13. TECLAS QUE NO ACARICIAN.

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LAS TECLAS DEL PORTÁTIL NO LE ACARICIAN DE VERDAD.

MARTIN

Adoraba a Violeta. Había sido más tiempo mi madre y amiga que nadie. Era cercana y cariñosa. Pero a veces, no soportaba su sensibilidad y mucho menos el modo en que trataba de ocultarla. Amó a mi padre muchísimo. A veces, fuimos insoportables con ella. Criar no es lo mismo que educar y formar académicamente. Ella y mi padre, se vieron obligados a hacerlo todo. Desde que murió papá, Leta no había podido llorarle. Demasiado trabajo. Sus obras se empezaron a conocer, a traducir, y le dio por viajar como loca, dejando que sus editores organizaran actos y presentaciones. Estábamos tan vacíos, que todos quisimos salir de la granja porque ya, era imposible disfrutar de cada día sin él. Así seguíamos.

En septiembre empecé a entregar diseños en varios estudios de arquitectura y no sabía si iba a poder compaginarlo todo. La iba a echar de menos. Me hubiera gustado que hiciera un parón en su carrera y que se permitiera el lujo de llorar tranquilamente, de lamer las heridas, que le habían dejado el vacío de la muerte y, sobre todo, me hubiera encantado verla enamorada. Ella decía que cada día, mientras escribía sus romances, se enamoraba un poco y lloraba y se desenamoraba y luchaba... Pero las teclas del portátil no le acariciaban. Me daba igual que fuese Daniel quien le produjera un buen despeinado. Aún era joven y lista y muy bonita.

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