamos qué tan divertido podía ser desobedecer la ley y estar en problemas. Disfrutaba aprender los malos hábitos de Jimin. 

—La puerta está entre abierta, procura no hacer tanto ruido —asentí como un cachorro quien sólo hace caso a su amo y gemí en silencio al sentir mi interior lleno, arqueé mi espalda por la sensación y al ver que quería seguir con los sonidos fui callado por un beso. 

Ante mis ojos las personas estaban reunidas como si fuesen unas hormigas recién salidas del hormiguero en busca de comida. La pena me invadió pese a que estábamos solo él y yo, era como si estuviésemos cometiendo el peor de los pecados el cual no tenía perdón de Dios. Arqueé mi espalda una vez más al ser tirado del cabello, jugó con mis pezones, besó mi cuello para terminar en mis labios y hacer el mismo procedimiento por unos minutos. Era como comer a escondidas de los demás, teníamos el postre más grande y sólo nosotros lo podíamos degustar. 

Abrió la ventana con ayuda de su diestra, el viento era bienvenido a nuestro pequeño encuentro seguido de su susurro, soplaba con intensidad que mis huesos podían ser calcinados. Lo odiaba, odiaba correr con el miedo de ser expuesto y apartado del único ser sobre la tierra con el cual puedo probar las veces que quiera, mi corazón se detenía en los momentos donde caía en la cuenta de que todo lo que hacíamos estaba mal, sí, teníamos pleno conocimiento de lo que sucedía a nuestro alrededor y sabíamos que lo nuestro era nada más que un simple error. 

—Asoma la cabeza por la ventana —susurró lentamente en mi oído con voz ronca.

—¿Estás loco? ¿Quieres que alguien nos vea? —bajó un poco más mis pantalones para tener mejor acceso a la hora de entrar y aunque quería negarme ante su idea no pude hacerlo. Despacio, corrí la cortina y me sostuve del umbral de la ventana. 

—Ves, tú no puedes dejarme —sus palabras tenían sentido pero no eran usadas de la forma en que debían ser. Pero tenía razón, no podía dejarle por más que lo anhelara. 

No podía esconder lo que sentía por Jimin, estaba cegado y bajo una especie de hechizo siendo la única forma de romperlo con el amor de tu vida. Nuestra relación era superficial, jugábamos nuestro propio juego con nuestras propias reglas, sabía que después de este encuentro no le llamaría, tampoco lo buscaría y se quedaría así por un largo tiempo hasta que alguno de nosotros dos decidiera volver al inicio y empezar de cero. Podían pasar días, semanas, meses y la espera nos carcomía. 

Sus manos nunca dejaron de tocarme en el acto, era como estar caminando bajo la lava intensa, claramente moriría pero la experiencia era nueva, como un niño quien prueba las drogas o su primer trago o también su primera vez, un dulce que se derrite lentamente en la boca y termina en la nada. No podía ver mi rostro pero sabía estaba rojo y con sudor, como el de Jimin, lo observaba por el rabillo del ojo y apretaba mis labios para no jadear, era tentador ser expuesto y ver la cara de su madre quien no acepta que su hijo tiene un amante. 

Mis piernas se convirtieron en un fideo, flácidos y con poca textura. Pegué mi cabeza sobre la pared mientras controlaba mi respiración, me abrazó por la espalda, lamió mi oreja y salió de mí. Fui levantado con ayuda de su mano, la ventana se cerró, el viento abandonó el escenario y el calor creado en unos minutos nos abrazaba fervoroso. Uní mis labios con los suyos, jugué un poco con su lengua y ambos tomamos caminos diferentes; él salió primero y me tomé unos minutos para hacer lo mismo. 

La luz del día se iba apagando para darle paso a la noche, las estrellas brillaban mejor que ayer y la luna en el centro del cielo me daba una sensación extraña, de melancolía. La reunión marchó con éxito, su madre era ejemplar, perfecta y amada por todos, como su hijo, pero me dejaba un mal sabor del boca al haber estado solo y observando desde lejos a alguien que fingía ser un desconocido. Estaba perdido en su mirada, en lo largo de sus pestañas y la profundidad de sus ojos, por un momento me vi pequeño ante el mundo que quise llorar en brazos de mi madre y ser consolado como lo hacía en el pasado. 

—Acá tienes —acercó a mí un café que nunca pedí y tres cajas de cigarrillo. —No tiene azucar, tal cual como te gusta —tomó asiento a mi lado y ambos nos mantuvimos en silencio. 

—¿Lograste acomodarte ante las cámaras? —encendí mi cigarrillo y volvía a sentirme vivo. Jimin brillaba en la actuación y empezaba en el modelaje.

—Es un poco molesto, sólo tengo que fingir lo que me piden, ya sabes, lucir triste, enojado, feliz, conmocionado, ese tipo de cosas se me dan fácil —no mentía, de hecho se le daba muy bien, pero siempre fallaba una vez lo intentaba, era una especie de engaño contra él mismo, yo también caía en su trampa una y otra vez. —Siempre estuve acostumbrado, desde que la carrera de mi madre tuvo una gran acogida debía exponer a su hijo como ejemplo de que se puede criar sin ayuda de un hombre. 

—¿No es difícil para ti? ¿No te gustaría conocer a tu padre? —volvía a tocar un tema que no era apto para hablar, su expresión cambio y al igual que yo, me mantuve en silencio, pero el hacerlo sólo causaba más incertidumbre. No estaba gritando, pero Jimin lo entendía. 

—Conozco a mi padre, sólo que no sé si en verdad fue un padre —no era odio lo que transmitía, sino la decepción de un pequeño al saber que su arduo trabajo obtuvo una mala calificación. —Dame uno —señaló la caja de cigarrillos.

—Tú no fumas, Jimin —negué y extendí lo que quería. Le di una calada, tomé el rostro del rubio y expulsé el humo en el interior de su boca. —Has lo mismo que acabo de hacer conmigo.

—Fumo desde ayer —imitó la acción y por primera vez en tanto tiempo me sentí ahogado en el humo de lo que más amaba. —No tienes que toser, Jungkook —rió y reposé mi cabeza sobre su hombro, era cómodo. —Hueles a cerezas con cigarrillo.

—Así es su sabor —me encogí de hombros, elevé la miada y sonreí, era la primera sonrisa que le dedicaba y la más sincera. —¿Quieres imitarme, acaso quieres oler a cerezas? 

—No, esa es tu esencia —botó el cigarro sin siquiera estar a la mitad y lo aplastó.

Retrocedimos en el tiempo volviendo a aquella época en donde nos gustaba perdernos del mundo, saltarnos las comidas sólo para vernos pese a que no hacíamos nada más que disfrutar de un momento a solas. La noche nos hacía compañía pero muy pronto todo acabaría, quería volver a sentir la adrenalina que algún día tuve. 

—Me iré primero, no te quedes tan tarde afuera —besó mis labios por última vez y lentamente lo vi tomar el bus en dirección a su casa. 

El café se había enfriado y dí la última calada. Todo había terminado muy rápido, a la misma velocidad en que pasó la tarde, el humo se perdió con el del bus y me quedé en silencio sin poder despedirme. Así era, cada semana era así, no nos decíamos te llamaré luego, pasaré por tu casa, simplemente nos íbamos sin decir una palabra. 

cherry cigarettes ©jeon jungkook.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora