A la casita azul se le debía mantener y cuidar su sombra.En ella hay un pequeño ser que habita dentro. Vive y se alimenta de los colores fríos y si alguna luz toca su ser, puede efervescer hasta no dejar huella de su existencia.
Permanece fuerte y llena de conciencia sobre la adversidad, sabe que tiene que estar lista y sabe que tiene que tomar calma en sus mañanas. Pero no permanece sola. Absolutamente nunca tiene ese pensamiento porque de día tiene un buen guardián que siempre está llegando antes de la primer alba y está yéndose puntual en cuanto la luna perece.
Siempre amistosa su compañía.
Hoy, con su buena hoja de laurel y aunque ese día la ha traído un poco maltratada, no deja de ser perfecta para esta tarea.
A la noche la pequeña criatura se siente segura y agradece en la obscuridad por su vida y trata de llenarse de energía y renovar, mientras el sol sale de nuevo. Y siempre tiene confianza porque su guardián estará ahí.
Podremos pensar que éste guardián es un poco serio, pero siempre platica con la criatura, demostrando su calidez en cada palabra. Las risas siempre existen y las palabras necesarias también a su par. La criatura siempre cae en paz cuando el guardián aparece y sabe que cada día, aunque la luz del sol no sea su tema favorito, esperará con fervor a que se presente porque sabe que una charla nueva será despedida el día siguente y el tiempo partirá contento.
Siempre se mantiene en constante crecimiento el pequeño ser dentro de esos muros. Así ha permanecido por bastante tiempo, tanto como recuerda y está donde existe el límite y la añoranza pero sobre todo la paciencia y la paz.
Bajo ello, entre criatura y guardián ha nacido un tierno y así mismo complejo lazo de por medio.
Y llega este nuevo día donde la criatura sabe que hoy desea mostrar aún más toda la gratitud que existe en su ser sobre el guardián y es un deseo creciente hacerle llegar lo que es tenerle cerca todos los días.
Entonces llegado el amanecer, la plática comienza.
El viento anda entre las hortencias cercanas a la casita azul. Revolotea su aroma y llega a todos los sitios cercanos; a la criatura, a su hogar y a el guardián, que en su mismo sombrero posa una parte de las suaves flores. La brisa es fresca y relaja, su plática va tan bien y no se puede sentir más antojadiza.
El sol empieza a bajar, lo hace tan lentamente que parece se puede pintar cada fase en un mismo cuadro.
Justo en el preciso momento en que la última línea de luz solar hace eco, la pequeña criatura sale del marco azul.
Tan dulce y tan serenamente.
El guardián no sabe qué hacer porque jamás ha visto a éste ser fuera de su guarida y sin más sólo la recibe en el dorso de su pata y se encuentra con ésta cara a cara. Unen sus frentes. Nace un chispazo donde el alma de la criatura se convierte en infinitas luces de colores y permea jugueteando el espacio alrededor. Se ha convertido en infinito opuesto a su original ser. Una vez más, el ahora alfilero de luces se posa frente al guardián y se sostiene unos segundos antes de salir inyectada en potencia hasta lo más lejano del cielo visible. Retumba como una luz en lo más lejano y permanece.
Brillante y resiliente.
En lo más profundo del naciente cielo nocturno, yace ella. Viviendo y siendo ahora la luz para el guardián hasta que a éste llegue el momento de unirse al manto y poder encontrase frente a frente, nuevamente.