El viento les daba en la cara y les hacía daño en las mejillas que aún estaban algo mojadas. Pero ya estaban los dos más tranquilos y calmados mientras andaban por los alrededores del cementerio. Se habían ido porque cada vez que Guillermo miraba la tumba de su padre volvía a llorar otra vez, y al verlo llorar Carolina se hundía y seguía su ejemplo.
Habían decidido caminar sobre la hierba fresca del campo que se encontraba al otro lado de la cima sobre la que se encontraba la iglesia junto al hogar de los muertos. Ambos andaban pesadamente con sus zapatos en las manos, balánceandose de un lado a otro a cada paso. Llevaban dos minutos en silencio, cada uno metido en si mismo. No había mucho más que decir, la hora que habían pasado juntos había sido demasiado intensa, demasiado íntima como para tener la necesidad de decir algo más. Las lágrimas ya lo habían dicho todo.
La chica se apartó un mechón de la cara agachando la cabeza y observó a su amigo cerrando un poco los ojos para que el sol no la cegara. Se fijó en lo diferente que estaba en ese momento a diferencia de una hora antes. Cuando lo había visto por primera vez en ese día estaba nervioso, cargado de tristeza y melancolía. En ese momento era completamente contrario, se le veía liberado de la presión de un secreto que no quiere ser contado. Feliz no, pero si que se captaba su fuerza nueva y que se sentía más a gusto consigo mismo y con su amiga. Carolina se preguntó si a ella le sentaría bien también el confesar sus penas alguna vez, en descargarse con alguien que considerara de confianza. Se sintió orgullosa de que él confiara en ella de esa manera y se dijo a si misma que no le defraudaría por nada.
Mientras paseaban durante los siguientes minutos se le vino a la cabeza la primera vez que quedaron. Pensó en las reglas que pusieron desde un principio para que no fuera una cita y que lo habían hecho todo mucho más sencillo aunque se habían dejado algunas elementales como la de no besarse. Se le ocurrió de repente que ya habían incumplido varias pero le dio igual a la vez que una leve sonrisa apareció en su cara. "Nada de paseos" habían dicho. Una incumplida. Aunque, pensándolo mejor, el término correcto era paseos aburridos y nada de lo que hacía con Guillermo le resultaba aburrido, al menos nada de lo que habñian hecho hasta ese momento. También la había acompañado a casa el día que quedaron en su pueblo y, la verdad, lo necesitaba y se o agraadeció inmensamente por dentro. Y lo de los piropos técnicamente no lo habían incumplido porque siempre que decían algo bonito del otro ponían delante algo del tipo No puedo decir que... pero el cumplido sincero estaba allí y la sonrisa vergonzosa del que lo recibía también.
Le debía mucho a aquel desconocido que se le había quedado mirando "las tetas" que desde ese día para ella era sinónimo de collar maravillosamente freacky, en una discoteca. Le debía mucho a Paula por hacer planes para La noche que al final acabó siéndolo pero de una manera mucho menos esperada. No estaba enamorada de él porque no pensaba que el amor pudiera surgir en poco más de una semana y un par de gestos bonitos sino que se basaba en el respeto mutuo y en algo más que un par de bromas. Pero se descubrió a si misma pensando que si que le gustaba; que se lo pasaba genial con él y que le encantaba que le hiciera sonreír con tanta facilidad. En seguida se recordó a su yo más profundo, ese al que no dejaba salir a la luz, que no podía gustarle alguien, no de esa manera. No quería sufrir, no como había sufrido su madre.
Volviendo a mirar a su amigo lo vio incapaz de hacerla sufrir y vio a alguien completamente diferente a su padre, alguien que no quería herirla y que la escuchaba y le prestaba atención. Se le ocurrió que sus elecciones serían mejores de las que habían sido las de su madre y que estaba harta de tener miedo y de huir de sus propios sentimientos. Justo cuando empezaba a dejarlos aflorar y a escucharlos ellos no quisieron hablar. Y es que no puedes pedirle cantar a algo que has mantenido callado tanto tiempo.
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La felicidad no tiene nombre.
RomancePasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.