Ciento diez

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Amelia y Tom llegaron temprano a Hollywood, California, aquel veinticuatro de febrero, y un automóvil los estaba esperando a la salida del aeropuerto, para llevarlos al hotel.

—¿Estás cansado? —preguntó ella.

—No tanto... —murmuró el inglés.

—Fue un vuelo turbulento, Thomas... ¿de verdad estás bien? —inquirió nuevamente.

—Sí, moró mou... —dijo mirándola con una sonrisa.

Ella no muy convencida, guardó silencio.

—¿Quieres dar un paseo luego de dejar nuestras maletas? —preguntó Tom cuando arribaban al hotel—. ¿Desayunar algo en algún lugar bonito, tal vez?

—Claro, suena genial... —murmuró ella con voz apagada.

—¿Estás bien? —inquirió el inglés.

—Sí... es solo que... yo sí estoy cansada... —dijo antes de bostezar—. Estuve despierta todo el vuelo...

—¿Y por qué no dormiste? Hasta yo lo logré... —murmuró curioso.

—Justamente por eso... estuve cuidando tu sueño... —lo miró de lado, mientras sus ojos intentaban mantenerse abiertos con más fuerza de voluntad que energía.

Él le devolvió la mirada con tristeza.

—Lo siento mucho...

—Está bien, no te preocupes... —dijo con una sonrisa exhausta—. Podemos salir a desayunar, pero no creo estar apta para dar un largo paseo... me siento muy cansada, solo pido una siesta de un par de horas, y estaré renovada...

—Te entiendo, Amelia... —habló cuando un botones tomaba sus maletas—. Mañana podremos salir a dar una vuelta si quieres... ¿está bien?

Ella asintió, mientras volvía a bostezar involuntariamente.

Desayunaron en una linda cafetería que quedaba a unas cuadras de su lugar de estancia.

Cuando terminaron, volvieron al Beverly Wilshire Hotel, el hotel de cinco estrellas en que se hospedarían por dos días.

—Pondré mi alarma para dentro de dos horas... —dijo Amelia cuando llegaron frente a la puerta de su suite—. ¿Llamas a mi puerta si no me levanto antes que eso?

—Claro... —respondió observándola.

—Tom... sé que no crees que vas a ganar... —murmuró ella—. Pero deberías preparar un discurso en caso de que sí...

—La película de Joaquin Phoenix es una genialidad, moró mou... —dijo Tom abiertamente—. Él ganará el Oscar a mejor actor... no quiero hacerme falsas esperanzas...

—No es eso... es solo que debes estar preparado para todo caso... —respondió la mujer.

—Está bien... escribiré algo en el intertanto de tu siesta, ¿feliz? —murmuró mirándola de lado.

Ella sonrió.

—Te veo en un rato... —dijo abriendo la puerta para entrar a su habitación.

Él simplemente asintió para caminar hasta su suite, y abrir con la tarjeta que le habían dado. Sus maletas se encontraban allí, ya que los botones las habían traído. Se dio un baño de tina, y se cambió de ropa a algo más ligero.

Luego de eso, se dio a la tarea de escribir su discurso, y aunque pensaba que era una pérdida de tiempo, lo hizo por el mero motivo de complacer a Amelia.

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