Ciento quince

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Con un mes y medio de embarazo, Amelia ya había comenzado a sentir ciertos síntomas, como tener los senos sensibles e hinchados, o tener náuseas y vómitos, lo cual no era nada agradable o romántico, como los embarazos son comúnmente pensados.

Hacía un par de días que había ido al Imperial, para hablar con el doctor Berg a cerca de sus estudios, ya que él mismo la había llamado.

La felicitó por las conferencias en Europa y Asia, ya que estas habían sido un éxito, al igual que las que Ben dio por el resto del globo en forma solitaria, y le comentó que, terminado aquello, ya no tenía nada que esperar para poder retornar a la universidad.

—Verá, doctor... ha surgido algo, a decir verdad, bastante inesperado... —comenzó a decir—. Yo... estoy embarazada...

Él la miró con una sonrisa.

—Felicidades a los dos... —habló contento—. Me alegra escucharlo, es una gran noticia...

—Sí... lo es... —murmuró ella.

—Esto cambia las cosas, claro... —musitó el doctor—. No te preocupes, la universidad te esperará el tiempo que sea necesario... tu beca estará intacta para cuando desees volver a estudiar...

Ella asintió con una sonrisa.

—Le agradezco mucho... ha sido un agrado conversar con usted, doctor... —dijo levantándose—. Me tendrá que disculpar, pero debo marcharme, tengo cita con el obstetra en veinte minutos...

—No hay problema... —dijo él poniéndose también de pie—. Mucha suerte en todo, espero verte pronto...

—Gracias, señor Nigel... —habló ella caminando hacia la puerta—. Adiós...

—Hasta luego... —se despidió él.

La soledad sabe diferente luego de probar la buena compañía, pensaba Amelia, mientras estaba sentada en el balcón, reflexionando en silencio.

Las cosas se ven distintas, la vida cambia, convirtiéndose más en una insulsa rutina que en cualquier otra cosa, y es difícil, es complejo volver a vivir de ese modo olvidado y sepultado, porque, por sobre todas las cosas, las carnes tienen memoria y, en su continuo crispar y estremecer, denotan su profundo rechazo frente a la idea de volver a quedar cautivos dentro de la cripta de la soledad.

Aquellos que describen a la soledad como un placer, como algo agradable y especial, han de referirse a la soledad por elección, cuando la persona se aísla de sus seres queridos por decisión propia, porque estar solo de verdad no es placentero ni menos divertido.

Muchos toques apresurados y bruscos en la puerta la extrajeron de su ensimismar, e indicaron que alguien llamaba con premura.

Se levantó con cuidado, y caminó hasta la entrada.

—¡Amelia! —exclamó Stella al verla—. ¡Es Tom, debes venir ahora!

La mujer lloraba, y sus palabras fueron casi inentendibles para ella, pero la joven comprendió de inmediato qué era lo que pasaba.

—¿Dónde está? —inquirió Amelia tomando sus llaves y el casco de la motocicleta.

—En el London Bridge Hospital, solo sígueme... —habló la dama comenzando a bajar las escaleras.

El camino al hospital fue lento, demasiado lento para su gusto, pero el trafico estaba pesado a esas horas, y era difícil moverse por la ciudad.

Veinte minutos después lograron arribar al hospital.

—¿Habló con él? —preguntó Amelia mientras entraban al elevador con paso veloz.

—Me llamó... estuve con él hace un rato... —murmuró Stella sin poder detener su llanto—. Me ha perdonado... y también me ha pedido que lo perdone a él... me dio las gracias por todo, y...

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