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Introduction and Rondo Capriccioso - Saint Saëns

-Se cortó el cabello -escuché decir a mi mejor amigo en un tono de voz ciertamente pícaro y burlón-. La vi con su madre en el mercado: llevaba una cinta del color de la primavera atada a su cabeza con un perfecto lazo. Si no hubiera sido por ese detalle, la habría confundido con un chico.

Hablaba de Lisa, la muchacha que había conquistado su corazón años atrás, cuando todavía éramos unos críos que corrían a esconderse tras las piernas de sus madres. Como si eso fuera escudo suficiente para protegernos del mundo.
Pobres niños ilusos.

-Se cortó el cabello. ¿Y qué? -pregunté, aburrido.

Mi cabeza, recostada sobre el pupitre de la clase de Segundo A, sobrevolaba los mundos imaginarios que había creado con el paso del tiempo. Sobre todo, cuando Alex, mi mejor amigo, hablaba y hablaba y seguía hablando de Lisa.
Los rayos de sol bañaban la parte izquierda del aula, justo donde se encontraban las amplias ventanas y las mesas en que nos habíamos instalado Alex y yo: él una mesa más adelante y yo justo dando la espalda a la pared color beige decorada con un corcho en que colgaban algunas fotos de los alumnos que, en años anteriores, habían ocupado esa clase.
Mi amigo y yo siempre habíamos sido los primeros en llegar a la escuela. Los padres de Alex eran propietarios de una cafetería cercana a nuestro instituto, por lo que, dado que debían preparar las cosas antes de la apertura matutina, nos acercaban en coche. Mis padres eran más partidarios de ir caminando a los sitios, por todo eso del medioambiente, pero nuestro vecindario se encontraba muy alejado de la escuela como para ir andando cada mañana. El madrugón habría sido importante; así que viajar en coche era, sin lugar a dudas, uno de los privilegios de vivir puerta con puerta.
Cerré los ojos cuando la luz me dio de lleno.

-¿Cómo que "y qué"? -me reprochó mi amigo-. ¿Qué será de mí? El corte de pelo implica cambio; madurez. ¿Lo entiendes?

Resoplé y negué con la cabeza. Nunca comprendía los pensamientos que recorrían la mente de Alex hasta que no me lo explicaba con pelos y señales. No es que yo fuera estúpido, sino que su imaginación era mil veces más desbordante que la mía.

-Joder, Asher -maldijo, chasqueando la lengua-. Si antes no quería nada conmigo, ahora mucho menos. Está a años luz.
-Entonces, ¿ese corte implica más rechazo por su parte?
-¡A eso voy! Sus puñaladas serán más temerarias -gruñó.

Sinceramente, no fui capaz de interpretar su razonamiento. Cualquier persona que hubiera escuchado cualquiera de sus disparatadas ideas, habría creído que Alex había perdido el juicio hacía mucho tiempo. Yo, sin embargo, ya estaba acostumbrado a sus desvaríos y su mal de amores.
La puerta se abrió con delicadeza, como si hubiera un niño al otro lado, temeroso de adentrarse en una jungla repleta de animales salvajes, de largos colmillos, dispuestos a cazar cualquier presa que se interpusiera en su camino. Alcé la cabeza para mirar el reloj y comprobar que, efectivamente, todavía quedaba un cuarto de hora para el inicio de las clases. Después, desvié la vista a la entrada para conocer a la persona que iba a cruzar el umbral.

-Buenos días -dijo ella. Su voz era delicada, armoniosa, como el gorjeo de un pájaro al amanecer-. ¿Es esta la clase de Segundo A?

Un olor a galletas recién horneadas inundó mis fosas nasales. Me percaté, justo entonces, de que llevaba un gran plato envuelto con film transparente entre manos. La mochila de la escuela colgaba tras su espalda y parecía ejercer demasiada carga sobre sus hombros. Sin embargo, ella no parecía cansada.

-¡Por supuesto! -exclamó Alex con exuberante energía. Se levantó de su asiento y se acercó a ella para analizarla más minuciosamente-. Eres nueva, ¿cierto? ¿De intercambio? Qué tonto soy, ni siquiera me he presentado. Me llamo Alejandro, aunque todos mis amigos me dicen Alex. Ese chico de allí -me señaló-, el idiota que no pestañea, se llama Asher. ¿Cómo te llamas tú? ¿Entiendes mi idioma?

Lejos de parecer ofendida, incómoda o avasallada, la chica se mostró encantada con el recibimiento que mi mejor amigo le estaba dando. En su rostro se dibujó una sonrisa enorme, henchía de sueños y emociones; una sonrisa que denotaba ilusión y confianza.
Siempre supe por qué a Jin le gustaba y animaba tanto la presencia de Alejandro. Él era como el soplo de aire helado en el corazón del más caluroso verano y la llama candente que templa tu cuerpo en las profundidades del más gélido invierno.

-Hikaru-Jin Minami -respondió en un perfecto castellano. Me echó un rápido vistazo en el que fui capaz de advertir un brillo especial en sus ojos color caramelo. Su cabello era tan largo como las ramas de un árbol y de un fuerte negro, casi del color del carbón-. Soy nueva, pero no de intercambio.
-¿Puedo -podemos- llamarte Jin? -cuestionó Alex sin ningún tipo de reserva. Su confianza en sí mismo y en lo que decía era, a veces, excesiva-. No te lo tomes a mal, pero tu nombre, pese a ser hermoso, es enrevesado. No me gustaría confundirme al pronunciarlo en voz alta. Jin es más sencillo. ¿Verdad que lo es, Ash?

Arqueé las cejas y estiré los brazos en el pupitre antes de asentir con lentitud. Estaba un poco turbado por la situación. O, más bien, por ella. No tenía el rostro más afilado, ni la mejor complexión o estatura. Sin embargo, su mera presencia me había embriagado por completo: ¿de qué hechizo se trataba?

-Jin -repitió ella, todavía de pie en el umbral de la puerta.

Su expresión ceñuda dejaba entrever que estaba meditando la proposición; era un gesto divertido, un gesto al que me acabé acostumbrando más adelante. Siempre hacía eso cuando pensaba.
Unos segundos después, segundos que parecieron horas, relajó el ceño y volvió a esa expresión risueña que hacía palpitar mi corazón con la fuerza de un toro montaraz.

-Jin está bien. Es lindo -asintió.

 Es lindo -asintió

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Las vistas desde el corazón de JinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora