-Debo salvarla- pensé mientras me refugiaba en sus ojos.-Dios mío tendrá 7 años.
Amargamente reconocí haber sido domesticado por su presencia, y aunque luché con todas mis fuerzas, su sonrisa iluminó intensamente mis entrañas.
-No, No es...-Pensé mientras respondía también con una sonrisa.
Y traté buscar frenéticamente el dolor que inundaba mi pecho, pero solo encontré los insoportables latidos del órgano destinado a bombear sangre.
Solo me quedaba el escaso intelecto que la naturaleza había olvidado en mí, y sin bacilar la ataqué con todo lo que tenía: la imaginé anciana, sin gracia, encorvada, sin dientes, arrugada, mal oliente, andrajosa, arcana, despiadada, homicida, religiosa, sicópata, tramposa, escandalosa, negligente, estúpida, conspiradora, chismosa e incluso vomitiva e ignorante.
Pero todo fue una ilusión; mi pobre intelecto había sido sofocado por el delicioso sonido de su voz; y poco a poco vi como mi voluntad desaparecía en las tinieblas del desgarrador aroma a sándalo y vainilla que desprendían sus rizos dorados.
-7 años, ya nada será igual- pensé.
La sala permanecía apenas iluminada por los últimos destellos del sol, y el olor a madera del piso se fundía con el delicado olor a vainilla de su piel. Por su parte, el frío fue el invitado más generoso en la reunión; danzó entre nosotros e invadió con violencia a todo aquel que se encontraba lejos de las intensas llamas del fogón.
-Hermosa, solo cierra los ojos, esto será rápido- susurré en un tono tranquilizador.-
Automáticamente sus ojos me iluminaron; y como espejos que le revelan a un monstruo sus deformidades, me mostraron que mendigaba descaradamente el abrigo de su sonrisa, y mendigaba como si mi existencia dependiera de ello.
-No tengas miedo pequeña- Susurré mientras amarraba sus brazos un una soga de goma.
Debo confesar también, que fui como el viento errante y vagabundo, recorriendo una y otra vez la perfección de las formas y movimientos que esporádicamente dejaba escapar con su esbelto y elegante cuerpo.
La empujé suavemente a la hoguera, y mientras veía como se incineraba su cuerpo, y noté que la había salvado, ahora no se levantaría mas, ahora descansaría en paz.
Y solo quiero añadir que mis 22 años trabajando como incinerador de cadáveres, me enseñaron las siguientes lecciones:
1. Todos los cadáveres llegaron, estaban llenos de aserrín y líquido para embalsamar.
2. Los gritos que ocasionalmente se escuchaban al interior de los hornos, no eran humanos.
3. La pequeña que alguna ves habitó ese cuerpo (ahora relleno de aserrín) no era la cosa que sonreía mientras las llamas la devoraban, eso, mi querido lector, es lo mismo que te mira en este preciso instante desde la oscuridad.
- Nota- La imagen de este resto es generada por computadora, no corresponde a una persona real.