Mucho les costó a mis antepasados asumir sus ojos puestos en una piel de otro color, asumir sus rasgos mutados y mezclados con los del enemigo. Y hoy yo también siento un océano tan difícil de asumir al ver mis rasgos mutados, perdidos y mezclados con los de un viejo al que desconozco casi más, que al joven de las fotos.
Siempre que puedo y las fuerzas me alcanzan para salir de esta cama que de pronto parece tumba, miro la foto de nuestras manos sobre un cielo oscuro e iluminadas por un foco anaranjado, de esos tiempos en que después de haber pasado la tarde perdidos entre sus sábanas, a mí me daban ganas de dar patadas de éxtasis en tocatas. Siempre miro esa foto y recuerdo que una de esas noches me enseñó a guardar silencio en luna nueva.
-Tienes que estar callado, para que todo lo que tenga que nacer, lo haga libremente y en paz.
-¿Y eso?
-Quizá así funcionan las cosas en esta tierra.
Era tarde, tanto como ahora, pero los minutos pasaban lentos y las noches no eran intervalos de oscuridad entre días y días que parecía que no acabarían nunca, que no contamos cuando no nos escasean.
-¿Te tinca quedarte en mi casa?
-Te acabo de decir que es noche de guardar silencio
-¿Y si nos quedamos en silencio?
-No quería tener que decirlo, pero es momento de estar sola.
Su pequeña estatura, su breve cuerpo, su aspecto liviano y ojos brillantes junto a esa risa espontánea y esa visión de un mundo menos idealizado, parecían burlarse de mi eterna palidez, de mi lentitud, de mis ganas de nada.
-Si querías estar sola, no debiste salir conmigo.
-Podemos compartir el silencio.
-No tengo ganas de compartir weás.
Todo el universo cobró sentido en el momento en que mi lengua parió, siglos de violencia eterna se vieron alimentados con más violencia.
Ella voló por los aires y sus zapatillas de colores volaron más alto, sus collares sonaron más fuerte que nunca y se me desgarró el cuello al querer volver a mirarla luego de mis gritos y sus apresurados pasos en busca del silencio y la oscuridad para poder parir su paz. Pero mi lengua parió antes un nuevo y grotesco mundo en el que ella ya no pudo vivir más.
Quedé perdido y caminé mucho tiempo como movido por fuerzas ajenas a mi cuerpo, viví incluso habiéndome yo quedado todavía perdido en sus ojos negros y sus sábanas, entre sus formas y ahora sí que la escuchaba y ya mi ambición no me hacía sólo mirarla, sino entender que ahora yo necesitaba al dios de sus antepasados y no al dios que me habían heredado los míos.
He venido orando desde entonces, perdido como una frecuencia de radio que emite una señal inentendible en busca de una respuesta que nadie comprende, en espera de una señal de ese dios que es como yo, de ese dios que no es perfecto y no pretende verdades sin pecado concebidas. Busco y espero a ese dios porque sólo él entenderá mi desgarro.
Ahora la busco y no está, encuentro mis ojos alrededor de mi cama, los veo mutados, encuentro a mi yo de hace décadas, veo mi pelo convertido en el de otras personas y a veces, en mis delirios, la busco a ella, a ella con su pelo negro y sus oscuros ojos y quisiera ver su pelo tan liso como siempre, pero castaño como el mío, con mis ojos, con su boca y luego recuerdo que no pudo ser y veo cómo de estos ojos mutados aparecen lágrimas por mi dolor, creyendo que es la causa de las mías, porque son demasiado jóvenes para reconocer la vergüenza en estado líquido.
Me voy pensando como Dostoievsky, me voy perdido en los instantes en su cama, perdido con las manos en ella, perdido en sus ojos negros, creyendo que de ahí, puedo sacar felicidad mientras me dure la cordura.

YOU ARE READING
Cotard
General FictionUna mente atormentada por diversas crisis puede hilar a todo su entorno, incluyendo a sus antepasados, en una historia que sólo él comprende. Gustavo, Agustina y Trinidad pudieron olvidarse en un segundo, pero quisieron ser uno o no tuvieron opción.