Llegada la hora de la salida, fui a la escuela de mi hermano a recogerle.
Como siempre, me esperaba sentadito en su pupitre, jugando con sus dedos. Me acerqué a él, no necesité tocarle para que se diese cuenta de que ya había llegado. Su alegría siempre era clara al verme.
— Hola, pequeño— saludé contestando a su abrazo habitual. Él siempre era bienvenido, su toque no me molestaba. En realidad era como si estuviese esperando todo el día por él; me relajaba tener a mi hermano conmigo—. ¿Te portaste bien hoy?
Contestó con un beso en mi mejilla, y otro, y otro, y otro más. Sabía que eso partía inicialmente del cariño que sentía hacia mí y segundo, las acciones repetitivas eran propias de su autismo.
— Michael nos envió galletas, son las que te gustan.
— Galleta.
Busqué en mi bolsillo, extraje una y le di una mordida. Él solía repetir las cosas que yo hacía, así que al acercársela a los labios no dudó en probarla.
— ¿Está rica, Steven?
— Galleta.
Ya sabía que repetiría esa palabra todo el día.
La aparté un poco de él esperando que la tomara entre sus manos, pero sólo atinó a abrir los labios esperando por otro bocado.
—Tienes que tomar la galleta.
— ¡Ah!— exclamó como un niño pequeño que espera por su comida.
— Eres incorregible.
Aproximé la galleta de vuelta y para mantenerla frente a él optó por tomar mi mano y fijar su objetivo, haciéndome sonreír y ganándose un beso en la frente.
— Oye, tienes que tomar la galleta, no mi mano.
El caso es que nada en él me molestaba, mas bien todo me parecía perfecto. Steven era perfecto a mis ojos. Era un pajarillo que buscaba cobijo bajo mi ala. Él me acercaba a la normalidad, a entender qué es ese calor que sentían los demás.
Es decir, sentía cierto aprecio por Michael, y claro que por mi familia también, pero eso era porque nos unía la sangre y en el caso de Michael... bueno, quizás había empezado a verlo como mi familia.
Creía que nadie en este planeta merecía nada de mí. Para mi todos eran como los Muppets, un grupito de gente, mil grupitos de gentes que yo no entendía ni comprendía. Diferentes quizás... pero iguales en el fondo. Eran los gemelos a los que yo me negaba a parecerme.
— ¿Tú eres Nathan?
Sin soltar a Steven, me puse el escudo que tenía para el mundo. Giré la cabeza, elevándola como podía y mirando de forma retadora a quien se acercaba. Era un hombre relativamente joven, alto y fornido. De cualquier forma, detuvo su avance al enfrentar mi mirada.
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Mi hermano Steven
Novela JuvenilNathan y Steven son gemelos. Tienen dieciséis años y sus vidas no pueden ser más diferentes, así como sus diagnósticos: síndrome de Asperger y autismo. Mientras Nathan brilla por un coeficiente elevado, Steven aprende a contar. Mientras Nathan hac...