CAPITULO 3

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Escuché un ruido. Tenía la mente en negro, como si estuviera a punto de

despertar de un largo sueño. Me sentía pesada al principio, me costaba

moverme y entender lo que había sucedido. La cabeza me daba vueltas. De

pronto, las imágenes del incendio volvieron a mi mente. Vi las llamas cerca

de mí, a punto de consumirme, y entonces di un salto, asustada.

¿Podría ser?

¡Sí! ¡Sí, tenía que ser eso!

Seguía viva. Mi corazón latía, sentía las pulsaciones en el pecho. Todavía

no comprendía qué había sucedido. Pero seguía aquí. Estaba segura. Abrí los

ojos con una media sonrisa, esperanzada. Para mi sorpresa, había despertado

en la mansión de los Crowell con un fuerte dolor de cabeza; sin embargo, no

había despertado en una cama, ni la luz del sol me bañaba el rostro, no estaba

en una habitación blanca, y mucho menos tenía conectada al brazo una bolsa

de suero. Todo lo contrario; cerca de mí no había nadie.

Estaba sola, como siempre. No había ruido.

La sonrisa se esfumó.

Me miré los brazos y las piernas. Lo último que recordaba eran las llamas

acercándose peligrosamente hacia mí. Después de eso, nada más. Tenía la

sensación de que algo muy raro me estaba pasando, es decir, me sentía

extraña, mi cuerpo parecía ligero y no tenía sed ni hambre. Solo me dolía la

cabeza y el pecho. Las tripas no gruñían para reclamar comida, no tenía la

boca seca, y sentía que podía flotar en el aire. De hecho, era como si fuera

parte del aire. Mi cabello estaba reluciente como nunca, podía verme las

puntas y eran de un color oro. Estaba sorprendida.

No pude evitar sentirme emocionada de nuevo.

Había sobrevivido. Estaba bien. Estaba viva y eso era lo que importaba.

Tenía una segunda oportunidad, lo sabía. Ahora podía hacer las cosas bien,

podía empezar de cero. No importaba dónde había despertado, estaba bien y

eso era lo que me animaba.

Me observé las manos; estaban pálidas, no parecía que hubiera estado en

un incendio, mucho menos que me hubiera quemado. Era como si aquellas

llamas nunca hubieran existido. Pero yo lo recordaba, recordaba las heridas

en mis brazos y piernas, todavía tenía muy presente el olor a gasolina, y, sin

embargo, ahí estaba, tendida en el suelo en posición fetal. El cabello me caía

en la cara como una cortina. Intenté levantarme, pensando que las piernas me

arderían, que el hormigueo volvería y que esta vez sería peor. Llevaba unos

vaqueros limpios, no estaban quemados como una hoja de papel, ni rasgados,

y tampoco notaba ninguna quemazón. Contuve los nervios y vacilé, no sabía

El regreso de Anna CrowellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora