Folkinxor (III)

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Cuando la arachne llegó al edificio central, no encontró nada más que alguna pisada en las zonas de tierra. Aquello indicaba que habían estado allí, pero no hacia dónde había ido su presa. O si estaba escondida.

Decenas de pequeñas arañas se esparcieron por toda la zona, buscando como lo estaban haciendo en el resto de la ciudad, pero no encontraron nada. No fue hasta al cabo de un par de horas que una figura entró a las ruinas, dirigiéndose directamente hacia la arachne, y deteniéndose frente a ella.

–Si las encuentro, vamos a medias– propuso nada más llegar la mujer-zarigüeya.

Había estado observando la situación desde la distancia, e incluso bordeado la ciudad, buscando rastros. Sin embargo, los únicos que había encontrado entraban, ninguno salía.

Pero, si estaban dentro, deberían haber sido descubiertos por la arachne y sus pequeñas exploradoras. Algo estaba pasando allí que sobrepasaba las capacidades de la arachne, pero ésta no parecía dispuesta a renunciar. Y tampoco podía tomarla por sorpresa o reducirla. Así, si no quería perder la oportunidad, su única opción era unir fuerzas con ella.

Ésta la miró un momento. Había perdido la pista y se sentía frustrada, sin saber muy bien qué hacer. Aquella rastreadora suponía una oportunidad, aunque tuviera que dividir la recompensa. Al fin y al cabo, la mitad era mucho más que nada.

Así que, sin demora, firmaron el contrato, cuya copia fue automática y mágicamente remitida a la central. Incluso si una de las dos moría, la otra sólo obtendría la mitad. La otra mitad se enviaría a sus familiares, si los había, o se la quedaría el propio gremio en caso contrario.

La rastreadora dio un par de vueltas a la zona antes de detenerse frente unas enormes raíces que se perdían en el suelo.

–El rastro se acaba aquí. Es extraño, estas raíces se han movido. Fíjate en las marcas de la corteza, en la tierra– explicó.

–¿Quieres decir que se han movido para dejarla pasar, que está escondida allí debajo?

–No estoy segura. Espera.

Vertió el contenido de un odre, apuntando hacia la zona aparentemente vacía. Le resultaba extraño no ver la tierra. Sus pequeñas orejas redondeadas se alzaron, escuchando atentamente, captando el más leve sonido.

La arachne, sabiendo lo que estaba haciendo, no sólo contuvo la respiración sino que ordenó a sus arañas exploradoras que se detuvieran. Mientras, el agua se deslizaba entre las raíces y caía al vacío, para estrellarse contra el fondo arcilloso.

La rastreadora alzó la cabeza, con los ojos muy abiertos, visiblemente sorprendida por lo que habían captado sus agudos sentidos auditivos.

–Hay un agujero muy profundo. Ha debido escapar por allí.

–No va a ser fácil abrirse paso. Esas raíces no quemarán– se lamentó la arachne.

–Había signos de otros agujeros por los alrededores, aunque estaban bloqueados. ¿Puedes enviar a tus arañas a buscar? Es posible que haya alguno oculto y funcional– le pidió la rastreadora a su socia.

–Está hecho.

Las arañas había estado buscando seres vivos de cierto tamaño, pero ahora empezaron a buscar agujeros por una zona de muchos miles de metros cuadrados, siendo reforzadas por las que habían estado buscando por el resto de la ciudad.

No les era difícil meterse entre los escombros, bajo los restos de cúpulas o columnas, o entre las plantas. Al cabo de media hora, habían encontrado un paso olvidado, protegido de la intemperie y del resto de escombros por un enorme fragmento de lo que había sido una cúpula de piedra.

No sólo era enorme, sino que pesaba varias toneladas. Sin embargo, aquellas dos cazarrecompensas estaba cerca del nivel 70, así que romper un trozo de piedra ya resquebrajado no les resultó excesivamente difícil.

Tras un par de horas, lo habían roto y apartado los trozos resultantes, lo suficiente para descubrir un agujero circular de diez metros de diámetro, por el que subía en espiral una pequeña escalera de piedra. Resultaba resbaladiza, pero no era problema para las ocho patas de la arachne, o para la habilidad de la rastreadora.

Pronto encontraron un túnel, al que desembocaban otros agujeros, y en el que se acumulaban toneladas de escombros y tierra que habían caído por ellos durante siglos, pero que no acababan de bloquear el paso.

–Han estado aquí, son sus huellas. Nos llevan al menos cuatro horas de ventaja– dedujo la rastreadora.

E inmediatamente, se lanzaron en su persecución, usando para iluminar el túnel unas lámparas mágicas que eran parte del equipo básico de cualquiera que se adentrara por sí solo en un bosque, y que iban pegadas a la ropa.

Siguieron el rastro con facilidad. Aunque más adelante el suelo era de piedra, no había muchos caminos para elegir. De hecho, sólo uno, un amplio túnel que, en el pasado, había sido utilizado para llevar de un lado a otro todo tipo de mercancías.



Mientras, pequeñas arañas trabajaban sin descanso sobre la tela que la rastreadora había colocado para tapar el agujero. La cubrían con fina tierra, la suficiente para disimular la propia tela, pero sin añadir demasiado peso.

Querían disimular el agujero, minimizando la posibilidad de que otros cazarrecompensas lo encontraran y decidieran echar un vistazo. Habían colocado algunas piedras, pero era imposible cubrir totalmente el agujero teniendo ellas que entrar al mismo tiempo, así que se habían decidido por ese método.

Otras se encargaban de borrar los rastros de los alrededores, dificultando aún más que las siguieran.

De hecho, cuando otros siguieron el rastro hasta la ciudad en ruinas y no encontraron ninguno más, creyeron que habían sido engañados, que alguien había creado rastros falsos para ocultar el verdadero, o simplemente para reírse de ellos.

Enfurecidos, volvieron hacia atrás, buscando cualquier otra pista que les llevara en otra dirección, y jurándose acabar con quien fuera que se había burlado de ellos.

Por ello, hubo más de un enfrentamiento que en otras ocasiones hubieran evitado, debido a la frustración y la ira. Así, varios de ellos tuvieron que abandonar la búsqueda, heridos, e incluso uno de ellos fue asesinado por un compañero de profesión. Se odiaban, y éste había aprovechado la ocasión para acabar con él, aunque tampoco había salido indemne.

Entre los heridos y la falta de pistas, la búsqueda poco a poco se fue enfriando. Al cabo de unos días, no quedaba ninguno de ellos por la zona, y parecía que a la elfa se la hubiera tragado la tierra.

Nadie dio importancia a los cazarrecompensas desaparecidos, pues podían estar en cualquier otro lugar, o acechando a su presa.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora