Capítulo Seis.

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   Al terminar la clase, Tessa y yo nos quedamos en el salón. Dylan seguía en la oficina del Director. Supongo que el director la seguía sermoneando, eso en el mejor de los casos. Hablábamos de la existencia, cosa que me llevo a tener un serio choque existencial, cuando Zhack McCarthy se apareció.

—¿Qué onda chicas? —preguntó él. Noté como Tessa se tenso a mi lado al escuchar la voz del susodicho. Ella estaba de espaldas a él.

—Todo bien. —levanté el pulgar de mi mano derecha, para recalcar lo que había dicho.

—¡Sí! To-todo bi-bien —Tessa seguía de espaldas. Les explicaré porque la señorita Tessa se puso tan nerviosa, aunque creo que ya es obvio... ¡Así es! Tessa Ashley Jackson, está enamorada de Zhack Evan McCarthy. He ahí otra razón por la cual Zhack no me gusta. La tercera regla del código de las mejores amigas es: "si a una de tus mejores amigas le gusta un chico, tú no puedes enamorarte, o hacer que se enamore de ti. Deberás tratarlo como un hermano". Este código lo inventamos hace tres años, cada una guarda una copia del mismo y ninguna a roto una regla, ni una sola. Un poco tonto lo sé, pero teníamos catorce años.

—Tess, ¿puedes venir un segundo? Necesito que me ayudes con la tarea de historia, tú sabes que no se me da mucho la materia, pero a ti sí —se llevó una mano a la parte de atrás de la cabeza—Si no puedes está bien...

—¡Sí puedo! Digo... No hay problema. Te ayudo —yo tosí un poco para que recordaran mi presencia. Los dos me miraron—¿Te importa si voy con Zhack?

—Para nada, ve tranquila. Nos vemos luego —Tessa me abrazó antes de irse y susurró cerca de mi oído.

—Eres la mejor, te amo.

—Sí, sí ya vete —respondí. Ambos se marcharon, quedándome sola por completo, algo que no me molestó en absoluto.

   De mi bolso saqué mis audífonos y mi teléfono. Conecté los audífonos al aparato y puse una de mis canciones favoritas: falta amor del gran Sebastián Yatra. Puse mis brazos en mi escritorio y descansé la cabeza en ellos. Estaba a punto de quedarme dormida, cuando una voz interrumpió mi paz.

—¿Hola? —preguntó una voz masculina.

—¿Qué quieres? —pregunté.

—Lo siento, es que soy nuevo... —alcé la cabeza, cuando lo hice me encontré con un chico muy guapo. De alta estatura. Cabello castaño oscuro y desordenado. Ojos azul celeste, de mirada amistosa. Me lo quedé viendo por unos segundos. Sentía cómo me escaneaba con la mirada.

—No, Perdóname tú. Fuí muy grosera. ¿Cómo te llamas?

—Alan, ¿y tú?

—Amelia. Es un placer —le extendí una mano, que aceptó con mucho gusto.

—Lo mismo digo. —se sentó en la silla frente a mí, la que ocupaba Tessa antes de irse.

—¿Quieres que te lleve a la oficina del director...?

—No, ya fuí.

—Entonces... ¿Qué haces aquí?

—Soy nuevo, ¿recuerdas? Por lo tanto no conozco a nadie y...

—Eres un inadaptado social y no tienes nada más que hacer —completé.

—Primero: auch, éso dolió. Y segundo: sí, básicamente, tienes razón —reí por la palabra "básicamente"

«Básicamente, la palabra mas usada por el buen Germán Garmendia.», pensé.

—Bueno, ya tenemos algo en común.

—¿A sí? ¿Qué cosa?

—Los dos somos unos inadaptados sociales —él soltó una pequeña carcajada —No eres de por aquí ¿cierto?

—No, no lo soy. Verás yo soy de México —cuando dijo eso me alegre. Me alegre porque, en todos los años que llevo estudiando en esta bendita escuela, nunca llegué a conocer a un sólo latino, ni uno. Y ser la única latina en una escuela con más de mil estudiantes era atemorizante.

¡No puede ser! Yo también soy latina.

¡No mames! ¿es neta? Perdón... ¿es verdad?

Sé lo que significa neta. Sí, sí es neta.

¿De qué país eres?

De Venezuela.

Ah, muy lindo tu país.

En fin... ¿de qué parte de México eres?

Ciudad de México. ¿Y tú de que parte de Venezuela eres?

De la, muy hermosa, isla de Margarita.

Que padre. Tantos años aquí en gringolandia sin encontrarme a un sólo latino —solté una risa por el sobrenombre que le puso al país en el que, actualmente, nos encontrabamos. Añoraba mi hogar, mi familia y la comida. Moría por comerme un pabellón criollo del que hacía mi abuela Valentina—Dame tu número.

¿Para qué? —pregunté desconfiada. Yo no andaba por la vida dándole mi número telefónico a cualquier extraño que se cruzara en mi camino.

Pos, para venderlo en el mercado negro, ¿cómo ves? —dijo con sarcasmo —Para mantenernos en contacto. Somos latinos, nos ayudamos mutuamente. Andale.

Está bien, pero no me andes hablando ni muy tarde, ni muy temprano. ¿Okey? ¿entendiste?

señora —hizo el saludo militar. Le dí mi número. Nos quedamos hablando un rato más. Me dí cuenta de que ambos teníamos muchas cosas en común. Su sonrisa y sus hoyuelos en las mejillas, me parecían adorables. Yo también tenía unos hoyuelos. Los heredé de mi madre. Jake también los tenía. Seguíamos hablando cuando Dylan llegó.

—Amelia... ¿Quién es este? —lo apuntó con su dedo mientras me miraba. Me levanté y caminé hacía ella.

—Se llama Alan Rodríguez; Es nuevo; y también es latino.

—¿Venezolano? —le preguntó Dylan sin mucho interés.

—No, Méxicano —corrigió Alan.

—Sí, sí, no importa. Amelia venía a decirte que el Maldito de Jefferson me puso un castigo de lo peor —se quejó ella con furia.

—Eso es terrible —intervino Alan.

—Cállate o descargaré toda mi furia contigo.

—Dylan. Literalmente lo acabas de conocer. —me crucé de brazos —¿Por qué descargaras toda tu furia con él?

—Adivina que castigo me puso —dijo ella ignorando por completo lo que le dije anteriormente.

—No sé...

—¡Me obligó a limpiar los baños después de clases! ¡¿puedes creerlo?! ¡¿Quién sabe cuantas cochinadas han ocurrido en ése lugar?! ¡de sólo pensarlo me dan ganas de vomitar!

—Cálmate Dylan. Al menos ya sabes lo que pasa si te quedas dormida en clase —la abracé.

—Chicas, no quiero interrumpirlas pero... la clase ya está por empezar —a este punto, ya se me había olvidado la presencia de Alan.

—Okey, bien. —nos sentamos a esperar que la clase comience—No te vayas a quedar dormida.

—Lo intentaré.

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Neta: la palabra "neta" en México es usada comúnmente y es otra forma de decir "¿de verdad?" O "¿en serio?"

Gracias por tanto apoyo!!!

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