iv

50 14 17
                                    

Como peces en el interior de un túnel interminable

Llegó el invierno, un invierno gélido plagado de tormentas de nieve que impedían el paso de los coches que circulaban en carretera para viajar a lugares más cálidos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Llegó el invierno, un invierno gélido plagado de tormentas de nieve que impedían el paso de los coches que circulaban en carretera para viajar a lugares más cálidos.
A mí nunca me había gustado el invierno. Los niños jugaban a tirarse bolas de nieve y, entre juego y juego, una de esas bolas siempre acababa golpeando alguna parte de mi rostro. Los muñecos y los ángeles de nieve también formaban parte de ese complot por disgustar la mente intrincada de un muchacho que se debate entre estudiar para los finales o emprender una nueva aventura con sus amigos más preciados.
Sin embargo, tengo el recuerdo de que ese invierno fue diferente a los demás. En el buen sentido.
Quizá se debiera a la presencia de Jin, o puede que ese día en la cafetería de Dora me hubiera hecho cambiar de parecer con respecto a los días húmedos y fríos, donde tus huesos se congelan, tus dedos se entumecen y tus extremidades tiemblan, pidiendo a gritos una ropa más gruesa, capaz de batirse en duelo con el viento, que juega con rebeldía.

-¿Otoño o invierno? -preguntó Jin. Sus preguntas siempre me sorprendían. Era una joven extraña, con los pensamientos volando aquí y allá, reflejo de las más estrafalarias conversaciones. Siempre ocultándose de las obviedades-. Tenéis que elegir, son las normas.
-Yo no sigo las normas -respondió Alex-. No me gustan. Sin embargo, intentaré respetarlas por una vez en la vida. Otoño; prefiero el otoño.

Jin sonrió y miró hacia los asientos traseros del coche, donde yo estaba sentado.

-¿Otoño o invierno? -repitió, interesada. Sus pestañas danzaron como una bailarina de ballet-. Venga, Asher-chan.

Estábamos parados en medio de la carretera, consecuencia de la quitanieves que se encontraba un par de coches por delante. Estaba abriendo un camino para que pudiéramos viajar con la tranquilidad de no quedarnos varados en pleno camino por la nieve.

-Primavera -me mofé-. ¿Es válida esa contestación?

Ella pareció meditarlo durante un rato. Se cruzó de brazos, frunció el ceño y apretó los labios.

-¿Por qué él sí puede saltarse las normas? -se quejó Alex, con las manos al volante por si el tráfico volvía a movilizarse-. Venga, Ash, ¿otoño o invierno? No es tan difícil.

Resoplé.

-Es válida -dijo al fin Jin-. Asher-chan puede saltarse las normas porque las estaciones heladas entumecen sus dedos y no le permiten tocar el piano.
-Chicos, retomamos el viaje -avisó Alejandro, sin siquiera prestar demasiada atención a lo que su novia había dicho-. Parece que esto marcha de nuevo.

Jin bajó la ventanilla para sacar la cabeza y mirar más allá de lo que, en realidad, podía. Siempre parecía estar mirando más allá, en busca de un tesoro perdido, de un sentido o de un motivo para seguir manteniéndose en el presente sin apresurar los acontecimientos. Nunca había tratado de comprender el porqué de que hiciera aquello hasta que ya no se encontraba entre nosotros. Todo parecía atender a la misma razón: el mundo no estaba preparado para ella y ella no estaba preparada para el mundo. Eran contrarios, opuestos, y por eso no habían acordado una tregua que lograra mantenerlos con vida a ambos.

-Juguemos a algo -pidió con el tono de una niña que ansía liberarse de la carga insoportable de un camino eterno, lleno de baches y sin entretenimiento alguno-. Allá a lo lejos veo un túnel. ¿Habéis hecho alguna vez el pez?
-¿"El pez"? -cuestioné con curiosidad.

Jin subió de nuevo la ventanilla y me lanzó una mirada perversamente adorable.

-Debemos aguantar la respiración: desde el comienzo hasta el final del túnel. Hay que inflar los mofletes. Así, mira -apretó los labios e hinchó sus mejillas para hacer una demostración-. Y luego dejas de respirar. Es como si estuvieras debajo del agua, en el océano, imitando a un pez.

Alejandro la miró y sonrió.

-Un pez globo -la chinchó. Después, devolvió la vista a la carretera-. Yo me apunto. ¿Qué me dices, Ash? ¿Imitamos a los peces?
-No sé aguantar la respiración -me encogí de hombros-. Pero puedo hacer de árbitro entre vosotros y ver si alguno coge aire.

Jin apoyó el codo derecho en la puerta y dejó caer su cabeza sobre la palma abierta de su mano.

-Eso es aburrido -dijo.
-Déjalo. Así podremos comprobar que, entre tú y yo, soy un as aguantando la respiración. Cariño, no sabes con quién estás jugando.

Pero, en realidad, Jin lo sabía perfectamente. Por eso ganó casi sin esfuerzo alguno.

Las vistas desde el corazón de JinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora