Capítulo 35

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En mi árbol del lago

     Estaba muy cómoda. Podía sentir la hierba bajo mi cuerpo, y una fresca brisa.

     Abrí los ojos, estaba en un lugar muy luminoso, debajo de un árbol que reconocería en cualquier parte. Era mi haya del lado del lago de Hogwarts. Todo parecía más blanco de lo normal.

     ¿Que hacía allí? ¿Que había pasado?

     -Despierta amargada -oí una voz familiar.

     Me incorporé de golpe. Pude ver la cara de Chris, estaba sonriéndome, como lo recordaba cada vez que había un patronus. Llevaba una sudadera blanca con una serpiente plateada bordada a mano.

     -Chris... -mi garganta empezó a doler, y mis ojos se aguaron.

     Un picor en la narz me cosquilleó, pero no daban ganas de reír.

     -¿Amargada? -preguntaba una voz detrás de mi-. Pero si es un terremoto con patas, no sabe estarse quieta.

     Giré la cabeza, era Leo. El niño de diez años con sus ojos azules y su sonrisa traviesa. Era la viva imagen de un ángel con aquel conjunto de pantalones y camisa amplios de color blanco impoluto.

     -Leo... -empecé a temblar.

    Apreté los dientes, pero aún así no pude evitar que castañearan a compas de los temblores de mi cuerpo. Nada era regular con ellos; incluso mi corazón y respiración iban a destiempo

     Tenía un revoltijo de emociones dentro de mi, y no podía contenerlas. Recordaba lo que había pasado, y nadie escaba de un Avada Kedavra.

     Pude oír mi llanto resonando por todos los terrenos de la escuela. Me hubiera dado igual que lo escuchara hasta el mismo Tom. Esas películas en donde el llanto después de ver a una persona es suave? Eso era mentira. ¿Tapar la sonrisa de la boca mientras caen un par de lágrimas? Más mentiras.

     La verdad era sentirse fatal, aún así saber que no se podía estar mejor. Y un miedo repentino te golpeaba, porque quisieras o no, la cabeza nunca dejaba de trabajar. Y yo no quería que todo aquello fuera falso, y me daba igual no estar haciendo un llanto de película, y mis respiración era tan malditamente agitada que me hubieran podido confundir con alguien que acababa de sufrido un paro cardiaco. Y aún así, mi boca temblaba hacia abajo con dolor muscular mientras intentaba sonreír.

     Pero verlos allí, delante de mi después de tanto tiempo...

     No quería volver a verlos, era demasiado doloroso, ¿y si se volvían a ir? No podía volver a ver a ver como volvía a perderlos. Hundí la cara en mis rodillas, tenía miedo.

     -Sabía que tenía un corazón de pollo -dijo Chris como si hubiera descubierto el tesoro del mundo.

     -Pues que no te engañe, en realidad es un bollito de pura maldad -le decía Leo-. No tiene reparos en ahogar con sirope a las pobres tortitas.

     Los dos empezaron a reír estrepitosamente. Era jodidamente adorable, y aún así tenía miedo de perderlos, una vez más... Porque yo ya había desistido en verlos. Nunca creí en el cielo o el infierno, pero aún así, siempre supuse que al sitio donde iban todos mis seres queridos, era destino al que yo iría cuando llegara mi hora.

     Porque las personas como yo, no merecen ir con las personas como ellos. Por eso tuve que aceptar que me equivoque. Que yo había cometido un error por suponer demasiado rápido, y no me arrepentía.

     Lo más impactante, fue una tercera voz.

     -Pues cuando yo la conocí solamente sabía reír por todo -era la voz de una mujer-. Me acuerdo un día que pintarrajeó la pared del salón queriendo imitar un horrible cuadro que había hecho mi hermano mayor.

Lilianne y la Orden del FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora